miércoles, 28 de octubre de 2015

Los comentarios

Resulta que esta semana Televisión Española ha estrenado un programa nuevo. Presentado por Cristina Lasvignes. Y resulta que la presentadora ha decidido comenzar el mismo amamantando a su bebé, sentada entre otras mujeres que hacían lo propio.

He de reconocer que no he visto el programa. Lo he leído en varias páginas web, donde enlazaban con los siete primeros minutos del mismo. Efectivamente, Lasvignes saludaba a la audiencia y, según se abría el plano, aparecía en escena su retoño agarrado a la teta. Bueno, eso suponemos, porque la teta, desde luego, no se veía por ningún lado. Como suele pasar cuando mama un bebito.

Por eso me han extrañado dos cosas. La primera es el final de la mayoría de artículos que he leído, en los que comentan que la presentadora (además de una audiencia muy baja, por cierto) ha acumulado tanto felicitaciones como críticas. Vaya, ya estamos.

La segunda son esas mismas críticas vertidas en forma de comentarios a la noticia en el mundo.es. Aquí. Ojiplática e indignada me hallo. Que si la lactancia está muy bien pero en privado. Que si cagar y mear también es natural y todos lo hacemos en privado. Que si tenemos derecho a dar el pecho pero que tenemos que tener buen gusto. Y bueno, un guarrilla del que mejor no comentar nada.

Ay, qué pereza. No entiendo nada, porque en el programa también aparece una mujer desnuda de cintura para arriba para enseñar a hacer una exploración mamaria, y nadie se queja de ese pecho (sólo faltaría) Así que no sé si la molestia es que los bebés coman cuando y donde tienen hambre (malditos lactantes que tardan tanto en tener horarios fijos) o que cualquier madre pueda seguir con una vida relativamente normal y salir de casa sin burka para taparse teta y niño cuando a éste le entre hambre, o sueño. O se ponga tonto. Que es lo que tienen los bebés, que no se les puede dar al off hasta que una está en casa a salvo de miradas.

En fin. Que me parece muy buena idea el inicio del programa. La lactancia es algo natural. Y muy bonito. Y no hay que esconderlo, a ver si nos acostumbramos a que los bebés forman parte de la sociedad. Y hay que sacarlos. Y no sólo en los anuncios de pañales.

lunes, 26 de octubre de 2015

El teleférico



El treinta y uno de agosto, aprovechando que todavía se podía aparcar gratis en Madrid por las tardes,  que hacía calor y que estábamos de vacaciones decidimos ir al Teleférico con los niños. A Chicote le encantó la idea cuando le enseñé unas fotos y para allá que nos fuimos. Al bajar las escaleras (muy poco práctico para carritos de bebé, prefiero no pensar en quien vaya en silla de ruedas) ya vimos que mucha gente salía en masa quejándose. ¿Será posible? Se acababa de averiar y no había previsión de que lo arreglasen esa tarde.


Tuvimos que conformarnos con los loros del Parque del Oeste, los columpios del Templo de Debod y el mejor atardecer de Madrid. Todo aderezado con un cabreo moderado por parte de mi hijo el mayor.

Ayer domingo, aprovechando que lucía el sol y que el reloj biológico de mis hijos no había acabado de interiorizar el cambio horario, decidimos retomar el plan.

A unas horas casi intempestivas para ser mañana de domingo, aparcamos el coche, no sin esfuerzo. Y es que nos topamos con un mítin electoral de esta sempieterna campaña en la que vivimos. La fiesta de la democracia, que la llaman.

Tras la cola de rigor y las fotos que te hacen (como las del Zoo) nos subimos en nuestra cabina. El viaje merece la pena. Hay unas vistas espectaculares, una vocecita te va explicando lo que ves y los niños se lo pasan en grande. Chicote incluso asegura que vio barcos surcando el Manzanares....

He de reconocer que las alturas me dan un poco de vértigo, pero en ningún momento pasé miedo, a pesar de que se nota que las instalaciones no son nuevas, pero están cuidadas y tienen mucho encanto. Coincidimos sobre todo con familias y niños pequeños, también había alguna pareja y menos turistas de los que esperaba encontrar.


