miércoles, 30 de diciembre de 2015

El dosmilquince

De pequeña, Nochevieja era mi celebración favorita. Nos juntábamos con mi tía, que siempre nos hacía el mejor regalo, y mis primos. Veíamos a Martes y Trece, aunque yo no acabara de entenderlo, y sonreímos cuando mi abuela empezaba con las uvas a las doce menos cuarto, no fuera a ser que no le diera tiempo a acabarlas.

Años más tarde tocaba salir esa noche, al principio con la ilusión de la primera vez que vas a llegar a casa al amanecer y luego con el agobio de encontrar buen plan.

Y la melancolía. Cambiar de año, guardar el calendario y hacer balance. Pensar en los propósitos que te marcas para el año que empieza y reflexionar, por primera vez, sobre lo rápido que pasa el tiempo.  Echar de menos a tu abuela que empezaba a felicitar el año cuando tocaban los cuartos, porque ella ya se había comido las doce uvas.

Mañana acaba otro año. A estas alturas da un poco de vértigo lo deprisa que pasa la vida. Trescientos sesenta y cinco días atrás yo tenía un bebé de un mes y poco tiempo para hacer balances. Este año me ha pasado por encima, se me ha escapado entre los dedos.

No he trabajado. Me he ocupado de mis niños, uno a punto de echar a andar y el otro que lleva ya un trimestre en el colegio. He intentado hacer algo para mí, y todavía no sé cómo acabará este experimento de la UNED. Voy a volver a trabajar, a las mañanas de prisas y a las noches en blanco. Me da un poco de vértigo, pero sé que sobreviviremos.

Mis objetivos son que mis niños sean felices y estén sanos. Que nos queramos. Intentar no perder la paciencia más de un par de veces al día y acordarme de que dentro de poco echaré de menos a mís bebés. Y no habrá vuelta atrás.

Voy a colgar el calendario nuevo. Feliz año.

viernes, 25 de diciembre de 2015

El baño

Se acerca la hora crítica. Pasan unos minutos de las ocho. Llevas un rato pidiendo a tus hijos que recojan. Que guarden los juguetes. Que vayan para el cuarto de baño. Da igual. Nadie parece escucharte. Como casi siempre.

Sales del salón y te encaminas hacia la bañera. Primera parada técnica para coger pijamas y preparar la ropa del día siguiente. Enésimo grito que nadie escucha. Porque oírlo, tienen que oírlo, que seguro que hasta el vecino se está acordando de tu madre.

Abres el grifo. Unos jadeos se escuchan en el pasillo. Tu Peque llega gateando, más feliz que un regaliz porque oye caer el agua y sabe lo que se avecina. Todavía hay esperanzas. Se aferra al borde de la bañera y empieza el jolgorio. Si pudiera, se tiraba de cabeza.

Más pasos. El mayor, que por fin hace caso. ¿Has recogido? Preguntas, sabiendo dos cosas. Que no te va a contestar y que la respuesta, si la hubiere, sería negativa. En fin.

Empiezas a desnudarlos. El pequeño, embargado por la emoción, es capaz de sacarse el body solito por la cabeza. El mayor fluctúa entre las demostraciones de sus capacidades de chico grande y la pelusa de su hermano pequeño. Eso sí, seguro que, una vez sin ropa, intentará meterse solo en la bañera mientras tú intentas evitarlo.

Ya están los dos a remojo, rodeados de juguetes. Comienza la batalla. Los dos quieren el mismo. Cada uno tira hacia un lado. La bañera es resbaladiza y te da pánico que uno de ellos acabe cayéndose boca arriba y golpeándose la nuca o boca abajo y tragando agua. Suspirando, repartes cubos, barquitos y esponjas equitativamente. Da igual, cada uno va a querer los del otro.

Los enjabonas por turnos, los aclaras. El pequeño, cada vez más sobreexcitado, salpica más fuerte. Probablemente acabe tosiendo por culpa del agua que traga cada vez que forma una ola. O que se vacíe encima la jarra de plástico que usas para aclararlo. O que comience a beber agua con jabón de uno de los cubitos de plástico con los que juegan. Te ríes de los tsunamis en el Mar de la China.  Marejadillas al lado de la que monta el pequeñín.  Y el mayor no le va a la zaga. Para algo es el mayor, y tiene que demostrar que es capaz de salpicar más todavía. Las gotas llegan a los últimos azulejos de la pared. Del suelo, prefieres no hablar. No sabes para qué friegas.


A la hora de sacarlos comienza la siguiente batalla. El mayor quiere acabar el primero. El pequeño no para de retorcerse. Cuando consigues placarle y ponerle pañal y pijama sientes que necesitas tú otro baño. En un spa y con masaje, a ser posible.

Un minuto de secador les hace reír y ya están listos para la cena. Y tú, para el arrastre.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El golpe

El jueves, mientras los niños cenaban, Peque se dio un golpe. Estaba sentado en el suelo y debió echarse hacia atrás, como hace muchas veces. Le oí llorar y lo vi tirado boca arriba en el suelo. Lloró un poco más de lo normal cuando se da un golpe, pero al minuto ya estaba jugando como si nada. Eso sí, le noté un chichón importante en la coronilla. Creo que se dio con el revistero de la mesita del salón.

Les acosté pronto, la semana ya va pesando, y me metí en la cama. Al rato el pequeñín se despertó, como muchas noches, y, al sacarlo de la cuna, vomitó. Me asusté, llamé al Padre de las Criaturas, que estaba en el baloncesto, y observé al niño. Estaba bien, fijaba la mirada, cogía cosas, jugaba y estaba contento. Pero vomitó otro poco. Mi madre se quedó con Chicote y, cuando llegó El Padre nos fuimos a urgencias.

Le hicieron una radiografía a mi bebé, estaba bien pero seguía vomitando, así que nos dejaron en observación. Paradojas de la vida, en las cinco horas que estuvimos allí nadie vino a observarnos.

Peque vomitó varias veces, y a las cinco nos dijeron que le iban a poner una vía y, si seguía vomitando, a hacerle un escáner. ¿Qué? Para eso hay que sedarlo. Yo empecé a ponerme muy nerviosa. Mi niño de un añito, ¿sedado? Yo le había obsevado tras darse el golpe, y me pareció que estaba bien. O eso creía, porque cada vez entendía menos y me preocupaba más.


Ponerle la vía fue una tortura, no paraba de llorar y a mí se me hizo eterno el ratito que le estuvieron pinchando y colocando el tubito. Mi niño, tan pequeño, con esa tablilla en el bracito que se intentaba arrancar. Vomitó otro poco después de tanto llanto, y, con el suero ya puesto, se quedó dormidito.

Al rato entró la pediatra del siguiente turno para decirnos que le iban a hacer el escáner. Tuvo poco tacto, porque aseguró que los golpes en la región occipital son delicados, que seguramente era una conmoción y que, aunque el escáner estuviera bien, se tendría que quedar ingresado porque seguía vomitando. Yo me vine abajo, ¿un escáner cerebral a un niño tan pequeño ? Algo tenía que ir mal...

Me quedé fuera y El Padre de las Criaturas le acompañó. Quince minutos más tarde volvían. Todo había ido bien y mi chiquitín estaba despierto, como borrachito y muy animado. La pediatra, mucho más amable ahora, me explicó que no había nada malo en su cabecita y que en un rato le pondrían medicación contra los vómitos y le darían suero vía oral. Tras diez horas allí, esas eran las mejores noticias.

Pasamos las horas siguientes dándole el suero con una jeringuilla, que no sólo toleraba, sino que devoraba. Debía estar seco.... A mediodía nos mandaron para casa sin tener muy claro por qué había vomitado tanto.

Unas horas después lo descubrimos solitos. Gastroenteritis. Algún vómito más, diarrea y unas décimas de fiebre. La semana de adaptación en la guarde ha pasado factura. Con la mala suerte de que el primer vómito coincidió con el dichoso golpe en la cabeza.

Es tan duro, tan duro de verdad, ver a tu hijo malito, no poder explicarle qué le pasa, ni ayudarle a sentirse mejor. Sólo queda abrazarlo fuerte y desear que se ponga bien. Y tuve suerte, a mi niño no le ha pasado nada (nada que no se vaya a curar en un par de días con algo de suero y muchos mimos) pero, ¿cómo lo pasarán las madres cuyos niños sí estén enfermos? No sabremos si fuimos afortunados al contar con una pediatra tan metódica que decidió hacerle un escáner para tranquilizarnos o si tuvimos la mala suerte de que radiaron a nuestro niño para nada. Ahora no importa. Mi Peque duerme en la cunita que ayer metimos otra vez en nuestro cuarto. Su hermano está en casa de la abuela. Y a mí no me importan las noches sin dormir mientras los dos estén bien.

Qué susto.

jueves, 17 de diciembre de 2015

La cuenta

Todo es, a estas alturas del año, una cuenta atrás. Los días que quedan para 2016, para las vacaciones, los que faltan para que lleguen los Reyes cargaditos de regalos. Y yo sumo alguna más. El lunes empiezo a trabajar. Vale, dos días y luego me despido hasta enero, pero me suponen toda una prueba de fuego. Dos días a quince kilómetros de mi polluelo pequeño, que estará en la guarde sin probar bocado (aventuro) hasta que mami vuelva.

Estoy nerviosa. La adaptación está yendo muy bien, mi chico no ha llorado ninguna mañana cuando nos hemos despedido, juega con otros niños y sólo se pone tristón cuando llego, me echa los bracitos y le salen los pucheros. Está cansado y hambriento pero los dos sabemos que unos minutos después se dormirá al pecho.

Es raro estar en casa sola, pero más raro va a ser volver al instituto y pensar en que mis niños, los míos de verdad, van a estar tan lejos tanto rato.

A esto hay que sumar otros factores. El miércoles ponemos rumbo al sur, otro cambio más para los niños. Y vamos poquitos días, así que espero que los más de mil kilómetros entre ida y vuelta no se nos atraganten. Mi hijo mayor, que ya va teniendo sentido del humor, me dijo ayer que él lo que quiere es irse a un hotel estas vacaciones. Ojito, que, a este ritmo, el año que viene nos dice que él en Nochevieja prefiere irse de cotillón a cenar con nosotros.

A mí me esperan unas vacaciones de ponerme al día, de disfrutar de las últimas mañanas con mis pequeños a tiempo completo, de estudiar un poco y procurar que la montaña de ropa para planchar no supere el metro de altura.

Tengo ganas de que sea febrero. De llevar un mes peleándome con el reloj por las mañanas, dejando a cada niño en un sitio con un suspiro de culpabilidad por despedirme de ellos tan pronto, de haberme acostumbrado a ir a trabajar durmiendo poco y pasar las tardes intentando sacar tiempo para dejar la comida preparada para el día siguiente. Rutina, me estoy preparando.

Es la cuenta atrás.....




