domingo, 29 de noviembre de 2015

El añito

Pero, ¿cómo? ¿ya? ¿en serio? Un añito... Ha sido, posiblemente, el año más rápido de mi vida. Hace un momento tenía contracciones, estaba de parto, tocaba a mi niño por primera vez... Llegábamos a casa, nos hacíamos a ser cuatro en la familia, pasábamos las primeras noches.

Y aquí está mi Peque, aprendiendo a soplar la velita, a ponerse de pie solito, a intentar dar pasos. Gateando, cogiendo la cuchara y llevándosela a la boca (sin comida dentro, pero es un primer paso) jugando con su hermano y gritándole cuando le quita los juguetes.

Volviéndose loco de contento a la hora del baño, lanzando pelotas, estrujando globos, persiguiendo la aspiradora e intentando tocar las lámparas. Haciendo que habla por teléfono, bailando cuando oye música, abriendo cajones sin pillarse los dedos.

Sonriendo mucho, sonriendo a todos. Señalando los columpios y echando los brazos a su abuela. Con la vista puesta en su hermano, tratando de teclear en el ordenador, de desbloquear el móvil y de agarrar la tablet.

Quitándose los calcetines, pataleando y retorciéndose a la hora de vestirlo. Sacando la ropa de la lavadora o subiendo escaleras. Arrancando hojas de revistas y pasando páginas de libros. Dando un coscorroncillo cuando le inclinas la frente.

Babeando y metiéndose todo (menos la comida) en la boca. Bebiendo agua del vaso hasta que se atraganta. Haciendo muy feliz a su madre.

Felicidadades.

viernes, 27 de noviembre de 2015

El cumpleaños

Noviembre siempre me ha gustado. Cumplo años hoy, y, cuando era pequeña, contaba los días que faltaban para celebrarlo. Siempre era la última de mis amigos en cumplirlos, y eso aumentaba mi ilusión. A partir de los veinte tuve una pequeña crisis existencial y dejó de hacerme tanta gracia ir sumando cifras. Pero noviembre seguía gustándome.



Este año afronto mi aniversario serena. Tranquila. Casi podría decir que feliz. No me atormenta hacerme más vieja y quizá no tan sabia como me gustaría. ¿Habré alcanzado el equilibrio? Hace unos años, en uno de mis diarios, reflexionaba sobre el papel de los cumpleaños de los padres. Pasan a un segundo plano, igual que otras muchas facetas de la vida cuando se tienen hijos. Mi Peque cumple su primer añito pasado mañana, así que no he podido pasar a ser más segundona. Y creo que me encanta.

No me hace demasiada ilusión abrir regalos, pero me apetece mucho que mi niño mayor me cante el Cumpleaños, me dé unos besos y me diga que me quiere mucho, amor, y que soy su corazón y su princesa (sí, apunta maneras de galán de telenovela)

El domingo comeremos tarta y mi pequeñín soplará (llevamos días ensayando) su primera velita. Yo le echaré una mano y disfrutaré de su día incluso más que del mío.

Supongo que eso es hacerse mayor. Felicidades.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La pública

A veces los planetas se alinean y, aunque los niños sigan sin dormir, tienes un golpe de buena suerte. Eso nos pasó el lunes, cuando, tras un fin de semana dándole vueltas al tema de la guarde del Peque, decidimos llamar a la escuela infantil en la que no entró mi Chicote hace ya casi tres añitos.

Lo hicimos sin esperanza, sabiendo que teníamos un no por respuesta. Pero a veces la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida y resulta que este mes se quedaron dos plazas vacantes. Una ya se había cubierto pero quedaba otra. ¿Qué? Pues nada, que me puse los zapatos, me eché al niño a los brazos y allí que me fui. Me volví al rato con todos los papeles para rellenar en casa y entregarlos al día siguiente, cuando formalizaría la matrícula.

La guarde nueva tiene muy buena pinta. Ya la visité en la jornada de puertas abiertas de 2012. Las instalaciones son increíbles, ¡tienen hasta huerto! Y la directora es una vieja conocida. Fui al colegio con su hijo mayor, y mi hermana con el pequeño. Me ha presentado a la que va a ser la Profe de mi niño, que me ha gustado mucho. El viernes tenemos una reunión con ella, para hablar del pequeñín y que nos cuenten lo que va a hacer allí a diario. Haremos la adaptación en diciembre, los días que necesitemos.