El trayecto acaba en la Casa de Campo, con un mirador (aparte del del restaurante, donde no entramos) desde el que los pequeños alucinaban viendo las montañas rusas del Parque de Atracciones  y yo me puse nostálgica con las vistas de Ciudad Universitaria. Hay unos columpios muy chulos en los que Chicote casi se abre la cabeza ( son para niños un poco mayores, pero mi hijo es rebelde porque el mundo le ha hecho así) así que se puede echar un rato agradable.

Montamos de nuevo en el teleférico (hay opción de billete sólo de ida) un poco más pobres, porque al final cogimos las fotos, que salen más caras que el billete de ida y vuelta. Pero la jodía fotógrafa nos sacó tan guapos....

Comimos en la Plaza de los Cubos, sólo para estar cerca de tantos cines a los que no sabemos cuándo volveremos a entrar. Y para que Peque se cagase vivo, manchándose body y pantalones para recordarme lo incómodo que es cambiar a un bebé en un baño público. Volvimos a casita con los niños tronchados de sueño y tantas emociones.

Así que hala, un plan de domingo muy recomendable para ir con niños. O sin ellos.

http://teleferico.com/



viernes, 23 de octubre de 2015

Las medidas


Esta mañana, mientras mandaba besitos a Chicote que se metía en clase agarrando de su Amigo-del-alma, he oído a unos padres comentar la última promesa de algún candidato electoral en plena precampaña. Ante los lloros de su pequeño, el padre aseguraba que quieren (no aclaraba quiénes) que los niños de tres años no pasen tantas horas en el colegio. Y añadía que es una barbaridad que niños tan pequeños pasen fuera de casa siete u ocho horas diarias.

Pues sí, toda la razón. ¿Y el problema? Una madre se adelantó a plantearlo. Lo que me faltaba, dijo, si yo casi no llego a buscarlo ahora, que lo dejo en acogida, como salga antes no sé qué voy a hacer. Pues eso. La conciliación. Si trabajamos unas ocho horas diarias de media en esta país, con una hora para la comida y otra hora y media entre ir y venir al trabajo (en el mejor de los casos en las ciudades) hacen un total de diez horas largas fuera de casa. Que es el tiempo que muchos peque pasan en guardes, coles y extraescolares.

A veces lo acortamos cuando uno de los padres entra un poco más tarde, o sale antes. O reduciendo la jornada. Soy yo, con un horario bastante bueno, y tendré que dejar una horita antes a Chicote cuando me incorpore. Como si no fuera ya bastante!

Si ya empezamos a hablar de reuniones con profesores, días en los que se ponen malos, períodos de adaptación, vacaciones escolares, jornadas no lectivas... O nos buscamos unos abuelos jubilados, ociosos, en buena forma y que vivan cerca o tenemos un problema. Y no hay Houston que nos ayude.

Como tenemos elecciones generales a la vista, en la que, a juzgar por las encuestas, no hay nada  claro, puede que sea un buen momento para que nuestros políticos se planteen unas cuantas medidas de apoyo a las familias. Y no me refiero a esas marchas con los señores obispos a la cabeza manifestándose contra el aborto o el matrimonio gay. Más bien me refiero a lo contrario.

Por ejemplo.
 - Dos días al año de visitas al tutor de nuestros hijos mientras dure el período escolar. Por ley, es obligatorio que los padres vayamos a mantener una charla dos veces durante cada curso. Dos ratitos que dejamos el trabajo, no creo yo que pase nada.
- Unos días por enfermedad de hijo menor de doce años. No hospitalización, sino prever, no sé, cinco días al año que podemos ausentarnos de nuestro puesto de trabajo porque nuestro pequeño está enfermo y tiene que quedarse en casa. Cinco para la madre y cinco para el padre. ¿Iba a ser un coste muy alto para el Estado y las empresas?
- La semana de adaptación de nuestros hijos al cole es de vacaciones. Una semana en la vida por hijo. Tampoco es para tanto. Y no vale que se quiten esas vacaciones de las anuales, estas van aparte.
- Reducción de jornada o posibilidad de teletrabajo durante las vacaciones escolares.
-  La misma posibilidad para padres de niños en edad escolar. Un par de horas menos diarias y comer en casa, o en el autobús de camino, o no comer. Así es la vida de los padres. Y que elijan los padres, no las empresas.