Y sí, yo también escucho esta canción y pienso en fiestas de pueblo y visualizo a los que hoy son ya respetables cuarentones con un vaso de litro (mini en mi tierra) en una mano y  moviendo la cabeza arriba y abajo.... 


lunes, 14 de diciembre de 2015

La matrona



En mi primer embarazo tuve una matrona genial. Yo no tenía muy claro qué era una matrona, ni cuáles eran sus funciones. Recordaba vagamente que, hace años, tuve a una compañera de alemán (sí, yo también tuve tiempo libro y aficiones) que era matrona, pero no me debía interesar demasiado el tema con diecinueve años. Menos mal.

La matrona, al menos en la seguridad social, es la persona que te lleva el embarazo, te pesa, te da consejos, te toma la tensión, te deja escuchar el latido del bebé y te da las clases preparto. Con mi primer hijo iba todos los meses. Con el segundo fui tres veces. Los recortes, supongo.

Mi estupenda matrona, que era hasta guapa, apuntaba todo en un cuadernillo de lo más cutre (que tampoco me dieron con Peque, por cierto) que guardo con cariño. Mi tensión, toooodos los kilos que cogí y las fechas de las revisiones. Tuve un embarazo bastante bueno, así que mis visitas eran agradables y se limitaban a las dudas que pudiera tener una madre primeriza y a los sabios consejos de mi bella matrona.

Recuerdo que, en la primera visita y, tras pesarme, me dijo que, como estaba tan delgada, podía coger fácilmente entre 18 y 20 kilos durante el embarazo y que no supondría ningún problema. Yo me asusté un poco (bueno, mucho) pero la verdad es que acabé engordando casi quince kilos y, como ella predijo, perdiendo diecinueve pocos meses después de dar a luz. Una pena que en mi segundo embarazo médicos, matronas y ginecólogos se empeñaran en llevarle la contraria y poner el grito en el cielo cada vez que me subía a una báscula. Ganas me dan de ir a verlos ahora y preguntarles quién necesita una dieta, si ellos o yo....

Las clases preparto me encantaron. Ella resolvía dudas, nos hacía participar, esbozaba cómo iba a cambiar nuestra vida.... Y acababa todos los días con una relajación. Cerrábamos los ojos, respirábamos profundamente y sentíamos cómo nos íbamos calmando a la vez que nuestros bebés. El último día repetimos operación, pero durante todo el ejercicio no paró de sonar su móvil, de abrirse y cerrarse la puerta y de subir y bajar persianas. Cuando acabamos, nos explicó que así iba a ser nuestra vida, teníamos que intentar relajarnos con todo eso de fondo.

Cuando, año y medio después, recogía a mi hijo de la guarde y, con Dora Exploradora tronando en la televisión, le abrazada, cerraba los ojos y me acordaba mucho de esa última clase. Sí, muy de mala madre ponerle la tele pero diez minutos de relajación en horizontal pueden ser vitales!

Tras parir, te dan cita con la matrona en los primeros días de vida del bebé para que vigile la lactancia y que todo vaya bien. Cuando entré con mi pequeñín (de casi cuatro kilazos), mis incipientes y ahora características ojeras y mi sonrisa de felicidad ella volvió a darme sabios consejos.

El primero y fundamental, mi favorito. Si El Niño está dormido, no lo despiertes. Pesa cuatro kilos, no se va a deshidratar, descansa. Eso me dijo, que me olvidase de las tres horas y otras chorradas y que durmiese cuando lo hiciera Chicote. Como podrán imaginar, queridos y fieles lectores, nunca me ha hecho falta despertar a mi primogénito, que vaya nochecitas, pero me dejó más tranquila saber que los ritmos los marcaba el mochuelo. Muy a mi pesar, por cierto.

Con Peque la eché mucho de menos. No qué afortunadas madres primerizas van a disfrutarla, pero espero que lo aprovechen. Al final, el personal sanitario son eso, personas, igual que nosotros. La simpatía y la empatía no van en el cargo. Pero se agradecen.




viernes, 11 de diciembre de 2015

El descastado

Nerviosa y con mi ya característica falta de sueño a cuestas me acerqué ayer a la guarde con el Peque, la mochila con la ropita de cambio y una bolsa llena de pañales, toallitas y accesorios varios.  Sonriendo a mi chiquitín, explicándole que mami volvería a buscarlo en un ratito y dándole muchos besos. Llamé a la puerta y, procurando no alargar el momento de la despedida, se lo dejé a su Profe y me despedí. Imaginaba que no iba a llorar, a su hermano también le pasó el primer día. Están tan despistados que casi no se dan cuenta de qué va el rollo...

A los cuarenta y cinco minutos volví a buscarlo y lo encontré sentado con otro niño, jugando con un piano. Me acerqué a él y tardó un poco en reaccionar, pero acabó echándome los brazos llorando. Con él bien cogido y cubierto de besos, su Profe me explicó que se había prodigado en sonrisas y había cogido un trocito de pan que estaba royendo, incansable. 

Hoy hemos repetido operación. Yo me sé la película, que para algo soy una madre experimentada y he pasado ya por estos lances. Imaginaba que el pequeño, al ver que se repetía la rutina del día anterior, comenzaría a hacer pucheros inconsolables cuando me fuera. Separación traumática y tres cuartos de horas muy largos, iba pensando. 

Pues nada, armada de valor he llamado a la puerta y, al ver a su Profe, mi hijo... Le ha echado los brazos! Me he despedido pero el muy traidor ni se ha girado. Qué descastado!! 

He de confesar que me he ido un poco tristona. Esperaba algo más de efusividad tras la separación. Su hermano me tuvo un curso entero con lloros matinales y escenas al dejarlo y a este no le ha costado acostumbrarse ni veinticuatro horas. Le haré el caso suficiente???

He ido a recogerlo y allí estaba, sentado con otro niño jugando a las construcciones. Cuando me he acercado ha hecho ademán de gatear en la dirección opuesta, menos mal que se ha girado riendo y me ha echado los brazos. Casi salgo corriendo a pedir hora en el psicoanalista. 

Me han dicho que ha hecho psicomotricidad, ha jugado a las construcciones y se ha echado dos amigos. Y todo en menos de una hora! 

Júzguenme pero me siento un poco mala madre. Tengo un hijo pequeño bastante poco apegado. Y, encima, me hubiese gustado un poco más, no sé, de dramatismo.... 

A ver si el lunes me echa una lagrimilla. Que yo también tengo sentimientos!! 


(PD
Al final nos nos hemos equivocado eligiendo guarde.... )

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Las interrupciones

Con una lagrimilla asomando por el rabillo del ojo recuerdo como, algunas noches, hace unos años, después de cenar, lavarme los dientes y ponerme el pijama, me echaba en el sofá con la tele bajita. Me daba la vuelta, poniendo la cara contra el respaldo, y me quedaba frita, con el único propósito de despertarme al cabo de un ratito y meterme en la cama, que entonces se me antojaba blandita y cómoda. Ya me despertaría cuando me viniera en gana.

Por supuesto, esos placeres, así como todos los derivados del doce far niente, se acabaron en mayo de 2012. Y no tiene pinta de que vaya a retomarlos a medio plazo.

Este puente me acordaba, con nostalgia, de aquellos fines de semana en los que una podía trasnochar porque no tenía que levantarse al día siguiente. A día de hoy no sólo trasnocho forzadamente, sino que la hora de levantarse la dictan mis hijos con mano de hierro. Uno puede pedir el desayuno a gritos a partir de las siete de la mañana, aunque luego se ponga a jugar y se le pase el hambre feroz que nos ha hecho a todos (cuando digo todos me refiero a todo el bloque) saltar de la cama al borde del infarto. Y el otro puede decidir a las seis menos cuarto que lo que le apetece es juerga flamenca hasta las siete y media, hora en la que se duerme como un bendito para dar relevo a su hermano. Así es, corazones.

Todas las noches me levanto y/o despierto una media de tres veces. Quizás cuatro. Hay rachas mejores, pero entre uno que quiere teta y otro que pide agua, pis o sueña a voces, me doy bastantes paseos pasillo arriba y pasillo abajo. A partir del tercer levantamiento o de las cinco de la mañana, el Peque se viene a mi cama y al menos me evito saltar descalza de la cama.

A todo se acostumbra el ser humano, más las madres, así que por las mañanas me doy por descansada si consigo hilar seis horas de sueño en tres turnos. He oído que eso de interrumpir el sueño es una tortua habitual. No voy a entrar en consideraciones.

Espero que entre este período y el de la adolescencia, cuando me levante varias veces a ver si los mochuelos han vuelto al nido, me den un lustro (al menos) de tregua. Lo digo para coger fuerzas y hacer cura de sueño. La voy necesitando....

jueves, 3 de diciembre de 2015

Los cambios

Un hijo te cambia la vida. Y la manera de verla. Es así. Al final la vida es eso, cambio constante, evolución en el mejor de los casos. Una (sabia) compañera me dijo hace unos años que ella procuraba cambiar de destino, de instituto o de ciudad cada seis años. Y lo hacía así para que la vida no se le pasara sin darse cuenta. Los cambios. Todo cambia.

Las personas cambiamos con los años. Siempre que tengo que hablar de los personajes redondos y de explicarles a los chavales la complejidad de, por ejemplo, Quijote y Sancho, les pregunto por ellos mismos. ¿A vosotros, les digo, os preocupaban las mismas cosas hace un par de años que ahora? En plena adolescencia, la respuesta es obvia.

Pero no es sólo la adolescencia. A lo largo de la vida cambian muchas cosas. Nuestros físico, desde luego, y no siempre para bien; nuestras perspectivas, nuestras prioridades, nuestras preocupaciones y, posiblemente, algunos de nuestros amigos. Últimamente cambian hasta los partidos políticos! Yo creo que no es malo cambiar. Creo, de hecho, que es necesario. Y no hablo sólo de política...

Ayer leía que el fundador de Facebook y su mujer han sido padres y, quizás motivados por la euforia y el subidón de oxitocina  postparto (o puede que sea una larga y meditada decisión) van a donar el 99% de su fortuna. No voy a entrar en consideraciones sobre la ingente cantidad de dinero que deben tener. No conozco mucho al tal Zuckerberg (montaña de azúcar en alemán??), no he visto la peli sobre su vida y ni siquiera tengo facebook, pero me cae bien. Hace unos meses, cuando hacían público su embarazo, explicaban que habían perdido ya un par de bebés, sacando un tema que todavía es tabú.

Y, quizá me equivoque, pero me da la impresión de que esas pérdidas, el luchar y tardar en conseguir algo tan especial como tener un hijo, es lo que les ha hecho reflexionar. Lo que les ha cambiado. Una pareja joven, escandalosamente rica y que, sin embargo, habrán pasado horas bajas intentando ser padres. Y, al tener a su bebé en brazos (que casi nace el día de mi cumpleaños) se dieron cuenta de lo que importa. Qué fácil será decirlo con su futuro asegurado. O no. Quizá sea igual de complicado. Y por eso van a donar su dinero. Van a intentar que el mundo sea un poco mejor para cuando su hija crezca. No creo que vayan a pasar necesidades, ni falta que hace. Simplemente, su cosmovisión ha cambiado. Todo cambia.




domingo, 29 de noviembre de 2015

El añito

Pero, ¿cómo? ¿ya? ¿en serio? Un añito... Ha sido, posiblemente, el año más rápido de mi vida. Hace un momento tenía contracciones, estaba de parto, tocaba a mi niño por primera vez... Llegábamos a casa, nos hacíamos a ser cuatro en la familia, pasábamos las primeras noches.