Estoy muy nerviosa. La separación es inminente. Dicho así suena de lo más melodramático, pero es que me va a costar no verle la carita a mi bebito las veinticuatro horas del día. A pesar de eso, creo que hacemos lo correcto. Me da pena que los hermanos no hayan estado en el mismo sitio, pero sé que esta es la mejor opción. La guarde de Chicote no estaba mal, pero esta está muy bien. Conozco a la directora y a varias profesoras y me dan mucha confianza. Me pasa una cosa curiosa. Con el primer hijo tuve menos dudas, confiaba en las personas a las que se lo dejé sin dudar un momento. Ahora me cuesta más. Con el pequeño ya sé qué quiero y qué no.

No lo he dicho, pero esta guarde, escuela infantil si quieren, es pública. Nos cuesta un poco más que la privada porque pierdo las ayudas de la Comunidad. Pero nos merece la pena. No es un negocio, por mucho que busquen rentabilizarlo desde según qué Administraciones. Va a ser el primer cole de mi niño pequeño. Y, por cierto, está valla con valla con el cole de mayores del mayor.

Deséenme suerte. La Operación Vuelta al Cole empieza para todos....


sábado, 21 de noviembre de 2015

La guarde

Me queda mes y medio. Como una condena. Dentro de mes y medio vuelvo al tajo, y mi Peque de mis amores, mi bebé, mi niño pequeño, empezará la guarde. Me separaré de él seis o siete horas al día y tendrá que comer, dormir y jugar lejos de mí. De su mamá. Me empieza a doler la tripa de pensarlo.

Hace unos meses pagué la matrícula y pedí las ayudas que da la Comunidad de Madrid a los padres que llevan a sus hijos a escuelas infantiles privadas ( que es un tema que merece una entrada aparte, por cierto) en la misma guarde a la que fue mi Chicote. Como, además, está enfrente del cole, puedo dejar a mi hijo mayor los dos días que entro antes y le llevan al colegio. Así, pensaba yo, irán  juntitos y seguro que les cuesta menos.

La guarde no es nuestra preferida, pero en la pública no nos dieron plaza y el último año me dio pereza cambiar a mi hijo mayor, que ya había hecho amigos y estaba contento.

Pero algo ha cambiado. Nuestro barrio es un barrio joven, lleno de parejas con niños pequeños, de gente que pasea luciendo carrito, mochila ergonómica, triciclos, embarazo o un par de estas cosas. Y, claro, en algún lugar tienen que estar estos niños mientras sus padres trabajan. Y me he enterado de que en la clase a la que irá mi bebito hay diecinueve criaturas. El mío hace veinte. Legalmente el máximo son catorce, pero tienen dos maestras, e imagino que ahí estará la trampa. El espacio es el mismo, todos los niños y las dos maestras en una sala que no llega, según mis cálculos, a los dos metros cuadrados por niño que exige la ley. Pero ni de coña.

Y así estoy. Hecha un lío. O una mierda, según se mire. No estoy tranquila, y sé que no lo voy a estar cuando deje a Peque. Me he dado de bruces con la realidad, al final las escuelas infantiles privadas son negocios. Y en los negocios prima lo económico, claro. Sí, parece que me cuesta un poco enterarme, porque hace dos años y medio también era un negocio. Pero ahora estoy más resabiada.

El lunes voy a preguntar en las públicas, no vaya a ser que los astros se hayan alineado y quede un hueco para mi niño. E iré a hablar con la directora de la guarde del mayor, y a preguntarle claramente que dónde meten los niños.

Y, desde luego, desde aquí me quejo y exijo, ahora que estamos en precampaña electoral (alguna vez no lo estamos?) que se pare ya de privatizar la educacón infantil. Que se deje de dar subvenciones a escuelas privadas y se invierta en escuelas públicas, en las que, además de tener unas instalaciones infinitamente mejores, sabemos que no van a mercadear con nuestros pequeños.

martes, 17 de noviembre de 2015

La tutoría

Como profesora he tenido cientos de entrevistas con padres de alumnos. No es mi parte preferida del trabajo, pero siempre creo que no son suficientes. Nunca he llegado a conocer a todos los padres de mis tutorandos, y ha habido cursos en los que me las he visto y me las he deseado para poder localizar a alguno. Una pena porque la comunicación entre padres y profesores es primordial en la educación.