No me refiero a medidas populistas o carísimas. No soy experta en economía pero estoy segura de que son medidas viables. Y deben ser universales, para todos. Y, sobre todo, que no fomenten la no contratación de mujeres en "edad fértil".

En este país estamos a años luz de conseguirlo, y lo que necesitamos es un cambio de base, de forma de pensar. Criar niños, educarlos, es un servicio a la sociedad. Casi un trabajo, sólo que bastante más motivador que la mayoría. Y más absorbente. Y sin horarios. Cuando lo entendamos quizás estemos preparados. Y no tengamos que mirar a los nórdicos con tanta envidia.





miércoles, 21 de octubre de 2015

La administración

Soy profesora. Y funcionaria. Me gusta mi trabajo. A veces, incluso me encanta. Y no es por las vacaciones. Mi porque vivamos en un estado permanente de dolce far niente mientras contemplamos a las hordas de adolescentes desde nuestra tarima. Quien se imagine que los profesores llevamos tal vidorra, que se pase por una masificada clase de cualquier instituto público madrileño, por ejemplo, y luego me cuantifique las vacaciones que crea necesarias.

Bueno, a pesar de los recortes, de lo denostada que está nuestra profesión y de las cosas que a veces hay que oír y soportar, yo estoy bastante feliz con mi trabajo. Me gusta. Creo que es vocacional. No hice una carrera orientada a la docencia, pero en tercero me di cuenta de que me gustaba enseñar. Y me licencié, hice el CAP y aprobé unas oposiciones a los 23 años. Y me puse a dar clase. Y resulta que mi trabajo me gustaba mucho, y encima me dejaba tiempo libre. Y cobraba todos los meses, que entonces no era tan raro, pero en estos tiempos es casi una suerte. 

Además no tengo jefe directo. Me paga la Consejería de Educación todos los meses, y como me mandan la nómina a casa, nadie me felicita por mis logros ni me recrimina lo que gano. 

A lo largo de mi ya casi dilatada carrera profesional he estado sin cobrar unos cuantos meses. No es porque haya faltado a mi deber, ni porque la empresa esté en suspensión de pagos. Es que decidí cogerme unos meses de excedencia en mis dos maternidades. 

Desde abril, cuando acabó mi exiguo permiso de maternidad, me hallo en situación de excelencia por cuidado de hijo menor de tres años. Desde que lo comunico, la Administración busca un sustituto que realice mis funciones y reciba un sueldo. En este caso, como yo ya estaba de permiso, siguió dando las que fueron mis clases la misma compañera que pasó a ocupar mis funciones antes del parto. 

Tras el paréntesis vacacional (demasiado largo para mucha gente, lo sé) yo he seguido de excedencia. Y nadie ha cobrado los meses de verano, claro. Pero es que la Administración no mandó a nadie a sustituirme hasta finales de septiembre. Es decir, un mes después de haber empezado las clases. Con tan mala suerte que esa persona se ha puesto enferma, y, a su vez, está de baja. Los que serán mis alumnos a partir del año que viene llevan mes y medio sin profesor. Cuatro grupos enteros que han perdido una décima parte del curso. 

¿Se imaginan a sus padres, acordándose de los míos? Porque, desde luego, si mis hijos se quedaran sin clase tanto tiempo yo me enfadaría. Y quizás no supiera con quién. De hecho, yo estoy bastante enfadada, pensando en cómo recuperaré esas semanas a final de curso, en la materia que esos chicos no van a estudiar y, sobre todo, en el hecho de que hayan pasado cinco horas semanales desde principios de septiembre mano sobre mano. O intentando sacar el móvil de la mochila, que nos conocemos. 

Y si no fuera porque mi Peque sigue sin comer y que se me va a partir el corazón cuando tenga que dejarlo en la guarde, para el instituto que me iba mañana mismo, a agradecer a mis compañeros las guardias que se habrán comido y a pedir perdón a los alumnos por estas horas perdidas. 