Y aquí está mi Peque, aprendiendo a soplar la velita, a ponerse de pie solito, a intentar dar pasos. Gateando, cogiendo la cuchara y llevándosela a la boca (sin comida dentro, pero es un primer paso) jugando con su hermano y gritándole cuando le quita los juguetes.

Volviéndose loco de contento a la hora del baño, lanzando pelotas, estrujando globos, persiguiendo la aspiradora e intentando tocar las lámparas. Haciendo que habla por teléfono, bailando cuando oye música, abriendo cajones sin pillarse los dedos.

Sonriendo mucho, sonriendo a todos. Señalando los columpios y echando los brazos a su abuela. Con la vista puesta en su hermano, tratando de teclear en el ordenador, de desbloquear el móvil y de agarrar la tablet.

Quitándose los calcetines, pataleando y retorciéndose a la hora de vestirlo. Sacando la ropa de la lavadora o subiendo escaleras. Arrancando hojas de revistas y pasando páginas de libros. Dando un coscorroncillo cuando le inclinas la frente.

Babeando y metiéndose todo (menos la comida) en la boca. Bebiendo agua del vaso hasta que se atraganta. Haciendo muy feliz a su madre.

Felicidadades.

viernes, 27 de noviembre de 2015

El cumpleaños

Noviembre siempre me ha gustado. Cumplo años hoy, y, cuando era pequeña, contaba los días que faltaban para celebrarlo. Siempre era la última de mis amigos en cumplirlos, y eso aumentaba mi ilusión. A partir de los veinte tuve una pequeña crisis existencial y dejó de hacerme tanta gracia ir sumando cifras. Pero noviembre seguía gustándome.



Este año afronto mi aniversario serena. Tranquila. Casi podría decir que feliz. No me atormenta hacerme más vieja y quizá no tan sabia como me gustaría. ¿Habré alcanzado el equilibrio? Hace unos años, en uno de mis diarios, reflexionaba sobre el papel de los cumpleaños de los padres. Pasan a un segundo plano, igual que otras muchas facetas de la vida cuando se tienen hijos. Mi Peque cumple su primer añito pasado mañana, así que no he podido pasar a ser más segundona. Y creo que me encanta.

No me hace demasiada ilusión abrir regalos, pero me apetece mucho que mi niño mayor me cante el Cumpleaños, me dé unos besos y me diga que me quiere mucho, amor, y que soy su corazón y su princesa (sí, apunta maneras de galán de telenovela)

El domingo comeremos tarta y mi pequeñín soplará (llevamos días ensayando) su primera velita. Yo le echaré una mano y disfrutaré de su día incluso más que del mío.

Supongo que eso es hacerse mayor. Felicidades.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La pública

A veces los planetas se alinean y, aunque los niños sigan sin dormir, tienes un golpe de buena suerte. Eso nos pasó el lunes, cuando, tras un fin de semana dándole vueltas al tema de la guarde del Peque, decidimos llamar a la escuela infantil en la que no entró mi Chicote hace ya casi tres añitos.

Lo hicimos sin esperanza, sabiendo que teníamos un no por respuesta. Pero a veces la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida y resulta que este mes se quedaron dos plazas vacantes. Una ya se había cubierto pero quedaba otra. ¿Qué? Pues nada, que me puse los zapatos, me eché al niño a los brazos y allí que me fui. Me volví al rato con todos los papeles para rellenar en casa y entregarlos al día siguiente, cuando formalizaría la matrícula.

La guarde nueva tiene muy buena pinta. Ya la visité en la jornada de puertas abiertas de 2012. Las instalaciones son increíbles, ¡tienen hasta huerto! Y la directora es una vieja conocida. Fui al colegio con su hijo mayor, y mi hermana con el pequeño. Me ha presentado a la que va a ser la Profe de mi niño, que me ha gustado mucho. El viernes tenemos una reunión con ella, para hablar del pequeñín y que nos cuenten lo que va a hacer allí a diario. Haremos la adaptación en diciembre, los días que necesitemos.

Estoy muy nerviosa. La separación es inminente. Dicho así suena de lo más melodramático, pero es que me va a costar no verle la carita a mi bebito las veinticuatro horas del día. A pesar de eso, creo que hacemos lo correcto. Me da pena que los hermanos no hayan estado en el mismo sitio, pero sé que esta es la mejor opción. La guarde de Chicote no estaba mal, pero esta está muy bien. Conozco a la directora y a varias profesoras y me dan mucha confianza. Me pasa una cosa curiosa. Con el primer hijo tuve menos dudas, confiaba en las personas a las que se lo dejé sin dudar un momento. Ahora me cuesta más. Con el pequeño ya sé qué quiero y qué no.

No lo he dicho, pero esta guarde, escuela infantil si quieren, es pública. Nos cuesta un poco más que la privada porque pierdo las ayudas de la Comunidad. Pero nos merece la pena. No es un negocio, por mucho que busquen rentabilizarlo desde según qué Administraciones. Va a ser el primer cole de mi niño pequeño. Y, por cierto, está valla con valla con el cole de mayores del mayor.

Deséenme suerte. La Operación Vuelta al Cole empieza para todos....


sábado, 21 de noviembre de 2015

La guarde

Me queda mes y medio. Como una condena. Dentro de mes y medio vuelvo al tajo, y mi Peque de mis amores, mi bebé, mi niño pequeño, empezará la guarde. Me separaré de él seis o siete horas al día y tendrá que comer, dormir y jugar lejos de mí. De su mamá. Me empieza a doler la tripa de pensarlo.

Hace unos meses pagué la matrícula y pedí las ayudas que da la Comunidad de Madrid a los padres que llevan a sus hijos a escuelas infantiles privadas ( que es un tema que merece una entrada aparte, por cierto) en la misma guarde a la que fue mi Chicote. Como, además, está enfrente del cole, puedo dejar a mi hijo mayor los dos días que entro antes y le llevan al colegio. Así, pensaba yo, irán  juntitos y seguro que les cuesta menos.

La guarde no es nuestra preferida, pero en la pública no nos dieron plaza y el último año me dio pereza cambiar a mi hijo mayor, que ya había hecho amigos y estaba contento.

Pero algo ha cambiado. Nuestro barrio es un barrio joven, lleno de parejas con niños pequeños, de gente que pasea luciendo carrito, mochila ergonómica, triciclos, embarazo o un par de estas cosas. Y, claro, en algún lugar tienen que estar estos niños mientras sus padres trabajan. Y me he enterado de que en la clase a la que irá mi bebito hay diecinueve criaturas. El mío hace veinte. Legalmente el máximo son catorce, pero tienen dos maestras, e imagino que ahí estará la trampa. El espacio es el mismo, todos los niños y las dos maestras en una sala que no llega, según mis cálculos, a los dos metros cuadrados por niño que exige la ley. Pero ni de coña.

Y así estoy. Hecha un lío. O una mierda, según se mire. No estoy tranquila, y sé que no lo voy a estar cuando deje a Peque. Me he dado de bruces con la realidad, al final las escuelas infantiles privadas son negocios. Y en los negocios prima lo económico, claro. Sí, parece que me cuesta un poco enterarme, porque hace dos años y medio también era un negocio. Pero ahora estoy más resabiada.

El lunes voy a preguntar en las públicas, no vaya a ser que los astros se hayan alineado y quede un hueco para mi niño. E iré a hablar con la directora de la guarde del mayor, y a preguntarle claramente que dónde meten los niños.

Y, desde luego, desde aquí me quejo y exijo, ahora que estamos en precampaña electoral (alguna vez no lo estamos?) que se pare ya de privatizar la educacón infantil. Que se deje de dar subvenciones a escuelas privadas y se invierta en escuelas públicas, en las que, además de tener unas instalaciones infinitamente mejores, sabemos que no van a mercadear con nuestros pequeños.

martes, 17 de noviembre de 2015

La tutoría

Como profesora he tenido cientos de entrevistas con padres de alumnos. No es mi parte preferida del trabajo, pero siempre creo que no son suficientes. Nunca he llegado a conocer a todos los padres de mis tutorandos, y ha habido cursos en los que me las he visto y me las he deseado para poder localizar a alguno. Una pena porque la comunicación entre padres y profesores es primordial en la educación.

Por eso El Padre de las Criaturas y una servidora estábamos entre nerviosos y expectantes ante la primera entrevista con la Profe de Chicote. Yo me veía por primera vez del otro lado, y fui más consciente que nunca del trabajo tan bonito que tengo (al que volveré en mes y medio, y ya veremos si entonces me sigue pareciendo tan bonito)

La Maestra (que es una palabra preciosa y en desuso) nos recibió en el aula donde da clase a nuestro hijos. Nos sentamos en sillitas diminutas, rodeados de cuentos, juguetes y disfraces. Allí nos contó que Chicote se ha adaptado bien, que participa mucho en clase, cuenta cosas, respeta su turno y hace caso a todo lo que le dicen, que tiene muchos amigos y es bastante autónomo. Ella no ha visto ni rastro de rabietas, rebeldía ni desafíos, trío de ases con los que sí nos deleita en casa a diario. Ya lo imaginábamos, pero tranquiliza mucho que te lo cuenten.

Su Maestra nos ha citado a todas las familias este primer trimestre, empleando todos los días, y no sólo el que tenemos estipulado para visitas. Nos habló un poco de la clase, con la que está muy contenta, pero también nos dijo que le faltaban recursos para atender a algún niño con necesidades educativas especiales.

La Maestra es una mujer un poco seca al principio. En la reunión que tuvimos en septiembre, antes de empezar las clases, a mí me gustó más la otra. Cuando acabamos, nos entretuvimos viendo las aulas y entonces ella se paró a charlar con nosotras. Ahí me di cuenta de que mi primera impresión no había sido justa. Me gustó esa mujer y supe que, si trabajásemos juntas, seguramente nos llevaríamos bien.

A la entrada y salida del cole se comentan muchas cosas entre las madres ( y algún padre) que dejamos y recogemos a nuestros churumbeles. He oído que los niños están muy contentos son su Profe. Y también alguna queja. Mucha gente no sabe (y seguramente no tiene  por qué saberlo) que en los coles tiene que haber profes de apoyo para niños con necesidades educativas especiales. Porque si es complicado lidiar con 25 niños, imagínate si hay dos o tres que requieren más atención. Tampoco saben que una maestra de colegio no puede limpiar a los niños cuando van al váter, porque entonces deja a otros veinticuatro solos en clase. Y que es imposible que a diario nos cuenten todo lo que han hecho, como pasaba en la guarde. Seguro que a muchas maestras les gustaría dar una atención más personalizada, pero no pueden hacer nada más.