Por eso El Padre de las Criaturas y una servidora estábamos entre nerviosos y expectantes ante la primera entrevista con la Profe de Chicote. Yo me veía por primera vez del otro lado, y fui más consciente que nunca del trabajo tan bonito que tengo (al que volveré en mes y medio, y ya veremos si entonces me sigue pareciendo tan bonito)

La Maestra (que es una palabra preciosa y en desuso) nos recibió en el aula donde da clase a nuestro hijos. Nos sentamos en sillitas diminutas, rodeados de cuentos, juguetes y disfraces. Allí nos contó que Chicote se ha adaptado bien, que participa mucho en clase, cuenta cosas, respeta su turno y hace caso a todo lo que le dicen, que tiene muchos amigos y es bastante autónomo. Ella no ha visto ni rastro de rabietas, rebeldía ni desafíos, trío de ases con los que sí nos deleita en casa a diario. Ya lo imaginábamos, pero tranquiliza mucho que te lo cuenten.

Su Maestra nos ha citado a todas las familias este primer trimestre, empleando todos los días, y no sólo el que tenemos estipulado para visitas. Nos habló un poco de la clase, con la que está muy contenta, pero también nos dijo que le faltaban recursos para atender a algún niño con necesidades educativas especiales.

La Maestra es una mujer un poco seca al principio. En la reunión que tuvimos en septiembre, antes de empezar las clases, a mí me gustó más la otra. Cuando acabamos, nos entretuvimos viendo las aulas y entonces ella se paró a charlar con nosotras. Ahí me di cuenta de que mi primera impresión no había sido justa. Me gustó esa mujer y supe que, si trabajásemos juntas, seguramente nos llevaríamos bien.

A la entrada y salida del cole se comentan muchas cosas entre las madres ( y algún padre) que dejamos y recogemos a nuestros churumbeles. He oído que los niños están muy contentos son su Profe. Y también alguna queja. Mucha gente no sabe (y seguramente no tiene  por qué saberlo) que en los coles tiene que haber profes de apoyo para niños con necesidades educativas especiales. Porque si es complicado lidiar con 25 niños, imagínate si hay dos o tres que requieren más atención. Tampoco saben que una maestra de colegio no puede limpiar a los niños cuando van al váter, porque entonces deja a otros veinticuatro solos en clase. Y que es imposible que a diario nos cuenten todo lo que han hecho, como pasaba en la guarde. Seguro que a muchas maestras les gustaría dar una atención más personalizada, pero no pueden hacer nada más.

Las maestras no eligen sus grupos, ni el número de niños que van a tener. Hay unos ratios que van en aumento curso tras curso, igual que cada vez hay menos profesores y, por tanto, menos apoyo y una atención mucho menos individualizada. Que haya niños de dos años en el colegio (porque, si han nacido a final de año, alguno entra con dos añitos) que deben comer solos, ir solos al baño y poder contar a sus padres qué han hecho a diario siete horas no es, seguramente, lo más deseable.

Por eso, que nuestra maestra se quede todos los días a mediodía recibiéndonos, a los padres primerizos que miramos asustados a nuestros retoños entrar en clase a diario, tranquilizándonos y contåndonos lo que hacen es un detalle. Gracias.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Las nochecitas

Vaya semana se nochecitas toledanas llevamos. Una racha de esas que me hace sentir pavor ante la próxima vuelta al mundo laboral y pensar en cómo haré yo para trabajar, dejar y recoger niños, poner lavadoras, corregir exámenes, bajar al parque, hacer compra e intentar comer algo sin apenas dormir. De combinar pantalones y jersey o peinarme ni hablamos.

Luego cojo aire y pienso que a lo mejor no. Que quizás en algo menos de dos meses tengamos una racha mejor. Y si no la tenemos, ya sé que es eso, una racha. Que no hay mal que cien años dure. Sobre todo, porque a este ritmo no duró yo ni cien días...

De las últimas cuatro noches Chicote se ha hecho pis en la cama tres. He mirado en internet y no es raro que un niño moje las sábanas (y el pijama, la funda del colchón, y el edredón) cuando está muy cansado, o hay cambios en su vida o algo le reconcome. Parece que los celos hacia el hermano que ya acapara demasiadas atenciones tienen muchos efectos secundarios. Esta noche no he podido evitar ponerle pañal cinco meses después de habérselo quitado. Necesitaba una noche sin poner lavadoras y secadoras de madrugada y sin hermano pequeño desvelado por tanto trajín.

