sábado, 13 de agosto de 2016

El veranito

A ese le falta un verano, era mi frase favorita para anunciar que a alguien le faltaba un hervor, que parecía que se había caído de un guindo, que necesitaba espabilarse. Y es que una no sabe (aunque ya empieza a intuir) qué tendrán los veranos que son tan determinantes en el desarrollo.

Un (gran) amigo me recordaba siempre mi suerte, porque, al cumplir los años a finales de noviembre, en nuestros veranos comunes yo era indefectiblemente un año más joven.

Los veranos y la adolescencia. La juventud. O la infancia.

Este está siendo el segundo verano de mi Peque. Un mes y medio de canícula en el que parece que come un poco mejor, se suelta de nuestras manos y echa a correr sin mirar atrás, sube y baja escalones al trote. Se cae y apenas llora, aunque lleve rodillas y codos llenos de costras. Intenta repetir todo lo que decimos e imita todas nuestras acciones. Su hermano ha aprendido que puede ser un gran brazo ejecutor y le ordena que dé puñetazos, rompa cosas o grite. Él lo cumple entre risas y una mirada de adoración absoluta que sólo (yo lo escribo con tilde) se nubla cuando los dos quieren el mismo juguete y entonces le araña sin remordimientos. El amor-odio fraternal.

Ha usado el váter varias veces, y no sólo para lanzar dentro juguetes. Se tira la piscina y se arranca los manguitos, lo cual provoca las risas de nuestros vecinos y, sobre todo, habituales microinfartos a su madre, o sea, servidora, que empieza a considerar bajar a la piscina con dos niños deporte de riesgo extremo. Una mierda la adrenalina que se suelta haciendo puenting al lado de la visión de tu pequeño lanzándose al agua al grito de a la de tes. 

Se sube al respaldo de los sofás y ya he perdido la cuenta de las veces que, recién metida en la ducha, oigo a mi Chicote gritando que se mata, mamá, y tengo que salir chorreando (de agua y sudores fríos)  para rescatarlo de un salto mortal (no por la posible cabriola, sino por un trágico final asegurado)


Ese verano que le faltaba a mi chiquitín, por eso de cumplir los años a finales de noviembre, como una que yo me sé, lo está recuperando con creces. Algo me dice que en septiembre no va a ser el bebé de la clase, a pesar de su pequeño tamaño y de su pelito de ratón.