O, meditando un poco, quizás debería ir a la Consejería de Educación y dar cuatro gritos porque es una vergüenza que tarden tanto en mandar a alguien, sobre todo, con un sueldo que se han estado ahorrando. Luego hablamos de la educación pública. Pues eso, señores consejeros, a ver si es que ustedes estudiaron en un privado.... 

viernes, 16 de octubre de 2015

Los dientes



Cuando, a los diez meses cumplidos, le asomó el primer diente a mi Chicote, yo era una madre desesperada. Estaba segura de que mi hijo sería el primer bebé con dentadura postiza. Cómo era posible que tardará tanto en dentar??? Con quince meses le salieron los de arriba, casi a la vez los cuatro.

A pesar de sus encías peladas, el muchacho comía pan y galletas como un campeón. Y a partir del añito cenaba tortilla, albóndigas o pescadito. Y nada de lloros, dėcimas o malestar. No notamos su dentición. O puede que nos pasara desapercibida entre una de sus numerosas (que es un eufemismo para no decir diarias) malas noches.

Con Peque yo pensaba que nada me iba a asustar. Cuando me preguntaban si tenía dientes yo abría la boca escandalizada. Pero si es muy pequeño! Contestaba. Y la gente mi miraba un poco raro porque con siete meses tan pequeño no es para tener dientes.

A nueve meses le asomaron los de abajo. Y ahí sí que hubo anuncios y  hasta fuegos artificiales. Décimas de fiebre, malas noches, llantos... Una dentición de manual, de esas que hay que aplacar con  dalsy.

El pobre tiene encías inflamadas, se mete todo en la boca (menos comida, sigue siendo un niño de principios) babea como un bulldog, tiene el culito irritado y le ha dado por morderme mientras mama. Que no es nada divertido, por cierto.

Así que aquí estoy, descubriendo un nuevo mundo en esta segunda maternidad. A ver si asoman ya loa de arriba y nos dan un respiro. O un mordisquito.

domingo, 11 de octubre de 2015

Los celos



Y el mayor, ¿cómo lo lleva? Es la pregunta insistente que te hacen desde que cuentas que estás embarazada del segundo. El príncipe de la casa va a tener que compartir su trono, y eso es duro. Para todos. Recuerdo una Semana Santa, cuando Chicote tenía diez meses y me vio cogiendo a la bebita de unos amigos en brazos. El tío empezó a darme golpes mientras su padre lo sostenía y no paró hasta que no solté a la pequeñina. Menudo es mi niño.

Durante el embarazo intenté contarle que iba a tener un hermanito, que tocase mi barriga cuando daba pataditas y que le diese algún besito al ombligo. Incluso le compré un cuento muy chulo en el que explicaban la llegaba de un nuevo miembro a la familia, con dibujos en los que se veía a la mami en el médico mientras le hacían una ecografía. Aunque, a mi pesar, lo que más le gustaba a mi hijo del cuento era un pañal manchado de caca que el hermano mayor sujetaba con asco. Escatología pura, vaya.

Según mi tripa iba creciendo mi Chicote estaba diferente. Una noche, mientras mi hermana me ayudaba a bañarle, le comentó que cuando su hermanito naciera él podía quedarse a dormir con ella en su casa. En lugar de alegrarse, empezó a llorar tanto que tuve que sacarlo de la bañera y abrazarlo, mientras le prometía que íbamos a dormir juntos todas las noches.

Y yo pensaba, ¿ qué pasará cuando sean dos?

En el hospital no fue para tanto. Se quedó con sus abuelos tan contento y cuando fue a conocer a su hermanito, tras veinte minutos de visita de rigor, nos anunció que se iba a casa de la abuela. Me quedé casi chafada...

Al Peque no le hacía ni caso al principio. Enseguida aprendió a hablar bajito cuando estaba dormido y a que podía jugar con las cosas que le regalaban al bebé porque era demasiado pequeño para quejarse, así que sólo le molestaba cuando mamaba o yo le dormía en brazos. Entonces, irremediablemente, quería que le cogiese, o le diese la cena. Y me pedía que dejase al hermanito en el suelo.