Mi Peque, aquel angelical bebé que dormía plácidamente tantas horas con pequeños intervalos de succión de teta materna, ha empezado a cambiar. Se mueve, se retuerce, se agita y se queja en sueños. Yo me levanto, enciendo y apago luces, me doy paseos, lo miro, le pongo el chupete. Y no duermo. Ya sé que es normal que los niños, cuando empiezan a moverse más duerman peor porque les cuesta parar la actividad incluso dormidos. Pero saberlo no me consuela. A esto hay que sumar que sigue sin comer sólidos y, claro, tiene que mamar por las noches. Porque mi leche estará supervitaminada y mineralizada pero el retoño tiene que llenar el depósito.

Así me hallo, con unas ojeras que no me hace falta maquillaje de Halloween, una mala leche a flor de piel y unos reflejos que seguro que el psicotécnico para conducir no me lo aprobaban. O sí, que en mi renovación de carné se lo dieron a un hombre de 97 años con más temblores que mi pulso en estos instantes.

A ver si me dan un respiro estos mamelucos insomnes y esta noche descansamos. O la siguiente.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Los lloros

Yo iba a hablar de otra cosa pero como me hallo en un estado de constante indignación y vivo pendiente de la actualidad, paso a relatar lo acontecido esta mañana (lo bueno de que te despierten antes de las seis y media es que a las nueve ya tienes con qué rellenar un par de entradas)

Cuando llegábamos al colegio, un niño de unos cinco años lloraba a moco tendido sentado en el patio. Su padre, que empujaba un carrito, le recriminaba que estuviese enseñando a su hermano a llorar (será el primer bebé de la historia con el modo llanto desactivado) ¿Eso lo enseñas a tu hermano, que se llora? Regañaba el padre. Yo he suspirado, pensando si acercarme a consolar al niño, cuando una señora mayor, una abuela que venía justo detrás de nosotros, ha dicho: Deja de llorar, que los hombres no lloran. Así, a gritos. Y se habrá quedado tan ancha.

Como soy una cobarde, me he girado y he mascullado algo. Lo sé, tenía que haber contestado con la boca más grande. Haciendo amigos en el cole.

No entiendo el problema con los lloros de los niños. Los niños pequeños tienen que aprender a gestionar sus sentimientos. No es malo que lloren. Es normal. Y yo soy partidaria de no coartar sus llantos. Y, mucho menos, de decir tamaña estupidez como que los hombres no lloran. Señora, no había ningún hombre llorando. Y si lo hubiera, ¿qué tiene de malo?

Me indignan y enervan (quizás tuviera menos canas si me lo tomase todo con más calma) esos comentarios hacia niños pequeños. Si mi hijo está frustrado, cansado, si tiene sueño, si se ha caído, pues llora. Hay veces que lo entiendo y corro a darle un abrazo. Otras me pongo nerviosa, porque pienso que no hace falta dramatizar tanto porque se haya roto una torre de legos o su hermano cambie de canal metiéndose el mando en la boca. Entonces procuro ( a veces es difícil) decirle que se tranquilice, que tiene solución. Pero no le digo que no se llora.

No se pega, no se insulta, no se tira uno de cabeza del columpio ni se cruza la calle sin mirar. Pero, ¿llorar? ¿Qué problema tenemos con las lágrimas de un niño? ¿Y de un adulto? Por favor, cuando un niño llora vamos a ver qué le hace llorar. Y no a censurarlo por no saber expresarse de otra manera.

Yo lloro muchas veces. De pena, de alegría, de rabia. No de la forma espontánea de mis hijos, es lo que tiene hacerse mayor, pero seguro que en treinta años ellos también habrán aprendido a controlarse. Entonces espero que sean capaces de gestionar sus emociones, de no avergonzarse de sus sentimientos y de ser capaces de expresarlos. Y ojalá sean capaces de contestar bien alto si alguien les dice una estupidez tan grande como que los hombres no lloran.



domingo, 8 de noviembre de 2015

Las mujeres

Hará una década. Estaba en clase con mi tutoría, un grupo de cuarto de ESO lleno de chavales majos, que estudiaban poco y rozaban la mayoría de edad. Leímos un texto y lo estábamos comentando. El debate era la diferente educación (si es que la había) que se daba a los niños y a las niñas. Un tema muy manido, pensaba yo. Cuán equivocada estaba.

