miércoles, 18 de mayo de 2016

La novia

No hace ni dos semanas que cumplió cuatro años. Y no soy nada partidaria de estos temas, me encantó y compartí este artículo. Pero a veces las cosas salen de manera distinta a como una las había planificado. Ahora mismo, por ejemplo, son las dos de la mañana y en lugar de estar durmiendo, tengo a mi Peque en brazos.

En fin, a lo que iba. Cuando hemos vuelto del cole, mi hijo mayor,  con sonrisa entre pícara e inocente, me ha anunciado que tenía que contarme una cosa pero que no sabía si le apetecía. Al final se ha decidido: Mamá, tengo novia.

A mí se me ha congelado un poco la sonrisa. Le he preguntado cómo ha sido y me ha explicado que una niña de clase le ha anunciado que ahora es su novio. Que se vaya enterando de cómo va a ir esto y de quien va a tener siempre la sartén por el mango....

Le he mirado, intentado ponerme sería, y le he dicho que qué significa eso de ser novios y, claro, como no tiene ni idea, le he contado que lo más importante es que los novios son amigos.

Eso sí, me ha confesado, con un poco de vergüenza, que la niña en cuestión es la más guapa. Hasta más que mamá. Ay, lo que me queda....

A su padre no ha querido decirle nada, y luego tampoco le apetecía hablar conmigo del tema.  Pero antes de acostarse, cuando su hermano sólo quería bracitos de mamá y yo me prodigaba en cariñitos con él, ha anunciado que ya no quería ser más el novio de la niña.

He tenido que dejar a su hermano, tumbarme con él y decirle que, por muchas novias que tenga, siempre voy a ser su mamá y a quererle y darle besitos.

Ay, qué rápido va esto....

domingo, 8 de mayo de 2016

La lista

Hoy ha venido a casa una amiga embarazada. Mi primera amiga embarazada. Le queda un mes para dar a luz y se ha pasado a recoger algunas cosas de mis tormentillos para su bebita. Hace un día horrible, lluvioso e invernal y no se han quedado demasiado, pero le ha dado tiempo a preguntarme algunas de esas dudas de incipiente madre primeriza que te van desvelando según se acerca el día del parto.

Intento visualizarme hace cuatro años y una semana, con un bombo inabarcable y la casa invadida de ropita diminuta azulada recién lavada y planchadita. Cómo he cambiado en este tiempo.

Mi amiga me preguntaba por la famosa bolsa del hospital, compresas tocológicas y discos de lactancia. Esas cosas que olvidas por completo según dejas de usar.

Yo prepararé mi primera bolsa con mucha ilusión y bastante margen. La compré en una tienda del barrio, una bolsa de bebé con una jirafa bordada. Mis pequeños la han usado de maleta hasta que ha sido desterrada por otra de Jake y líos piratas de Nunca Jamás. No hay quien pueda contra Disney...

Para mi primer parto la llevaba a reventar, pero para el segundo había sitio de sobra. El grado que da la experiencia.

Lo fundamental es la carpeta con los papeles médicos. Recuerdo que me pidieron a analítica del último trimestre cuando ingresé. Además, la carpeta es útil porque saldrás de allí con el librito de vacunaciones y los papeles del ingreso y el alta, con el informe del parto incluido.

En el hospital donde parí, público, me dieron todo lo necesario para el bebé. En el cajón de la mesilla hay pañales, bodys, empapadores y gasas para cambiarlos. También le ponen un gorrito horrible y le envuelven en una manta. Los  bodys son un poco grandes (y eso que mi primogénito rozó los cuatro kilazos) y la manta parece esa que usan los dueños de perros para que sus animales duerman encima, pero no es necesario que vayas cargada con cosas para el recién nacido. A pesar de eso, lo normal es llevar medio fondo de armario que ya acumula tu neonato. Para mi segundo bebé yo llevé tres bodys (y el muchacho vomitó dos de ellos, así que opté por ponerle los del hospital hasta que nos dieron el alta) y un trajecito con el que le saqué a la calle. Además de una mantita un poco más cariñosa que las del hospital. Bueno, y dos gorritos de recién nacido, que me regalaron una docena y había que estrenarlos.

A las madres nos ponen un camisón que, he de decir, mejoró mucho del primer al segundo parto. La primera vez era ese que sale en las pelis, abierto por detrás, y otro igual puesto a modo de bata para no dejarte con el culo al aire. Con mi Peque ya me dieron uno cerrado, con botones delante que facilita bastante la lactancia, y de lunares rosas. Mucho más mono. Casi me dio pena ponerme el de casa. También llevé una bata finita y zapatillas. En el hospital hay gel, y me entregaron una bolsita de aseo con cepillo de dientes, pasta y colonia fresquita.

Mi añorada matrona nos recomendó llevar cacao, porque cuando te ponen la epidural no te dejan beber nada, y la prohibición se mantiene hasta dos horas después de dar a luz. Ella aseguraba que el cacao al menos nos hidrataba los labios, que se quedan tan secos como la garganta. También nos sugirió llevar colorete, porque íbamos a salir en un montón de fotos y nuestros aspecto, tras el parto, es claramente mejorable.