Tardó un poco en demostrar afecto. Luego fue dándole besos, algunos abracitos e incluso se le escapaban achuchones. Y entonces Peque empezó a reírse con su hermano. Y Chicote empezó a darse cuenta del poder que tienen los hermanos mayores sobre los pequeños. Y le encantó. Mamá, le he quitado el chupete para que se ría, Mamá, ponle en el suelo a mi lado para que me vea. 

Y yo tan contenta, pensando que ya eran amigos.

Ahora estamos en otro punto. Los dos juegan, y, qué casualidad, siempre quieren los mismos juguetes. Da igual lo que tenga el pequeño en las manos, su hermano se lo quitará. Y es indiferente con qué juegue el mayor, el pequeño intentará cogerlo. Y los empujones no se hacen esperar. Menuda me espera cuando crezcan.

Peque ya hace monerías, juega y capta nuestra atención. Y Chicote tiene momentos en los que quiere jugar a ser un bebé, gatear o que le duerma en brazos. Pobrecito, es muy chiquitín.

Y, lo más sorprendente. Hace un par de semanas yo tenía al mayor en brazos. Entonces el pequeño nos vio, se lanzó a gatear berreando y no paró hasta que no consiguió que le hiciera hueco en mi regazo. Desde entonces los tengo que coger a los dos en brazos a menudo. Ni Nadal va a tener unos bíceps como los míos...

Chicote está mucho más cariñoso desde que tiene un hermano. Nos dice a todos cuánto nos quiere, da más besos y está más mimoso. De mí también cuentan que, al nacer mi hermana, empecé a prodigar mucho más afecto. Es lo que tiene no ser único, hay que ganarse también el cariño.

Espero que los celos sean sólo un bache pequeño, y que yo sea capaz de darles el mismo amor a los dos y tratarlos igual, dentro de sus diferencias. Quererlos, los quiero muchísimo. A los dos.


jueves, 8 de octubre de 2015

El gateador

Con diez mesecitos mi pequeñín no para. A mediados de verano yo pensaba que no gatearía, pero fue volver de las vacaciones, ponerle un foam en el salón y pasar de reptar a lo marine de maniobras a gatear con un estilazo gatuno que ríete tú de Bolt en los cien metros lisos.

Se mueve por toda la casa, sobre todo persiguiendo a su hermano o intentando coger alguna pelota, su juguete favorito. A veces se queda atascado debajo de una silla y el pobre llora hasta que le sacamos o le indicamos la salida.

Las tardes de parque le vuelven loco. Ya no aguanta sentado en la sillita, ni siquiera en un banco conmigo, y menos en brazos. Hay que dejarlo en el suelo. Gatea, intenta subirse por la rampa del tobogán, coge piedrecitas pequeñas o arranca el césped. Normalmente bajo la atenta mirada de alguna niña con precoz instinto maternal y de mis placajes a su hermano o amiguitos cuando se acercan peligrosamente. Los segundos son de otra pasta, pero que les atropelle un triciclo duele...


Se mete en la boca cualquier juguete que encuentra por casa. Hoy he tenido que esconder unas patatas chips de plástico con el mismo tamaño que su cavidad bucal. Le he sacado una de la boca entre toses.

Su última monería es llegar a cuatro patas con algo metido en la boca, como si fuera un perrito que te trae una pelota. Su hermano se parte de risa y él, tan feliz de contribuir a la alegría fraternal.

Otro de sus juegos favoritos, además de lanzar incansablemente la pelota, es quitarse un calcetín. Se lo mete en la boca  y lo chupa como si lo estuviera exprimiendo. Cuando se aburre, pasa a morder el pie. Pero de comida, nada.

Duerme como un bendito, su siesta matinal, la de después de comer (o de intentarlo) y a las nueve de la noche ya se le cierran los ojitos. Casi no me creo que tenga ya un horario tan definido, ¿cómo lo he conseguido? Con el mayor aún no hemos llegado a ese punto...

Se sigue despertando por las noches un par de veces, pero lo normal es que se duerma enseguida. Ni me importa.