Fue una chica, delegada y líder natural de la clase, que tras unos años haciendo un poco el cafre había madurado y se esforzaba por sacarse el graduado en su último año de esolarización. Era trabajadora y de trato fácil, y muchas veces mediaba entre sus compañeros y los profesores. Por eso me sorprendió tanto su afirmación categórica, de mujer vivida que te cuenta una de esas verdades que sólo se aprenden en la escuela de la calle. Profe, es que no es lo mismo tener un hijo que una hija. Yo a mi hija no la dejaría volver tarde a casa ni salir sola. Y a mi hijo sí. Eso dijo. Y sus compañeros asentían.

La joven e impresionable profesora que era yo entonces abrió mucho la boca, porque se quedó sin palabras unos segundos. Y a ti, ¿te parecería bien que tus padres te dejasen salir menos tiempo que a tu hermano? Pude articular. Es que yo tengo novio, me contestó.

Vaya jubilación me espera si este es el planteamiento de quienes van a pagarme la pensión, debí pensar yo. Luego seguimos el debate, en el que tuve que meterme, por cierto. Menos mal que al final de la clase otras dos chicas, más discretas que su compañera pero con experiencias vitales similares, se acercaron a decirme que ellas opinaban como yo y que el sentir de la mayoría de la clase les parecía de lo más retrógrado.

En el parque esta mañana un grupo de madres de hijos varones hablábamos sobre machismo. Bueno, lo que nos dejaban los peques. Y todas coindían en que era una suerte haber tenido niños, porque les pueden pasar "menos cosas". Yo me he acordado de esa clase de cuarto de ESO. De la  manifestación de ayer en Madrid contra la violencia de género. De la madre del Padre de las Criaturas, que me preguntaba si su hijo me ayudaba en casa.

Por supuesto que estoy contenta de tener a mis dos pequeñines. Pero creo que también estaría contentísima si hubiera tenido niñas. No me cambiaría por ningún hombre. Nunca se me ha pasado por la cabeza que ser mujer sea una desventaja, a pesar de que no creo que haya igualdad en muchos ámbitos.

Es increíble toda la gente que me ha preguntado si me da miedo quedarme sola en casa cuando mi pareja se va de viaje. Pues no. Tampoco tenía miedo cuando vivía sola, ni cuando voy por la calle de noche. No me daba miedo hacerme casi 600 kilómetros en coche solita un par de fines de semana al mes. Ni otro montón de cosas que los hombres hacen habitualmente y ante lo que nadie se pregunta si pueden sentir temor.

Se me ocurren mil ejemplos (vale, quizá alguno menos) de micromachismo. De paternalismos hacia las mujeres. De comportamientos que tenemos asimilados como naturales, de roles que seguimos
perpetuando.

Cuando leo en el mundo.es  (lo sé, no aprendo) los comentarios a un interesante artículo que habla precisamente de eso, de los micromachismos, me doy cuenta de que no es un tema tan manido como pensaba yo hace una década.

¿Cómo será el mundo de mis hijos? Espero. No, deseo, que mi hijos no ayuden nunca a ninguna mujer a hacer las tareas de la casa. Y espero que no lo hagan porque esas tareas serán también las suyas. Espero que puedan tener más de quince días para cuidar de sus hijos, si deciden tenerlos. Y que puedan coger una excedencia para cuidarlos. Y, sobre todo, que nunca me digan que esa muñeca es para niñas, o que pueden quedarse más tiempo en la calle que sus amigas. Que nunca, nunca nunca piensen que ninguna mujer es menos que ellos por el hecho de ser mujer. Y que respeten a todas las personas que se crucen en sus vidas.


jueves, 5 de noviembre de 2015

Las manualidades



Cuando tienes un hijo eres consciente de que vas a hacer muchas cosas nuevas. Vas a cambiar pañales. Vas a dormir (muy) poco. Vas a tener horarios distintos. Vas a vestir y desvestir a otra personita todos los días. Varias veces, incluso.

Pero nadie te avisa de una cosa. Nadie te habla de las manualidades. Coser, cortar, pegar, cocinar. Varias veces al año. Da igual que seas torpe. Da igual que no seas capaz de enhebrar una aguja o freír  un huevo. Hay que sacar el lado creativo. O estarás condenad@ al ostracismo en grupos de whatsapp maternales y a la salida del colegio. Es lo que hay. Benditos tutoriales de YouTube.

