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sábado, 23 de enero de 2016

Los desvelos

Desde que nació, mi Peque ha tenido una manera característica de torturar mi ya de por si maltrecha vida nocturna. El pobre no ha dormido mal, no tenía que pasearlo por el pasillo, cantarle durante horas ni mecerlo hasta desfallecer. Pero muchas noches, en uno de sus despertares, se desvela.

No llora, no berrea, no se queja. Pero pasamos entre una y dos horas despiertos. Casi todo el rato está tranquilo, en brazos, mamando a ratos y otros ratos mirándome, a punto de dormirse. Y yo observo el reloj por el rabillo del ojo, me cambio al niño de brazo, compruebo que no tiene fiebre, le toco el pañal a ver si está muy mojado.... Y me voy desesperando.

Cuento las horas que no voy a dormir esa noche, pienso en la ropa que tengo que planchar, en las clases que preparar, los temas que estudiar o la compra por hacer. Siento que al día le faltan horas y que yo pierdo muchas en las que ni siquiera me puedo tumbar a descansar.

Llevamos unas semanas en las que estos desvelos se han hecho casi habituales, a razón de dos o tres por semana. Ir a trabajar con tres horas de sueño es duro. Pasar la tarde con dos pequeñines que reclaman a su madre constantemente mientras ésta sólo puede pensar en echarse la siesta es horrible.

Qué ganas de que pasen los días, de que nos hagamos a los nuevos horarios, a las obligaciones y a las separaciones.

Me acuerdo de mi vuelta al trabajo con Chicote. Qué meses tan duros. Pero pasaron. Y volví a dormir. No mucho, pero sobrevivimos. A ver si pronto puedo volver a decir lo mismo.

Voy a seguir meciendo a la causa de mis develos. Que son casi las cuatro de la mañana.


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