miércoles, 4 de noviembre de 2015

Las horas

Ochenta minutos. Como los días que tardaba el Willy Fog de mi infancia en dar la vuelta al mundo. Ochenta minutos he esperado hoy a que se durmiera mi hijo mayor. La Bestia Parda de la hora de acostarse. El que siempre está en huelga de sueño.

A las nueve menos cuarto, cuando ya los tenía bañados, en pijama y cenando (bueno, al mayor, porque el pequeño cenar, cenar, lo que se dice cenar, mucho no cena) he mirado de soslayo el reloj y he pensado: lo mismo a las diez están ya fritos y tengo un ratito. Ilusa de mí. Si es que no aprendo. 

Peque ha empezado a estirarse y retorcerse hacia mis brazos, señal inequívoca de que quiere teta y sueño, así que me lo he llevado a dormir. En cinco minutitos ha caído como el bendito que es y he podido acompañar a Chicote a lavarse los dientes. 

El muchacho quería que le "leyera" el catálogo de juguetes de El Corte Inglés (donde parece que ya ha llegado la Navidad) así que he tenido que ingeniármelas para pasar las páginas de tres en tres y no eternizarnos enumerando todo lo que se quiere pedir la criatura. Que, para resumir, es todo lo que viene en el catálogo. Pero todo. 

 Cuando he conseguido cerrar la revista ha empezado el bucle. Que quería otro cuento. Que no, que es tarde. Que sí.  Pues uno corto. Y el muchacho coge, obviamente, el más largo. Y yo que empiezo a perder la paciencia. Y ėl que lo ve venir. Y grita. Y yo visualizo el desastre. Lo intento evitar. Pero es tarde. Ha despertado a su hermano y sus gritos van a más. Los adorna con lágrimas. Me lo llevo al salón y vuelvo corriendo y suplicando que el pequeño no se haya desvelado. 
Otra vez a empezar. Toca dormir al pequeño mientras el mayor, tras un rato de lagrimones, vuelve pidiendo hacer las paces y se me mete en la cama. Espera pacientemente a que su hermanito se quede frito y entonces me pide que lo coja, que lo duerma, que le haga  cosquillitas o que le baile la jota. 

Ya estoy nerviosa y estoy segura de que lo transmito. Eso o la luna, pero a mi niño, que a las siete y media parecía estar ya pidiendo la hora, con esas mini rabietas provocadas por el puro cansancio que conocemos tan bien las madres de preescolares, no le entra sueño. Y nos dan las diez y media. Pasadas. 

En fin. Con la de cosas que tenía yo que hacer. Con lo que me gustaría ver una serie o leer un libro. O recoger la ropa. Me lo voy a llevarlo a su cama, a ver si aguanta hasta mañana. Está tan guapo.




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