Las maestras no eligen sus grupos, ni el número de niños que van a tener. Hay unos ratios que van en aumento curso tras curso, igual que cada vez hay menos profesores y, por tanto, menos apoyo y una atención mucho menos individualizada. Que haya niños de dos años en el colegio (porque, si han nacido a final de año, alguno entra con dos añitos) que deben comer solos, ir solos al baño y poder contar a sus padres qué han hecho a diario siete horas no es, seguramente, lo más deseable.

Por eso, que nuestra maestra se quede todos los días a mediodía recibiéndonos, a los padres primerizos que miramos asustados a nuestros retoños entrar en clase a diario, tranquilizándonos y contåndonos lo que hacen es un detalle. Gracias.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Las nochecitas

Vaya semana se nochecitas toledanas llevamos. Una racha de esas que me hace sentir pavor ante la próxima vuelta al mundo laboral y pensar en cómo haré yo para trabajar, dejar y recoger niños, poner lavadoras, corregir exámenes, bajar al parque, hacer compra e intentar comer algo sin apenas dormir. De combinar pantalones y jersey o peinarme ni hablamos.

Luego cojo aire y pienso que a lo mejor no. Que quizás en algo menos de dos meses tengamos una racha mejor. Y si no la tenemos, ya sé que es eso, una racha. Que no hay mal que cien años dure. Sobre todo, porque a este ritmo no duró yo ni cien días...

De las últimas cuatro noches Chicote se ha hecho pis en la cama tres. He mirado en internet y no es raro que un niño moje las sábanas (y el pijama, la funda del colchón, y el edredón) cuando está muy cansado, o hay cambios en su vida o algo le reconcome. Parece que los celos hacia el hermano que ya acapara demasiadas atenciones tienen muchos efectos secundarios. Esta noche no he podido evitar ponerle pañal cinco meses después de habérselo quitado. Necesitaba una noche sin poner lavadoras y secadoras de madrugada y sin hermano pequeño desvelado por tanto trajín.

Mi Peque, aquel angelical bebé que dormía plácidamente tantas horas con pequeños intervalos de succión de teta materna, ha empezado a cambiar. Se mueve, se retuerce, se agita y se queja en sueños. Yo me levanto, enciendo y apago luces, me doy paseos, lo miro, le pongo el chupete. Y no duermo. Ya sé que es normal que los niños, cuando empiezan a moverse más duerman peor porque les cuesta parar la actividad incluso dormidos. Pero saberlo no me consuela. A esto hay que sumar que sigue sin comer sólidos y, claro, tiene que mamar por las noches. Porque mi leche estará supervitaminada y mineralizada pero el retoño tiene que llenar el depósito.

Así me hallo, con unas ojeras que no me hace falta maquillaje de Halloween, una mala leche a flor de piel y unos reflejos que seguro que el psicotécnico para conducir no me lo aprobaban. O sí, que en mi renovación de carné se lo dieron a un hombre de 97 años con más temblores que mi pulso en estos instantes.

A ver si me dan un respiro estos mamelucos insomnes y esta noche descansamos. O la siguiente.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Los lloros

Yo iba a hablar de otra cosa pero como me hallo en un estado de constante indignación y vivo pendiente de la actualidad, paso a relatar lo acontecido esta mañana (lo bueno de que te despierten antes de las seis y media es que a las nueve ya tienes con qué rellenar un par de entradas)

Cuando llegábamos al colegio, un niño de unos cinco años lloraba a moco tendido sentado en el patio. Su padre, que empujaba un carrito, le recriminaba que estuviese enseñando a su hermano a llorar (será el primer bebé de la historia con el modo llanto desactivado) ¿Eso lo enseñas a tu hermano, que se llora? Regañaba el padre. Yo he suspirado, pensando si acercarme a consolar al niño, cuando una señora mayor, una abuela que venía justo detrás de nosotros, ha dicho: Deja de llorar, que los hombres no lloran. Así, a gritos. Y se habrá quedado tan ancha.

Como soy una cobarde, me he girado y he mascullado algo. Lo sé, tenía que haber contestado con la boca más grande. Haciendo amigos en el cole.

No entiendo el problema con los lloros de los niños. Los niños pequeños tienen que aprender a gestionar sus sentimientos. No es malo que lloren. Es normal. Y yo soy partidaria de no coartar sus llantos. Y, mucho menos, de decir tamaña estupidez como que los hombres no lloran. Señora, no había ningún hombre llorando. Y si lo hubiera, ¿qué tiene de malo?

Me indignan y enervan (quizás tuviera menos canas si me lo tomase todo con más calma) esos comentarios hacia niños pequeños. Si mi hijo está frustrado, cansado, si tiene sueño, si se ha caído, pues llora. Hay veces que lo entiendo y corro a darle un abrazo. Otras me pongo nerviosa, porque pienso que no hace falta dramatizar tanto porque se haya roto una torre de legos o su hermano cambie de canal metiéndose el mando en la boca. Entonces procuro ( a veces es difícil) decirle que se tranquilice, que tiene solución. Pero no le digo que no se llora.

No se pega, no se insulta, no se tira uno de cabeza del columpio ni se cruza la calle sin mirar. Pero, ¿llorar? ¿Qué problema tenemos con las lágrimas de un niño? ¿Y de un adulto? Por favor, cuando un niño llora vamos a ver qué le hace llorar. Y no a censurarlo por no saber expresarse de otra manera.

Yo lloro muchas veces. De pena, de alegría, de rabia. No de la forma espontánea de mis hijos, es lo que tiene hacerse mayor, pero seguro que en treinta años ellos también habrán aprendido a controlarse. Entonces espero que sean capaces de gestionar sus emociones, de no avergonzarse de sus sentimientos y de ser capaces de expresarlos. Y ojalá sean capaces de contestar bien alto si alguien les dice una estupidez tan grande como que los hombres no lloran.



domingo, 8 de noviembre de 2015

Las mujeres

Hará una década. Estaba en clase con mi tutoría, un grupo de cuarto de ESO lleno de chavales majos, que estudiaban poco y rozaban la mayoría de edad. Leímos un texto y lo estábamos comentando. El debate era la diferente educación (si es que la había) que se daba a los niños y a las niñas. Un tema muy manido, pensaba yo. Cuán equivocada estaba.

Fue una chica, delegada y líder natural de la clase, que tras unos años haciendo un poco el cafre había madurado y se esforzaba por sacarse el graduado en su último año de esolarización. Era trabajadora y de trato fácil, y muchas veces mediaba entre sus compañeros y los profesores. Por eso me sorprendió tanto su afirmación categórica, de mujer vivida que te cuenta una de esas verdades que sólo se aprenden en la escuela de la calle. Profe, es que no es lo mismo tener un hijo que una hija. Yo a mi hija no la dejaría volver tarde a casa ni salir sola. Y a mi hijo sí. Eso dijo. Y sus compañeros asentían.

La joven e impresionable profesora que era yo entonces abrió mucho la boca, porque se quedó sin palabras unos segundos. Y a ti, ¿te parecería bien que tus padres te dejasen salir menos tiempo que a tu hermano? Pude articular. Es que yo tengo novio, me contestó.

Vaya jubilación me espera si este es el planteamiento de quienes van a pagarme la pensión, debí pensar yo. Luego seguimos el debate, en el que tuve que meterme, por cierto. Menos mal que al final de la clase otras dos chicas, más discretas que su compañera pero con experiencias vitales similares, se acercaron a decirme que ellas opinaban como yo y que el sentir de la mayoría de la clase les parecía de lo más retrógrado.

En el parque esta mañana un grupo de madres de hijos varones hablábamos sobre machismo. Bueno, lo que nos dejaban los peques. Y todas coindían en que era una suerte haber tenido niños, porque les pueden pasar "menos cosas". Yo me he acordado de esa clase de cuarto de ESO. De la  manifestación de ayer en Madrid contra la violencia de género. De la madre del Padre de las Criaturas, que me preguntaba si su hijo me ayudaba en casa.

Por supuesto que estoy contenta de tener a mis dos pequeñines. Pero creo que también estaría contentísima si hubiera tenido niñas. No me cambiaría por ningún hombre. Nunca se me ha pasado por la cabeza que ser mujer sea una desventaja, a pesar de que no creo que haya igualdad en muchos ámbitos.

Es increíble toda la gente que me ha preguntado si me da miedo quedarme sola en casa cuando mi pareja se va de viaje. Pues no. Tampoco tenía miedo cuando vivía sola, ni cuando voy por la calle de noche. No me daba miedo hacerme casi 600 kilómetros en coche solita un par de fines de semana al mes. Ni otro montón de cosas que los hombres hacen habitualmente y ante lo que nadie se pregunta si pueden sentir temor.

Se me ocurren mil ejemplos (vale, quizá alguno menos) de micromachismo. De paternalismos hacia las mujeres. De comportamientos que tenemos asimilados como naturales, de roles que seguimos
perpetuando.

Cuando leo en el mundo.es  (lo sé, no aprendo) los comentarios a un interesante artículo que habla precisamente de eso, de los micromachismos, me doy cuenta de que no es un tema tan manido como pensaba yo hace una década.

¿Cómo será el mundo de mis hijos? Espero. No, deseo, que mi hijos no ayuden nunca a ninguna mujer a hacer las tareas de la casa. Y espero que no lo hagan porque esas tareas serán también las suyas. Espero que puedan tener más de quince días para cuidar de sus hijos, si deciden tenerlos. Y que puedan coger una excedencia para cuidarlos. Y, sobre todo, que nunca me digan que esa muñeca es para niñas, o que pueden quedarse más tiempo en la calle que sus amigas. Que nunca, nunca nunca piensen que ninguna mujer es menos que ellos por el hecho de ser mujer. Y que respeten a todas las personas que se crucen en sus vidas.


jueves, 5 de noviembre de 2015

Las manualidades



Cuando tienes un hijo eres consciente de que vas a hacer muchas cosas nuevas. Vas a cambiar pañales. Vas a dormir (muy) poco. Vas a tener horarios distintos. Vas a vestir y desvestir a otra personita todos los días. Varias veces, incluso.

Pero nadie te avisa de una cosa. Nadie te habla de las manualidades. Coser, cortar, pegar, cocinar. Varias veces al año. Da igual que seas torpe. Da igual que no seas capaz de enhebrar una aguja o freír  un huevo. Hay que sacar el lado creativo. O estarás condenad@ al ostracismo en grupos de whatsapp maternales y a la salida del colegio. Es lo que hay. Benditos tutoriales de YouTube.

En la guarde fueron los disfraces. Dos años de Chicote hacen dos Halloween, dos Navidades, dos Carnavales y dos fiestas fin de curso. Sumen ustedes. Menos mal que tengo a La Abuela. Apañada, rápida y con un manejo de Internet nivel usuario avanzado por si la creatividad anda esquiva. Así mi niño ha ido de Mickey, pastorcillo, pollito, pirata, brujo, rey mago y elefante. Todos caseros. No hemos comprado ni una careta en los chinos.

Pero llega el cole. El Cole. Todavía no hace tres meses que vamos a clase. Y hemos tenido fiesta de Halloween, del otoño y un par de trabajitos manuales. Qué agotador.