En la guarde fueron los disfraces. Dos años de Chicote hacen dos Halloween, dos Navidades, dos Carnavales y dos fiestas fin de curso. Sumen ustedes. Menos mal que tengo a La Abuela. Apañada, rápida y con un manejo de Internet nivel usuario avanzado por si la creatividad anda esquiva. Así mi niño ha ido de Mickey, pastorcillo, pollito, pirata, brujo, rey mago y elefante. Todos caseros. No hemos comprado ni una careta en los chinos.

Pero llega el cole. El Cole. Todavía no hace tres meses que vamos a clase. Y hemos tenido fiesta de Halloween, del otoño y un par de trabajitos manuales. Qué agotador.

La Abuela hizo un disfraz de murciélago (la temática era libre pero Chicote dijo que quería murciélago ¿? y La Abuela no pudo resistirse ni sucumbir a los disfraces del chino. Que para Halloween son buen apañados) que me río yo de Maty.


Luego los ttabajos manuales. Otras dos tardes me pasé recortando revistas, evitando que Chicote blandiese las tijeras y quitando pegotes de pegamento de la mesa del salón. Seguro que Peque se comió alguno. A ver si así se alimenta de algo.

Y mañana es el gran día. La fiesta del otoño. Hay que vestirlos en tonos ocres (que ya sabemos que es un must it en un fondo de armario de niño de tres años) y deben llevar un desayuno creativo hecho con pera. Toma. Así que he buceado en Internet y, tras desechar unas cuantas ideas e inspirarme (sí, me he venido arriba) un poco he cocinado peras-ratones. Adornados con pipas, fideos de chocolate, orejones y espaguetis. Suena asqueroso pero ha quedado monísimo. A ver en qué estado llegan mañana.

En fin. Veo en un horizonte cada vez más próximo la Navidad. Y me echo a temblar.


miércoles, 4 de noviembre de 2015

Las horas

Ochenta minutos. Como los días que tardaba el Willy Fog de mi infancia en dar la vuelta al mundo. Ochenta minutos he esperado hoy a que se durmiera mi hijo mayor. La Bestia Parda de la hora de acostarse. El que siempre está en huelga de sueño.

A las nueve menos cuarto, cuando ya los tenía bañados, en pijama y cenando (bueno, al mayor, porque el pequeño cenar, cenar, lo que se dice cenar, mucho no cena) he mirado de soslayo el reloj y he pensado: lo mismo a las diez están ya fritos y tengo un ratito. Ilusa de mí. Si es que no aprendo. 

Peque ha empezado a estirarse y retorcerse hacia mis brazos, señal inequívoca de que quiere teta y sueño, así que me lo he llevado a dormir. En cinco minutitos ha caído como el bendito que es y he podido acompañar a Chicote a lavarse los dientes. 

El muchacho quería que le "leyera" el catálogo de juguetes de El Corte Inglés (donde parece que ya ha llegado la Navidad) así que he tenido que ingeniármelas para pasar las páginas de tres en tres y no eternizarnos enumerando todo lo que se quiere pedir la criatura. Que, para resumir, es todo lo que viene en el catálogo. Pero todo. 

 Cuando he conseguido cerrar la revista ha empezado el bucle. Que quería otro cuento. Que no, que es tarde. Que sí.  Pues uno corto. Y el muchacho coge, obviamente, el más largo. Y yo que empiezo a perder la paciencia. Y ėl que lo ve venir. Y grita. Y yo visualizo el desastre. Lo intento evitar. Pero es tarde. Ha despertado a su hermano y sus gritos van a más. Los adorna con lágrimas. Me lo llevo al salón y vuelvo corriendo y suplicando que el pequeño no se haya desvelado. 
Otra vez a empezar. Toca dormir al pequeño mientras el mayor, tras un rato de lagrimones, vuelve pidiendo hacer las paces y se me mete en la cama. Espera pacientemente a que su hermanito se quede frito y entonces me pide que lo coja, que lo duerma, que le haga  cosquillitas o que le baile la jota. 

Ya estoy nerviosa y estoy segura de que lo transmito. Eso o la luna, pero a mi niño, que a las siete y media parecía estar ya pidiendo la hora, con esas mini rabietas provocadas por el puro cansancio que conocemos tan bien las madres de preescolares, no le entra sueño. Y nos dan las diez y media. Pasadas. 

En fin. Con la de cosas que tenía yo que hacer. Con lo que me gustaría ver una serie o leer un libro. O recoger la ropa. Me lo voy a llevarlo a su cama, a ver si aguanta hasta mañana. Está tan guapo.