Cargador de móvil y una muda para el padre no está de más. Yo me puse la misma ropa cuando me dieron el alta que la que llevaba al entrar. Porque eso de que te dejas la tripa en el paritario es un mito. Aún así, fui vestida con chándal, para de no mermar la autoestima con ropa de premamá cuando ya eres mamá de facto. Sujetador de lactancia y compresa tocológicas ( que también te dan en el hospital) también llevaba.

Los discos de  lactancia, que me acompañaron muuuuchos meses en mi primer postparto no son necesarios hasta que no te sube la leche, así que los dejé en casa. Pero la crema para las grietas me vino fenomenal porque en ambas ocasiones la cosa no llegó a mayores pero a punto estuvo. A pesar de todo, creo que más que la Purelan, lo que me curó fue la subida de la leche, que me reblandeció las costras que empezaban a formarse mientras mis lechoncillos succionaban el calostro.

Y las bragas desechables. Qué gran invento. Sangras como una cochinilla los primeros días ( o semanas) y bastante ropa hay que lavar ya como para andar frotando bragas. Así que bienvenidas bragas de celulosa. Un paquete para el hospital.

Una botella de agua y a cerrarla. Y esperar el gran día. He de decir que te da tiempo de sobra para prepararla cuando llega ese día. A mí me hubiese dado tiempo a llegar andando al hospital, volver a casa y llamar un taxi. Pero mejor dejarlo listo, que el día D bastante nerviosa se pone una.


lunes, 2 de mayo de 2016

El artículo

Hace ya unos cuantos lustros que dejé de celebrar Días de madres, padres y espíritus santos. De San Valentín no me apeé porque nunca lo tuve en consideración. Rebelde que era una.

Ahora, visto desde el otro lado, he de decir que las manualidades que me hacen las profesoras de mi primogénito, ayudadas por él en cada vez mayor medida, me hacen ilusión e incluso me conmueven. No tengo que esforzarme mucho en reforzar su autoestima ante sus dotes creativas porque ya se encarga él de explicarme lo bien que lo ha hecho y cómo ha escrito ese te quiero con la inconfundible letra de su tutora. Se lo agradezco mucho a ambos.

Yo también soy de las que creen que el amor materno-filial se debe repartir entre todos los días del año, y prefiero un beso diario (o unos cuantos) a una caja de bombones el primer domingo de mayo.

Por eso empecé a leer el artículo de Elvira Lindo asintiendo, algo extrañada, porque precisamente sus últimos artículos (bueno, los que he leído yo, que confieso que quizás no son todos los que quisiera, mi tiempo es limitado para entregarme a placeres como el de la lectura, muy a mi pesar) versando sobre el tan manido tema de la maternidad me han dejado un sabor agridulce.

Si mal no recuerdo, y como explica en su novela Lo que me queda por vivir, ella se estrenó en esto de la maternidad en los ochenta y con veintipoquísimos años. Una valiente. Y muy diferente a las circunstancias en las que estrenamos maternidad las españoles que tenemos, más menos, la edad de su hijo.

Quizá el hecho de retrasar esa maternidad hace que ésta tome mayor conciencia. Quizá sea la moda de la crianza natural. Quizá ahora magnifiquemos nuestras acciones. O puede que nuestras madres, esas que tuvieron que enfrentarse a una crianza y una educación impregnadas de machismo, empezar a trabajar tras unas cuantas generaciones de mujeres amas de casa y enfrentarse a formar familias, llevar hogares y seguir metidas en el mercado laboral cuando lo de la conciliación ni se mentaba, no tuvieron tiempo (ni ganas, supongo), de complicarse aún más dando nombre a formas de crianza ni discutiendo con pediatras si era mejor o peor la leche de fórmula.

Treinta años más tarde la sociedad ha cambiado. Menos mal. No tanto como debiera, pero algo hemos evolucionado. Ahora hay mujeres que pueden elegir, padres (pocos, todavía) que cogen excedencias y se implican en el cuidado de hijos y, sobre todo, ganas de compartir experiencias en redes sociales. No creo que haya muchos más cambios. Lindo asegura que la maternidad es muy vieja. Como la Humanidad misma. E incluso anterior, apostillo. No hemos inventado nada, ni somos mejores ni peores. Cada una lo intentamos hacer lo mejor posible, creo que esa es la máxima de la Maternidad. Y por eso sobran los juicios. Lo explica Cecilia Jan mucho mejor aquí.

Entregarse a la maternidad sin pausa ni tregua es una expresión muy desafortunada. Cada una cría a sus hijos de la mejor manera posible, cada una es la mejor madre que sus hijos pueden tener. Y puede dedicarle todo el tiempo que crea conveniente. No sé si a alguien se le ocurriría decir algo como entregarse a su trabajo de forma agobiante. Seguro que no se entendería la crítica porque cada una emplea el tiempo como considera mejor. Pues eso.