La Abuela hizo un disfraz de murciélago (la temática era libre pero Chicote dijo que quería murciélago ¿? y La Abuela no pudo resistirse ni sucumbir a los disfraces del chino. Que para Halloween son buen apañados) que me río yo de Maty.


Luego los ttabajos manuales. Otras dos tardes me pasé recortando revistas, evitando que Chicote blandiese las tijeras y quitando pegotes de pegamento de la mesa del salón. Seguro que Peque se comió alguno. A ver si así se alimenta de algo.

Y mañana es el gran día. La fiesta del otoño. Hay que vestirlos en tonos ocres (que ya sabemos que es un must it en un fondo de armario de niño de tres años) y deben llevar un desayuno creativo hecho con pera. Toma. Así que he buceado en Internet y, tras desechar unas cuantas ideas e inspirarme (sí, me he venido arriba) un poco he cocinado peras-ratones. Adornados con pipas, fideos de chocolate, orejones y espaguetis. Suena asqueroso pero ha quedado monísimo. A ver en qué estado llegan mañana.

En fin. Veo en un horizonte cada vez más próximo la Navidad. Y me echo a temblar.


miércoles, 4 de noviembre de 2015

Las horas

Ochenta minutos. Como los días que tardaba el Willy Fog de mi infancia en dar la vuelta al mundo. Ochenta minutos he esperado hoy a que se durmiera mi hijo mayor. La Bestia Parda de la hora de acostarse. El que siempre está en huelga de sueño.

A las nueve menos cuarto, cuando ya los tenía bañados, en pijama y cenando (bueno, al mayor, porque el pequeño cenar, cenar, lo que se dice cenar, mucho no cena) he mirado de soslayo el reloj y he pensado: lo mismo a las diez están ya fritos y tengo un ratito. Ilusa de mí. Si es que no aprendo. 

Peque ha empezado a estirarse y retorcerse hacia mis brazos, señal inequívoca de que quiere teta y sueño, así que me lo he llevado a dormir. En cinco minutitos ha caído como el bendito que es y he podido acompañar a Chicote a lavarse los dientes. 

El muchacho quería que le "leyera" el catálogo de juguetes de El Corte Inglés (donde parece que ya ha llegado la Navidad) así que he tenido que ingeniármelas para pasar las páginas de tres en tres y no eternizarnos enumerando todo lo que se quiere pedir la criatura. Que, para resumir, es todo lo que viene en el catálogo. Pero todo. 

 Cuando he conseguido cerrar la revista ha empezado el bucle. Que quería otro cuento. Que no, que es tarde. Que sí.  Pues uno corto. Y el muchacho coge, obviamente, el más largo. Y yo que empiezo a perder la paciencia. Y ėl que lo ve venir. Y grita. Y yo visualizo el desastre. Lo intento evitar. Pero es tarde. Ha despertado a su hermano y sus gritos van a más. Los adorna con lágrimas. Me lo llevo al salón y vuelvo corriendo y suplicando que el pequeño no se haya desvelado. 
Otra vez a empezar. Toca dormir al pequeño mientras el mayor, tras un rato de lagrimones, vuelve pidiendo hacer las paces y se me mete en la cama. Espera pacientemente a que su hermanito se quede frito y entonces me pide que lo coja, que lo duerma, que le haga  cosquillitas o que le baile la jota. 

Ya estoy nerviosa y estoy segura de que lo transmito. Eso o la luna, pero a mi niño, que a las siete y media parecía estar ya pidiendo la hora, con esas mini rabietas provocadas por el puro cansancio que conocemos tan bien las madres de preescolares, no le entra sueño. Y nos dan las diez y media. Pasadas. 

En fin. Con la de cosas que tenía yo que hacer. Con lo que me gustaría ver una serie o leer un libro. O recoger la ropa. Me lo voy a llevarlo a su cama, a ver si aguanta hasta mañana. Está tan guapo.




miércoles, 28 de octubre de 2015

Los comentarios

Resulta que esta semana Televisión Española ha estrenado un programa nuevo. Presentado por Cristina Lasvignes. Y resulta que la presentadora ha decidido comenzar el mismo amamantando a su bebé, sentada entre otras mujeres que hacían lo propio.

He de reconocer que no he visto el programa. Lo he leído en varias páginas web, donde enlazaban con los siete primeros minutos del mismo. Efectivamente, Lasvignes saludaba a la audiencia y, según se abría el plano, aparecía en escena su retoño agarrado a la teta. Bueno, eso suponemos, porque la teta, desde luego, no se veía por ningún lado. Como suele pasar cuando mama un bebito.

Por eso me han extrañado dos cosas. La primera es el final de la mayoría de artículos que he leído, en los que comentan que la presentadora (además de una audiencia muy baja, por cierto) ha acumulado tanto felicitaciones como críticas. Vaya, ya estamos.

La segunda son esas mismas críticas vertidas en forma de comentarios a la noticia en el mundo.es. Aquí. Ojiplática e indignada me hallo. Que si la lactancia está muy bien pero en privado. Que si cagar y mear también es natural y todos lo hacemos en privado. Que si tenemos derecho a dar el pecho pero que tenemos que tener buen gusto. Y bueno, un guarrilla del que mejor no comentar nada.

Ay, qué pereza. No entiendo nada, porque en el programa también aparece una mujer desnuda de cintura para arriba para enseñar a hacer una exploración mamaria, y nadie se queja de ese pecho (sólo faltaría) Así que no sé si la molestia es que los bebés coman cuando y donde tienen hambre (malditos lactantes que tardan tanto en tener horarios fijos) o que cualquier madre pueda seguir con una vida relativamente normal y salir de casa sin burka para taparse teta y niño cuando a éste le entre hambre, o sueño. O se ponga tonto. Que es lo que tienen los bebés, que no se les puede dar al off hasta que una está en casa a salvo de miradas.

En fin. Que me parece muy buena idea el inicio del programa. La lactancia es algo natural. Y muy bonito. Y no hay que esconderlo, a ver si nos acostumbramos a que los bebés forman parte de la sociedad. Y hay que sacarlos. Y no sólo en los anuncios de pañales.

lunes, 26 de octubre de 2015

El teleférico



El treinta y uno de agosto, aprovechando que todavía se podía aparcar gratis en Madrid por las tardes,  que hacía calor y que estábamos de vacaciones decidimos ir al Teleférico con los niños. A Chicote le encantó la idea cuando le enseñé unas fotos y para allá que nos fuimos. Al bajar las escaleras (muy poco práctico para carritos de bebé, prefiero no pensar en quien vaya en silla de ruedas) ya vimos que mucha gente salía en masa quejándose. ¿Será posible? Se acababa de averiar y no había previsión de que lo arreglasen esa tarde.


Tuvimos que conformarnos con los loros del Parque del Oeste, los columpios del Templo de Debod y el mejor atardecer de Madrid. Todo aderezado con un cabreo moderado por parte de mi hijo el mayor.

Ayer domingo, aprovechando que lucía el sol y que el reloj biológico de mis hijos no había acabado de interiorizar el cambio horario, decidimos retomar el plan.

A unas horas casi intempestivas para ser mañana de domingo, aparcamos el coche, no sin esfuerzo. Y es que nos topamos con un mítin electoral de esta sempieterna campaña en la que vivimos. La fiesta de la democracia, que la llaman.

Tras la cola de rigor y las fotos que te hacen (como las del Zoo) nos subimos en nuestra cabina. El viaje merece la pena. Hay unas vistas espectaculares, una vocecita te va explicando lo que ves y los niños se lo pasan en grande. Chicote incluso asegura que vio barcos surcando el Manzanares....

He de reconocer que las alturas me dan un poco de vértigo, pero en ningún momento pasé miedo, a pesar de que se nota que las instalaciones no son nuevas, pero están cuidadas y tienen mucho encanto. Coincidimos sobre todo con familias y niños pequeños, también había alguna pareja y menos turistas de los que esperaba encontrar.


El trayecto acaba en la Casa de Campo, con un mirador (aparte del del restaurante, donde no entramos) desde el que los pequeños alucinaban viendo las montañas rusas del Parque de Atracciones  y yo me puse nostálgica con las vistas de Ciudad Universitaria. Hay unos columpios muy chulos en los que Chicote casi se abre la cabeza ( son para niños un poco mayores, pero mi hijo es rebelde porque el mundo le ha hecho así) así que se puede echar un rato agradable.

Montamos de nuevo en el teleférico (hay opción de billete sólo de ida) un poco más pobres, porque al final cogimos las fotos, que salen más caras que el billete de ida y vuelta. Pero la jodía fotógrafa nos sacó tan guapos....

Comimos en la Plaza de los Cubos, sólo para estar cerca de tantos cines a los que no sabemos cuándo volveremos a entrar. Y para que Peque se cagase vivo, manchándose body y pantalones para recordarme lo incómodo que es cambiar a un bebé en un baño público. Volvimos a casita con los niños tronchados de sueño y tantas emociones.

Así que hala, un plan de domingo muy recomendable para ir con niños. O sin ellos.

http://teleferico.com/



viernes, 23 de octubre de 2015

Las medidas


Esta mañana, mientras mandaba besitos a Chicote que se metía en clase agarrando de su Amigo-del-alma, he oído a unos padres comentar la última promesa de algún candidato electoral en plena precampaña. Ante los lloros de su pequeño, el padre aseguraba que quieren (no aclaraba quiénes) que los niños de tres años no pasen tantas horas en el colegio. Y añadía que es una barbaridad que niños tan pequeños pasen fuera de casa siete u ocho horas diarias.

Pues sí, toda la razón. ¿Y el problema? Una madre se adelantó a plantearlo. Lo que me faltaba, dijo, si yo casi no llego a buscarlo ahora, que lo dejo en acogida, como salga antes no sé qué voy a hacer. Pues eso. La conciliación. Si trabajamos unas ocho horas diarias de media en esta país, con una hora para la comida y otra hora y media entre ir y venir al trabajo (en el mejor de los casos en las ciudades) hacen un total de diez horas largas fuera de casa. Que es el tiempo que muchos peque pasan en guardes, coles y extraescolares.

A veces lo acortamos cuando uno de los padres entra un poco más tarde, o sale antes. O reduciendo la jornada. Soy yo, con un horario bastante bueno, y tendré que dejar una horita antes a Chicote cuando me incorpore. Como si no fuera ya bastante!

Si ya empezamos a hablar de reuniones con profesores, días en los que se ponen malos, períodos de adaptación, vacaciones escolares, jornadas no lectivas... O nos buscamos unos abuelos jubilados, ociosos, en buena forma y que vivan cerca o tenemos un problema. Y no hay Houston que nos ayude.

Como tenemos elecciones generales a la vista, en la que, a juzgar por las encuestas, no hay nada  claro, puede que sea un buen momento para que nuestros políticos se planteen unas cuantas medidas de apoyo a las familias. Y no me refiero a esas marchas con los señores obispos a la cabeza manifestándose contra el aborto o el matrimonio gay. Más bien me refiero a lo contrario.

