sábado, 3 de octubre de 2015

Los propósitos

Mis años empiezan en septiembre. Cuando los días se acortan, el calor remite y comienza el curso. El momento en el que salen los coleccionables por fascículos es mi punto de partida para comenzar con los buenos propósitos.

Estos tres meses que me separan de la Nochevieja y de la vuelta al tajo los quiero aprovechar, porque seguramente sean los últimos que puedo pasar en casa, con mis pequeños a tiempo completo. Pero también he decidido que quiero hacer más cosas, cosas para mí, dedicarme un pequeño espacio. Y, en un arrebato de locura, he retomado la carrera que empecé hace unos años, cuando aún era una joven sin cargas y con mucho tiempo libre. Y me he matriculado en la UNED. Sin anestesia ni nada.


Ya tengo varios libros y espero, ilusionada, a que solventen el problema informático que hace que el inicio de curso se retrase. A ver si al final no me da tiempo a ponerme. No sé de dónde voy a sacar el tiempo, pero tengo ganas de retomar los estudios (sí, soy rarita, qué le vamos a hacer)

Mi hijo mayor parece que tiene superada la primera toma de contacto con el cole. Va muy contento, entra de la mano de su Amiguito-del-alma y me despide con una sonrisa diciéndome que me va a echar mucho de menos y que le lleve un chupa chups a la salida. Yo vuelvo a casa empujando el carrito del pequeño, sorprendida de ser una de esas madres a las que cedía el paso cuando cruzaban con sus niños de la mano hace unos meses.

Hemos pasado unas noches un poco (un poco es un eufemismo) malas, entre los dientes de Peque y los nuevos horarios de Chicote. Seis horas de sueño en tres o cuatro intervalos eran un triunfo. Y me he acordado de tiempos pasados, con miedo a que volvieran. Pero, mientras lo hacía, me he dado cuenta precisamente de eso, de que han pasado. Mi chico grande tiene momentos, pero duerme. Y el pequeño está pasando una mala racha, come poco aparte de la teta (poco es otro eufemismo, el tío no come nada) y es normal que por las noches se despierte más a menudo, porque ahora tiene más desgaste.

Así que otro propósito de curso nuevo es intentar tomármelo con tranquilidad, y tener presente que los niños crecen (muy) deprisa, y que pronto mis desvelos serán causados por otros motivos. Y es mejor para mi salud mental concentrarme en la linda carita de mi bebé cuando tengo que encender (otra vez) la lamparita de la mesilla que acordarme de la madre que lo parió. Que soy yo, por cierto. Y así voy sobrellevando el insomnio forzado.

El mayor de mis churumbeles está pasando una etapa rebelde. Rebelde sin causa, con causa, porque el mundo le ha hecho así y por todos sus compañeros pero por él primero. Vaya genio se gasta. Y, claro, entre la falta de sueño y sus prontos, a una se le acaba la paciencia un  par de docenas de veces al día. Y ayer hice otro propósito. Y se lo conté a Chicote. Mamá no le va a gritar. Él no me hizo mucho caso, pero llevo ya veinte horas sin alzar la voz. Y algún motivo habría tenido, no se vayan a creer. Pero mi yo zen va ganando. A ver lo que dura.

Así que he empezado con fuerza septiembre. Con tanta, que ya estamos en octubre. A ver si mis propósitos duran hasta el puente del Pilar...

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