Tiene dos mini dientes, y muerde como un felino. Incluso a mí me tiene con el pecho dolorido y no sé muy bien cómo hacerle entender que con la comida no se juega, sobre todo si la comida soy yo.

Adora a su hermano, a su padre y a su abuela. Y a su madre, claro. No quiero pensar en la guarde, es muy feliz en casita con nosotros. Y, gracias a Chicote y sus amigos, se relaciona con otros niños que lo saludan y dan besos todas las mañanas cuando vamos al colegio.

A veces creo que no le estoy dedicando el tiempo suficiente, que hacía mucho más caso al mayor y que este pobre tiene que conformarse con las migajas del cariño y atenciones que exige un niño de tres años.

Pero, a pesar de todo, es un niño estupendo. Cosas de los segundones.


sábado, 3 de octubre de 2015

Los propósitos

Mis años empiezan en septiembre. Cuando los días se acortan, el calor remite y comienza el curso. El momento en el que salen los coleccionables por fascículos es mi punto de partida para comenzar con los buenos propósitos.

Estos tres meses que me separan de la Nochevieja y de la vuelta al tajo los quiero aprovechar, porque seguramente sean los últimos que puedo pasar en casa, con mis pequeños a tiempo completo. Pero también he decidido que quiero hacer más cosas, cosas para mí, dedicarme un pequeño espacio. Y, en un arrebato de locura, he retomado la carrera que empecé hace unos años, cuando aún era una joven sin cargas y con mucho tiempo libre. Y me he matriculado en la UNED. Sin anestesia ni nada.


Ya tengo varios libros y espero, ilusionada, a que solventen el problema informático que hace que el inicio de curso se retrase. A ver si al final no me da tiempo a ponerme. No sé de dónde voy a sacar el tiempo, pero tengo ganas de retomar los estudios (sí, soy rarita, qué le vamos a hacer)

Mi hijo mayor parece que tiene superada la primera toma de contacto con el cole. Va muy contento, entra de la mano de su Amiguito-del-alma y me despide con una sonrisa diciéndome que me va a echar mucho de menos y que le lleve un chupa chups a la salida. Yo vuelvo a casa empujando el carrito del pequeño, sorprendida de ser una de esas madres a las que cedía el paso cuando cruzaban con sus niños de la mano hace unos meses.

Hemos pasado unas noches un poco (un poco es un eufemismo) malas, entre los dientes de Peque y los nuevos horarios de Chicote. Seis horas de sueño en tres o cuatro intervalos eran un triunfo. Y me he acordado de tiempos pasados, con miedo a que volvieran. Pero, mientras lo hacía, me he dado cuenta precisamente de eso, de que han pasado. Mi chico grande tiene momentos, pero duerme. Y el pequeño está pasando una mala racha, come poco aparte de la teta (poco es otro eufemismo, el tío no come nada) y es normal que por las noches se despierte más a menudo, porque ahora tiene más desgaste.

Así que otro propósito de curso nuevo es intentar tomármelo con tranquilidad, y tener presente que los niños crecen (muy) deprisa, y que pronto mis desvelos serán causados por otros motivos. Y es mejor para mi salud mental concentrarme en la linda carita de mi bebé cuando tengo que encender (otra vez) la lamparita de la mesilla que acordarme de la madre que lo parió. Que soy yo, por cierto. Y así voy sobrellevando el insomnio forzado.

El mayor de mis churumbeles está pasando una etapa rebelde. Rebelde sin causa, con causa, porque el mundo le ha hecho así y por todos sus compañeros pero por él primero. Vaya genio se gasta. Y, claro, entre la falta de sueño y sus prontos, a una se le acaba la paciencia un  par de docenas de veces al día. Y ayer hice otro propósito. Y se lo conté a Chicote. Mamá no le va a gritar. Él no me hizo mucho caso, pero llevo ya veinte horas sin alzar la voz. Y algún motivo habría tenido, no se vayan a creer. Pero mi yo zen va ganando. A ver lo que dura.

Así que he empezado con fuerza septiembre. Con tanta, que ya estamos en octubre. A ver si mis propósitos duran hasta el puente del Pilar...