Por ejemplo.
 - Dos días al año de visitas al tutor de nuestros hijos mientras dure el período escolar. Por ley, es obligatorio que los padres vayamos a mantener una charla dos veces durante cada curso. Dos ratitos que dejamos el trabajo, no creo yo que pase nada.
- Unos días por enfermedad de hijo menor de doce años. No hospitalización, sino prever, no sé, cinco días al año que podemos ausentarnos de nuestro puesto de trabajo porque nuestro pequeño está enfermo y tiene que quedarse en casa. Cinco para la madre y cinco para el padre. ¿Iba a ser un coste muy alto para el Estado y las empresas?
- La semana de adaptación de nuestros hijos al cole es de vacaciones. Una semana en la vida por hijo. Tampoco es para tanto. Y no vale que se quiten esas vacaciones de las anuales, estas van aparte.
- Reducción de jornada o posibilidad de teletrabajo durante las vacaciones escolares.
-  La misma posibilidad para padres de niños en edad escolar. Un par de horas menos diarias y comer en casa, o en el autobús de camino, o no comer. Así es la vida de los padres. Y que elijan los padres, no las empresas.

No me refiero a medidas populistas o carísimas. No soy experta en economía pero estoy segura de que son medidas viables. Y deben ser universales, para todos. Y, sobre todo, que no fomenten la no contratación de mujeres en "edad fértil".

En este país estamos a años luz de conseguirlo, y lo que necesitamos es un cambio de base, de forma de pensar. Criar niños, educarlos, es un servicio a la sociedad. Casi un trabajo, sólo que bastante más motivador que la mayoría. Y más absorbente. Y sin horarios. Cuando lo entendamos quizás estemos preparados. Y no tengamos que mirar a los nórdicos con tanta envidia.





miércoles, 21 de octubre de 2015

La administración

Soy profesora. Y funcionaria. Me gusta mi trabajo. A veces, incluso me encanta. Y no es por las vacaciones. Mi porque vivamos en un estado permanente de dolce far niente mientras contemplamos a las hordas de adolescentes desde nuestra tarima. Quien se imagine que los profesores llevamos tal vidorra, que se pase por una masificada clase de cualquier instituto público madrileño, por ejemplo, y luego me cuantifique las vacaciones que crea necesarias.

Bueno, a pesar de los recortes, de lo denostada que está nuestra profesión y de las cosas que a veces hay que oír y soportar, yo estoy bastante feliz con mi trabajo. Me gusta. Creo que es vocacional. No hice una carrera orientada a la docencia, pero en tercero me di cuenta de que me gustaba enseñar. Y me licencié, hice el CAP y aprobé unas oposiciones a los 23 años. Y me puse a dar clase. Y resulta que mi trabajo me gustaba mucho, y encima me dejaba tiempo libre. Y cobraba todos los meses, que entonces no era tan raro, pero en estos tiempos es casi una suerte. 

Además no tengo jefe directo. Me paga la Consejería de Educación todos los meses, y como me mandan la nómina a casa, nadie me felicita por mis logros ni me recrimina lo que gano. 

A lo largo de mi ya casi dilatada carrera profesional he estado sin cobrar unos cuantos meses. No es porque haya faltado a mi deber, ni porque la empresa esté en suspensión de pagos. Es que decidí cogerme unos meses de excedencia en mis dos maternidades. 

Desde abril, cuando acabó mi exiguo permiso de maternidad, me hallo en situación de excelencia por cuidado de hijo menor de tres años. Desde que lo comunico, la Administración busca un sustituto que realice mis funciones y reciba un sueldo. En este caso, como yo ya estaba de permiso, siguió dando las que fueron mis clases la misma compañera que pasó a ocupar mis funciones antes del parto. 

Tras el paréntesis vacacional (demasiado largo para mucha gente, lo sé) yo he seguido de excedencia. Y nadie ha cobrado los meses de verano, claro. Pero es que la Administración no mandó a nadie a sustituirme hasta finales de septiembre. Es decir, un mes después de haber empezado las clases. Con tan mala suerte que esa persona se ha puesto enferma, y, a su vez, está de baja. Los que serán mis alumnos a partir del año que viene llevan mes y medio sin profesor. Cuatro grupos enteros que han perdido una décima parte del curso. 

¿Se imaginan a sus padres, acordándose de los míos? Porque, desde luego, si mis hijos se quedaran sin clase tanto tiempo yo me enfadaría. Y quizás no supiera con quién. De hecho, yo estoy bastante enfadada, pensando en cómo recuperaré esas semanas a final de curso, en la materia que esos chicos no van a estudiar y, sobre todo, en el hecho de que hayan pasado cinco horas semanales desde principios de septiembre mano sobre mano. O intentando sacar el móvil de la mochila, que nos conocemos. 

Y si no fuera porque mi Peque sigue sin comer y que se me va a partir el corazón cuando tenga que dejarlo en la guarde, para el instituto que me iba mañana mismo, a agradecer a mis compañeros las guardias que se habrán comido y a pedir perdón a los alumnos por estas horas perdidas. 

O, meditando un poco, quizás debería ir a la Consejería de Educación y dar cuatro gritos porque es una vergüenza que tarden tanto en mandar a alguien, sobre todo, con un sueldo que se han estado ahorrando. Luego hablamos de la educación pública. Pues eso, señores consejeros, a ver si es que ustedes estudiaron en un privado.... 

viernes, 16 de octubre de 2015

Los dientes



Cuando, a los diez meses cumplidos, le asomó el primer diente a mi Chicote, yo era una madre desesperada. Estaba segura de que mi hijo sería el primer bebé con dentadura postiza. Cómo era posible que tardará tanto en dentar??? Con quince meses le salieron los de arriba, casi a la vez los cuatro.

A pesar de sus encías peladas, el muchacho comía pan y galletas como un campeón. Y a partir del añito cenaba tortilla, albóndigas o pescadito. Y nada de lloros, dėcimas o malestar. No notamos su dentición. O puede que nos pasara desapercibida entre una de sus numerosas (que es un eufemismo para no decir diarias) malas noches.

Con Peque yo pensaba que nada me iba a asustar. Cuando me preguntaban si tenía dientes yo abría la boca escandalizada. Pero si es muy pequeño! Contestaba. Y la gente mi miraba un poco raro porque con siete meses tan pequeño no es para tener dientes.

A nueve meses le asomaron los de abajo. Y ahí sí que hubo anuncios y  hasta fuegos artificiales. Décimas de fiebre, malas noches, llantos... Una dentición de manual, de esas que hay que aplacar con  dalsy.

El pobre tiene encías inflamadas, se mete todo en la boca (menos comida, sigue siendo un niño de principios) babea como un bulldog, tiene el culito irritado y le ha dado por morderme mientras mama. Que no es nada divertido, por cierto.

Así que aquí estoy, descubriendo un nuevo mundo en esta segunda maternidad. A ver si asoman ya loa de arriba y nos dan un respiro. O un mordisquito.

domingo, 11 de octubre de 2015

Los celos



Y el mayor, ¿cómo lo lleva? Es la pregunta insistente que te hacen desde que cuentas que estás embarazada del segundo. El príncipe de la casa va a tener que compartir su trono, y eso es duro. Para todos. Recuerdo una Semana Santa, cuando Chicote tenía diez meses y me vio cogiendo a la bebita de unos amigos en brazos. El tío empezó a darme golpes mientras su padre lo sostenía y no paró hasta que no solté a la pequeñina. Menudo es mi niño.

Durante el embarazo intenté contarle que iba a tener un hermanito, que tocase mi barriga cuando daba pataditas y que le diese algún besito al ombligo. Incluso le compré un cuento muy chulo en el que explicaban la llegaba de un nuevo miembro a la familia, con dibujos en los que se veía a la mami en el médico mientras le hacían una ecografía. Aunque, a mi pesar, lo que más le gustaba a mi hijo del cuento era un pañal manchado de caca que el hermano mayor sujetaba con asco. Escatología pura, vaya.

Según mi tripa iba creciendo mi Chicote estaba diferente. Una noche, mientras mi hermana me ayudaba a bañarle, le comentó que cuando su hermanito naciera él podía quedarse a dormir con ella en su casa. En lugar de alegrarse, empezó a llorar tanto que tuve que sacarlo de la bañera y abrazarlo, mientras le prometía que íbamos a dormir juntos todas las noches.

Y yo pensaba, ¿ qué pasará cuando sean dos?

En el hospital no fue para tanto. Se quedó con sus abuelos tan contento y cuando fue a conocer a su hermanito, tras veinte minutos de visita de rigor, nos anunció que se iba a casa de la abuela. Me quedé casi chafada...

Al Peque no le hacía ni caso al principio. Enseguida aprendió a hablar bajito cuando estaba dormido y a que podía jugar con las cosas que le regalaban al bebé porque era demasiado pequeño para quejarse, así que sólo le molestaba cuando mamaba o yo le dormía en brazos. Entonces, irremediablemente, quería que le cogiese, o le diese la cena. Y me pedía que dejase al hermanito en el suelo.

Tardó un poco en demostrar afecto. Luego fue dándole besos, algunos abracitos e incluso se le escapaban achuchones. Y entonces Peque empezó a reírse con su hermano. Y Chicote empezó a darse cuenta del poder que tienen los hermanos mayores sobre los pequeños. Y le encantó. Mamá, le he quitado el chupete para que se ría, Mamá, ponle en el suelo a mi lado para que me vea. 

Y yo tan contenta, pensando que ya eran amigos.

Ahora estamos en otro punto. Los dos juegan, y, qué casualidad, siempre quieren los mismos juguetes. Da igual lo que tenga el pequeño en las manos, su hermano se lo quitará. Y es indiferente con qué juegue el mayor, el pequeño intentará cogerlo. Y los empujones no se hacen esperar. Menuda me espera cuando crezcan.

Peque ya hace monerías, juega y capta nuestra atención. Y Chicote tiene momentos en los que quiere jugar a ser un bebé, gatear o que le duerma en brazos. Pobrecito, es muy chiquitín.

Y, lo más sorprendente. Hace un par de semanas yo tenía al mayor en brazos. Entonces el pequeño nos vio, se lanzó a gatear berreando y no paró hasta que no consiguió que le hiciera hueco en mi regazo. Desde entonces los tengo que coger a los dos en brazos a menudo. Ni Nadal va a tener unos bíceps como los míos...

Chicote está mucho más cariñoso desde que tiene un hermano. Nos dice a todos cuánto nos quiere, da más besos y está más mimoso. De mí también cuentan que, al nacer mi hermana, empecé a prodigar mucho más afecto. Es lo que tiene no ser único, hay que ganarse también el cariño.

Espero que los celos sean sólo un bache pequeño, y que yo sea capaz de darles el mismo amor a los dos y tratarlos igual, dentro de sus diferencias. Quererlos, los quiero muchísimo. A los dos.


jueves, 8 de octubre de 2015

El gateador

Con diez mesecitos mi pequeñín no para. A mediados de verano yo pensaba que no gatearía, pero fue volver de las vacaciones, ponerle un foam en el salón y pasar de reptar a lo marine de maniobras a gatear con un estilazo gatuno que ríete tú de Bolt en los cien metros lisos.

Se mueve por toda la casa, sobre todo persiguiendo a su hermano o intentando coger alguna pelota, su juguete favorito. A veces se queda atascado debajo de una silla y el pobre llora hasta que le sacamos o le indicamos la salida.

Las tardes de parque le vuelven loco. Ya no aguanta sentado en la sillita, ni siquiera en un banco conmigo, y menos en brazos. Hay que dejarlo en el suelo. Gatea, intenta subirse por la rampa del tobogán, coge piedrecitas pequeñas o arranca el césped. Normalmente bajo la atenta mirada de alguna niña con precoz instinto maternal y de mis placajes a su hermano o amiguitos cuando se acercan peligrosamente. Los segundos son de otra pasta, pero que les atropelle un triciclo duele...


Se mete en la boca cualquier juguete que encuentra por casa. Hoy he tenido que esconder unas patatas chips de plástico con el mismo tamaño que su cavidad bucal. Le he sacado una de la boca entre toses.

Su última monería es llegar a cuatro patas con algo metido en la boca, como si fuera un perrito que te trae una pelota. Su hermano se parte de risa y él, tan feliz de contribuir a la alegría fraternal.

Otro de sus juegos favoritos, además de lanzar incansablemente la pelota, es quitarse un calcetín. Se lo mete en la boca  y lo chupa como si lo estuviera exprimiendo. Cuando se aburre, pasa a morder el pie. Pero de comida, nada.

Duerme como un bendito, su siesta matinal, la de después de comer (o de intentarlo) y a las nueve de la noche ya se le cierran los ojitos. Casi no me creo que tenga ya un horario tan definido, ¿cómo lo he conseguido? Con el mayor aún no hemos llegado a ese punto...

Se sigue despertando por las noches un par de veces, pero lo normal es que se duerma enseguida. Ni me importa.

Tiene dos mini dientes, y muerde como un felino. Incluso a mí me tiene con el pecho dolorido y no sé muy bien cómo hacerle entender que con la comida no se juega, sobre todo si la comida soy yo.

Adora a su hermano, a su padre y a su abuela. Y a su madre, claro. No quiero pensar en la guarde, es muy feliz en casita con nosotros. Y, gracias a Chicote y sus amigos, se relaciona con otros niños que lo saludan y dan besos todas las mañanas cuando vamos al colegio.

A veces creo que no le estoy dedicando el tiempo suficiente, que hacía mucho más caso al mayor y que este pobre tiene que conformarse con las migajas del cariño y atenciones que exige un niño de tres años.

Pero, a pesar de todo, es un niño estupendo. Cosas de los segundones.


sábado, 3 de octubre de 2015

Los propósitos

Mis años empiezan en septiembre. Cuando los días se acortan, el calor remite y comienza el curso. El momento en el que salen los coleccionables por fascículos es mi punto de partida para comenzar con los buenos propósitos.

Estos tres meses que me separan de la Nochevieja y de la vuelta al tajo los quiero aprovechar, porque seguramente sean los últimos que puedo pasar en casa, con mis pequeños a tiempo completo. Pero también he decidido que quiero hacer más cosas, cosas para mí, dedicarme un pequeño espacio. Y, en un arrebato de locura, he retomado la carrera que empecé hace unos años, cuando aún era una joven sin cargas y con mucho tiempo libre. Y me he matriculado en la UNED. Sin anestesia ni nada.


Ya tengo varios libros y espero, ilusionada, a que solventen el problema informático que hace que el inicio de curso se retrase. A ver si al final no me da tiempo a ponerme. No sé de dónde voy a sacar el tiempo, pero tengo ganas de retomar los estudios (sí, soy rarita, qué le vamos a hacer)

Mi hijo mayor parece que tiene superada la primera toma de contacto con el cole. Va muy contento, entra de la mano de su Amiguito-del-alma y me despide con una sonrisa diciéndome que me va a echar mucho de menos y que le lleve un chupa chups a la salida. Yo vuelvo a casa empujando el carrito del pequeño, sorprendida de ser una de esas madres a las que cedía el paso cuando cruzaban con sus niños de la mano hace unos meses.

Hemos pasado unas noches un poco (un poco es un eufemismo) malas, entre los dientes de Peque y los nuevos horarios de Chicote. Seis horas de sueño en tres o cuatro intervalos eran un triunfo. Y me he acordado de tiempos pasados, con miedo a que volvieran. Pero, mientras lo hacía, me he dado cuenta precisamente de eso, de que han pasado. Mi chico grande tiene momentos, pero duerme. Y el pequeño está pasando una mala racha, come poco aparte de la teta (poco es otro eufemismo, el tío no come nada) y es normal que por las noches se despierte más a menudo, porque ahora tiene más desgaste.

Así que otro propósito de curso nuevo es intentar tomármelo con tranquilidad, y tener presente que los niños crecen (muy) deprisa, y que pronto mis desvelos serán causados por otros motivos. Y es mejor para mi salud mental concentrarme en la linda carita de mi bebé cuando tengo que encender (otra vez) la lamparita de la mesilla que acordarme de la madre que lo parió. Que soy yo, por cierto. Y así voy sobrellevando el insomnio forzado.

El mayor de mis churumbeles está pasando una etapa rebelde. Rebelde sin causa, con causa, porque el mundo le ha hecho así y por todos sus compañeros pero por él primero. Vaya genio se gasta. Y, claro, entre la falta de sueño y sus prontos, a una se le acaba la paciencia un  par de docenas de veces al día. Y ayer hice otro propósito. Y se lo conté a Chicote. Mamá no le va a gritar. Él no me hizo mucho caso, pero llevo ya veinte horas sin alzar la voz. Y algún motivo habría tenido, no se vayan a creer. Pero mi yo zen va ganando. A ver lo que dura.

Así que he empezado con fuerza septiembre. Con tanta, que ya estamos en octubre. A ver si mis propósitos duran hasta el puente del Pilar...

lunes, 28 de septiembre de 2015

La Maternidad

Parece que la Maternidad está de moda. Cada poco tiempo leo artículos en medios generalistas que se hacen eco de los diferentes puntos de vista sobre la lactancia, la crianza con o sin apego, el colecho o las ventajas e inconvenientes de retrasar la edad para ser madre. Yo hoy he leído esto. (La maternidad es una condena, se titula. Muy fan de la ironía)

El artículo me ha emocionado y he continuado con el que inició la polémica y sus dos respuestas. Aquí y aquí. Me encanta que uno sea una voz masculina, para variar. 

Llevo unos días dándole vueltas precisamente a esta idea ¿Qué significa para mí la Maternidad? 

Ahora mismo es todo. Estoy en un momento de mi vida en que ésta es eso, mi Maternidad. Tengo dos niños pequeños, de casi diez meses y tres años, que ocupan y llenan mis días y gran parte de mis noches. Si tuviese una agenda, posiblemente sólo saldrían sus nombres, y si tengo que contar a alguien cómo me ha ido el día, mi soliloquio se llenaría de Peques y Chicotes. 

¿Por qué he tenido niños? Creo que hay un componente de egoísmo y narcisismo en el hecho de ser padre o madre. Los niños son nuestra mayor creación. Algo a lo que te vas a dedicar en cuerpo y alma unos pocos años y que siempre vas a mirar con orgullo. Una persona a la que ayudas a forjar su carácter, sus principios, sus valores. Que siempre te va a tener ahí ( entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso, que dijo el gran Goytisolo ) y que te va a enseñar muchas más cosas de las que te imaginas. Alguien para quien eres todo su mundo al principio. Que te va a mirar con absoluta adoración, que te quiere sin medida, que te necesita. 

Un hijo es una gran responsabilidad. Mucho mayor que cualquier otra cosa que vaya a hacer yo en la vida, de eso estoy segura. Y espero hacer muchas cosas, que conste. 

Desde que decidí quedarme embarazada tuve una cosa clara ( bueno, creí que tenía muchas cosas claras, pero las demás las he ido cambiando, a lo Groucho Marx) y es que me iba a convertir en Madre, así con mayúsculas. Madre que quiere estar con sus hijos, pasar tiempo con ellos, contarles cosas, reírse juntos, abrazarles cuando lloran y consolarles cuando están tristes. Eso lleva tiempo. Y te cambia la vida. Mis amigas siguen siendo mis amigas, pero ahora tengo otras amigas con hijos que me entienden de otra manera. Valoro mucho más a mi familia. No tengo tiempo para mí. Y eso incluye cosas tan básicas como ir a la peluquería, cenar sentada, leer un libro o ver en la tele lo que yo quiero (porque imagino que además de Disney Junior o Clan debe haber más canales) 

Tengo más ojeras, estoy más delgada y duermo muy poco ( nunca pensé que pudiera dormir tan poco, de hecho) pero tengo dos personas que me hacen muy feliz. De una forma tan sencilla, tan sincera, que a veces me pregunto por qué las Madres de todos los tiempos no lo van proclamando a los cuatro vientos, no nos cuentan la maravillosa tarea que han hecho criándonos, educándonos, teniéndonos. 

Cuando nació Chicote me preguntaba cómo era posible que hubiera madres infelices, madres que hablan de otra cosa que no sean sus perfectos bebés. Y mi Chicote, subjetivamente, muy perfecto no era, que el maldito no durmió dos horas seguidas hasta bien pasado el año... Pero tener un hijo te da tal chute de oxitocina que todo lo demás queda atrás. Tu hijo se convierte en el centro de tu vida, desplaza el resto igual que desplazó tus órganos mientras lo gestabas. Los órganos se van recolocando tras el parto, pero tu cuerpo no va a volver a ser el mismo. Con tu vida pasa igual. Seguramente no tengas la tripa tersa otra vez, al menos durante una buena temporada. Tus prioridades también van a cambiar. Imagino que en diez o quince años todo se relativiza, e incluso antes (espero) podrás disfrutar de pequeños placeres como ver una peli que no sea de dibujos animados o cenar con cubiertos que no sean de colorines. 

Pero también estoy segura de que mucho antes echaré de menos estos tiempos en los que mi bebé se echa a llorar si salgo de la habitación, en los que me pierdo cuando se habla de las elecciones catalanas (con lo que yo he sido!) y mis canas piden a gritos un buen tinte. 

Los niños crecen muy deprisa. Y tengo la impresión de que eso es lo que lamentaré dentro de unos años. Eso me dice mi institno

viernes, 25 de septiembre de 2015

Los hermanos

Cuando me quedé embarazada de Chicote sabía que era un niño. Desde el primer momento estaba segura. No pensé en nombres de niña ni me imaginé por un instante con una bebita en brazos. No sé si fue instinto, porque tenía un cincuenta por ciento de posibilidades, pero cuando me lo confirmaron en la segunda ecografía sólo dije que ya lo sabía.  A ver si tengo el mismo ojo algún día con los números del euromillón.

Con Peque también tuve una certeza, pero esta vez me dije a mí misma que posiblemente estuviese equivocada y que este bebé sí podía ser chica. No tuve que esperar tanto, porque en la semana doce el ginecólogo lo vio claro, otro chavalote. Yo me puse muy contenta, un hermanito para mi niño!


Nosotras somos dos hermanas. Hay etapas en las que tres años son muchos, pero ahora es genial tener una amiga con la que compartiste infancia y que siempre ha estado ahí para jugar contigo, echarte un cable o pelearte algunas veces. 

Desde que nació mi chiquitín estaba deseando que los hermanitos hicieran cosas juntos. Los baño a la vez y Peque se vuelve literalmente loco cuando se mete al agua con su hermano y los juguetes. Los azulejos del baño lo lamentan, y a veces Chicote se enfada porque su hermano le salpica, pero lo pasan tan bien que merece la pena. 

Hace unas semana empezaron a jugar juntos. La mayoría de las veces el mayor juega y el pequeño intenta comerle los juguetes (comida no come, pero muerde las piezas del lego como si estuvieran rellenas de chocolate), así que suelen acabar enfadados. Otras veces Chicote inventa algún juego y es Peque el que debe seguir las normas. Complicado, porque tiene nueve meses, pero se entienden mejor de lo que cabría esperar. 

Ayer se construyeron una casita debajo de la mesa del comedor. Cuando acabé de fregar el hermano mayor intentaba coger en brazos al hermano pequeño, que se había quedado atascado debajo de una silla, esto es, en el recibidor de su pequeño hogar. Chicote quería sacarlo a su particular jardín, donde había instalado una valla para que no les picasen las avispas. Peque, a pesar de las lágrimas (su hermano intentaba sacarlo de debajo de una silla, y mi Chicote no es precisamente el colmo de la delicadeza) miraba todo entre asombrado y encantado de participar en el juego. 

Mis niños siempre van a ser hermanos, aunque cuando Chicote se enfade, amenace con que no va a ser su hermano nunca en la vida, y espero que sean también amigos. Ahora entiendo a mi madre (esta frase significa que me he hecho vieja irremediablemente), que cada vez que mi hermana y yo nos enfadábamos lo pasaba fatal hasta que hacíamos las paces.

Espero que estos dos hermanos siempre se tengan el uno al otro. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

El Perpa

Hace unos años, en el instituto en el que trabajaba, había un chico con la mirada dura.  De esos a los que se conoce aunque no los tengas en clase. De esos que te revientan una explicación, una guardia o te destrozan el aula de castigo. Un chico menudo, pequeño para su edad, con cara de niño pero inmune a amenazas y castigos. Era yugoslavo. Bueno, lo había sido, porque nació durante la Guerra de los Balcanes y se había quedado sin patria. Como Kafka. Tenía una hermana mayor, antigua alumna, a la que no conocí, pero de la que contaban relatos con tintes casi legendarios.

Me contaron, a grandes rasgos, la historia de su familia. Habían tenido que huir de su país, eran refugiados. Antes de irse habían vivido cosas muy duras. Lo suficiente para que ese chiquillo tuviera esa mirada y le resbalara todo lo que le pudiéramos decir.

No sé que fue de él. Pero viendo estos días en la tele a esas familias que huyen, que lo dejan todo atrás con niños pequeños en brazos y apenas equipaje, me he acordado del chico duro yugoslavo.

En una entrevista, Millás preguntaba a una cantante cómo le había afectado su reciente maternidad (seguro que de forma mucho más interesante) Ella contestó que todo le afectaba más, porque cada vez que veía un niño pensaba que ese podía ser su hijito. Lo dijo así, hijito, y a mí me pareció una estupidez. Qué equivocada estaba yo.

Cuando eres madre, eres un poco madre de todos. Del alumno que no quiere estudiar y cuya madre te llama desesperada; del niño que en el parque juega solo y al que su madre mira angustiada; del pequeño que va en brazos, intentando cruzar una frontera y sentarse en un sillón como el tuyo, en el que descansas con tu hijo mientras lo ves en televisión.

A veces se nos olvida la suerte que tenemos de haber nacido donde lo hemos hecho, de vivir donde vivimos, de que nuestros hijos vayan a tener unas oportunidades que a otros se les escapan entre los dedos. Qué injusto es el mundo. Y cuánto nos cuesta equilibrar la balanza.

Ojalá alguien se haya parado a ver más allá de la mirada dura del chico yugoslavo.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Los principios

Chicote lleva ya una semana y un día de cole. La primera vez que entró, no derramó ni una lágrima, mi valiente. Yo casi no me lo creía, y mi cuñado estaba convencido de que en el fondo me daba pena no ver al muchacho afectado por la separación. Pero conozco a mi hijo como si lo hubiese parido (qué chiste tan fácil, perdónenme, es la falta de sueño) y las lágrimas acabaron apareciendo. El tercer día me confesó que había llorado pero muy poquito, mamá, en seguida se me pasó. A mí se me encogió el estómago. Ay, mi pequeño llorando al entrar, lejos de mi vista, sin poder consolarlo y, encima, yo presumiendo de tranquilidad delante de las otras madres.

Y llegó el viernes. Y ahí lloró. Delante de mí. Mi pequeñín. Y luego el lunes. Fin de semana por medio. Qué hecatombe. Fue El Niño que más lloró de toda la Submeseta Norte. Seguro. Agarrado a mí y pidiéndome que no le dejase. Y cómo se queda una, oiga. De buena gana le habría acompañado en sus llantos. Qué duro es ver sufrir a tu pequeño y no poder ayudarlo.

El martes nos acompañó El Padre de las Criaturas. Le explicó a Chicote, que ya había llorado un rato en casa, y me había pedido que no le llevase al colegio, por favor, que si veía a algún niño llorando tenía que hacerle el robot para que se le pasara ( es una de sus imitaciones estrella) Y ahí se plantó mi chico, a hacerle el robot a un compañero de guarde que estaba un poco triste. Ni medio pucherito.

Esta mañana, cuando llegábamos, había un pequeño sollozando a moco tendido. Mamá, -me dice Chicote- ¿le hago el robot?

Me quedan muchos baches más. Sé que habrá más lloros, algún día puntual, o alguna rachita peor. Y todavía no se va a quedar a comedor, pero todo llegará. Por no hablar de los horarios, que todavía no nos hemos hecho y andamos con unas ojeras que ni la Familia Adams. Mi hijo ha empezado una nueva etapa larga y emocionante. Todavía es muy pequeño y son muchos cambios. Para él y para mí. De repente tiene que ser autónomo, y no puedo imaginarlo comiendo solito, abriendo su zumito para la merienda del recreo o limpiándose en el váter... Lo hará, claro, pero es raro pensar que no voy a estar a su lado ni va a haber nadie que me lo cuente de primera mano. Ánimo, madres de escolares primerizos. Que los necesitamos....

sábado, 12 de septiembre de 2015

El puerperio



Como docente que soy, he asistido a varias charlas cuyo objetivo no era otro que concienciar a los adolescentes sobre el uso de métodos anticonceptivos. Quizás no sirva para la transmisión de enfermedades venéreas, pero estoy segura de que si la charla la impartiera una madre reciente, de esas que lleva menos de una semana fuera del hospital, con su tripa todavía flácida, sus ojeras y el pelo sin lavar, se ahorrarían unos cuantos embarazos adolescentes.

También habría que medir las consecuencias para la pobre madre. Se daría cuenta de que, quince años después, su bebé pasaría a ser un adolescente que tampoco la escucha, que la sigue desvelando y que parece que no la entiende. Así de duro es esto.

Y es que del posparto no se habla casi nada. No se ve. Una se encuentra metida de lleno en esa categoría de recién parida y no hay vuelta atrás. Y no se sabe cuánto va a durar. Y se duda sobre si acabará algún día. O si se sobrevivirá.

Cuando das a luz es posible que te cosan. Depende del número de puntos que te vayan a dar el dolor será más o menos intenso Yo con Peque casi no lo noté, tres puntitos de un desgarro ante los que no tuve que tomar ni un paracetamol. Pero con Chicote fue otra cosa. Es lo que tienen los fórceps. Y parece que el mejor analgésico cuando te hacen una episiotomía viene en forma de supositorio. No sé de quién habrá sido la idea de meternos algo por salva sea la parte cuando tenemos la entrepierna en carne viva. Seguro que de un hombre. Yo juré que cuando llegase a casa no me iba a poner ni uno más, pero tuve que mandar al Padre de las Criaturas (entonces sólo de una) a que comprase otra caja de Voltarone que acabé religiosamente en una semana.

Luego está la tripa. Si alguien piensa que se queda en el hospital, está muy equivocado. A no ser que seas Sofía Vergara en una capítulo de Modern Family, vuelves a casa con una  especie de globo deshinchado cosido al abdomen. Leyes de la gravedad. La cosa va bajando y en unas pocas semanas una vuelve, por norma general, a caber en sus vaqueros. Pero las primeras veces que te miras al espejo de perfil dan ganas de llorar. Así es.

El cansancio es lo peor. Tras dos, tres o cuatro noches en el hospital, una está agotada. Una y el otro, porque el padre seguramente no haya podido ni tumbarse de forma decente a dormir. En los hospitales la gente entra en la habitación a cualquier hora. Y con gente no me refiero a las visitas, sino a enfermeras, auxiliares, pediatras, ginecólogos o celadores. Da igual la hora. Con Chicote no pasaban dos horas sin que entrase alguien a ponernos el termómetro, ofrecerme una manzanilla o preguntar si la criaturita había hecho caca. Creo que en el fondo es una estrategia para acostumbrarnos a las noches que nos esperan, en las que no volveremos a dormir tres horas seguidas.

 El bebé no viene con libro de instrucciones. Y llora. Unos más que otros, pero, por norma general, el primogénito se hace notar. Y una no sabe muy bien qué le pasa. Le das teta, le cambias el pañal, intentas dormirlo... Una y otra vez. Los niños tardan un par de meses en diferenciar ciclos de sueño ( bueno, el mío tardó casi un par de años, pero eso es otra historia) y la madre reciente ya se ha acostumbrado, en estas décadas de vida que acumula, a dormir por la noche y vivir por el día. Ambas cosas se acabaron por una temporada. No va a durar siempre, pero hay un momento en el que crees que sí. Y no estás segura de si lo resistirás.

Tenemos otro montón de efectos secunadarios del puerperio. Hemorroides, estreñimiento, caída del cabello, entuertos, anemia.

Y... ¿por qué nadie nos advierte? ¿Por qué nuestras madres no nos cuentan esto? Porque se nos olvida, el recuerdo lo dulcifica y, al contarlo, no podemos evitar sonreír, que es lo que llevo haciendo yo un rato. Los primeros días con un bebé son caóticos, pero es una experiencia única y especial. Cuando se duerme en nuestros brazos, cuando logras calmarlo de sus llantos o cuando mueve su minúscula boquita te sientes casi poderosa. Y, con la perspectiva que da el paso del tiempo, no puedes evitar pensar que estabas hecha una novata que no tenía ni idea.

Puede que sea verdad. Pero, por muy novatos que seamos, por muy duro que parezca, pasará. Y muy rápido. Así que muchos ánimos a quien lo esté viviendo. En unos meses hasta se reirá de sí misma. Que es muy sano.

(Para mi amiga abulense, que ya lo tiene dominado)