martes, 28 de abril de 2015

El cocinero

Mi hijo mayor y yo somos muy fans de Arguiñano. Me encantan los programas y libros de cocina, y cuando mi Chicote (mi hijo, que voy a hablar de un cocinero solo) empezó a comer sólido muchas veces lo veíamos y él iba nombrando los ingredientes que empleaba y las comidas que preparaba. Y se quedaba tan embobado viéndolo como su padre con el fútbol!! Cuando me echa una mano en la cocina, pelando zanahorias o echando sal, siempre asegura que cocina como Arguiñano.

Yo digo siempre, medio en serio medio en broma, que, además de gustarme como cocinero, Arguiñano me gusta como líder de opinión. Dice las cosas con mucha naturalidad, con la perspectiva que dan los años y el haber hablado con mucha gente, y a veces me quedo sorprendida de ciertos comentarios. Como cuando dijo que no entendía que los curas hablasen de matrimonio, si no se casan. Es un crack!!

Hoy me ha vuelto a sorprender. El vídeo es de la semana pasada, porque lo vemos en Nova repetido, mi niño no se duerme la siesta hasta que no empieza su cocinero favorito. Pero a partir del minuto 4:45 hace un mini alegato a favor de la lactancia materna que me ha sorprendido gratamente. Aquí va. Habla del pequeño de sus siete nietos, así que algo de tema sabe...

Y a raíz de eso me pregunto, ¿por qué se habla de lactancia tan poco en los medios? Gracias, Arguiñano, por acordarte de las madres!!

El parto

Mi segundo parto fue estupendo. Como yo imaginaba que tenía que ser un parto. Como lo había visto en las películas. Un momentazo en el que se te escapa una lagrimita de la emoción. Nada que ver con la llegada al mundo de mi primogénito, de la que hablaré en otra ocasión.

Yo salía de cuentas el día antes de mi cumpleaños. Como Chicote se adelantó, yo estaba convencida de que Peque haría lo propio y pensaba soplar las velas con mi bebé en brazos. Pero no, estaba tan ricamente ahí dentro y decidió que no tenía prisa, así que un nuevo temor se instaló en mi mente, ¿y si me tenían que provocar el parto? El 26 de noviembre fui a monitores y volví con la sensación de haberme dado un paseo en balde. "Todo bien, pero vamos, que si hubiese algo mal tampoco se vería claramente (¿¿??) así que nada, te vuelves la semana que viene y ya vemos", fue lo que me dijo la amable matrona, que maja era un rato. Menos mal...

El 28, quizá por el efecto de la tarta que me metí entre pecho y espalda la tarde anterior, expulsé el tapón mucoso por la mañana. No tenía contracciones fuertes pero empecé a ponerme nerviosa. Quedaba tan poquito!! El último mes se me había hecho cuesta arriba, estaba cansada, mi hijo mayor estaba irritable, me costaba todo un triunfo y, si el médico me hubiese dado a elegir, hubiese dicho que me sacaran al niño aunque fuese mediante cesárea. Es curioso, con Chicote nunca sentí nada parecido, me encantaba estar embarazada y nunca tuve ganas de que llegase el parto. Y cesárea era la última palabra que quería oír, desde luego.

A medida que iba avanzando el día, las contracciones se iban haciendo más dolorosas, así que después de comer le dije a mi madre que le llevaría al niño. Eso fue lo más duro. Chicote sabía que iba a tener un hermanito, claro, y que yo iba a tener que ir al hospital. Y cada vez que hablábamos de separarnos se enfadaba muchísimo, así que yo estaba muy preocupada por su reacción, y retrasé el momento todo lo que pude.

Llegamos a casa de mi madre casi a las ocho de la tarde, con contracciones dolorosas y con mi hijo
mayor tan contento. De ahí, corriendo al hospital, con una separación mucho menos traumática de lo que imaginaba. Vamos, que ni un beso me dio el tío cuando la abuela le dijo que le iba a hacer patatas fritas para cenar!!!

Ingresé a las nueve, y me pasaron a monitores. Yo estaba muy tranquila, respirando hondo y con dolores soportables. Muy diferente todo al primer parto. Mientras yacía en la camilla inspirando y espirando escuché a las enfermeras decir que en cuanto se quedase un paritario vacío me iban a subir. ¿Ya? No me lo creía!!!

A las diez de la noche entraba en el paritario y la matrona, una mujer mayor y absolutamente encantadora, me preguntó si quería enema y la epidural. Me negué a lo primero y acepté lo segundo. Después de mi experiencia en lo que a partos se refiere me parecía lo más lógico. Enseguida entró la anestesista. ¿Ya? Yo no tenía dolores tan fuertes como para necesitar anestesiarme, pero recordaba mi parto anterior y me dejé hacer. Tardaron un rato en pincharme y cuando el Padre de las Criaturas entró estaba ya bastante nervioso. Él ha trabajado en el sector sanitario en Inglaterra y allí los familiares no tienen que salir de la sala en ningún momento.

Yo pensé que todo se ralentizaría y estaba arrepentida de haberme puesto la epidural.  Mi chico me recordaba toooooodas las horas que pasamos así en el primer parto, y no paraba de decirme que descansara, que nos quedaba mucho. Por eso, cuando la matrona entró a la una y dijo que ya estaba lista no nos lo esperábamos. Yo ya tenía ganas de empujar, y tras el primer pujo una auxiliar que estaba allí gritó que tenía mucho pelo.
-¿Quién?
- Pues tu hijo!!
No me podía creer que ya se le viese la cabeza. Tuvieron que decirme que no empujase tan fuerte, pero al siguiente pujo ya estaba fuera. Lo sujetamos y me lo puse al pecho. A la una y diez ya estaba mamando, tan precioso. Tan perfecto.

Me dieron tres puntitos por un desgarro y me subieron a planta porque tuve la suerte de que necesitaban el paritario inmediatamente. Mi bebé seguía colgado de la teta y, a pesar de la hora, mi hermana y su novio vinieron a vernos.

Tras esta experiencia me di cuenta de que mi primer parto no fue un parto, sino una intervención. Y de que parir es algo precioso y natural. Y que ojalá todas pudiésemos tener un parto tan bonito. O mejor.




viernes, 24 de abril de 2015

La vuelta

Hace un  par de días me encontré en el súper con una amiga a la que no veía desde la primera y única clase preparto a la que asistí en mi segundo embarazo. Su niño tiene seis meses y ella ya se había incorporado al trabajo.

Tengo la suerte, en estos tiempos que corren, de poder alargar mi exiguo permiso maternal. Con mi Chicote esperé hasta sus once meses para dejarlo en la guarde y volver al tajo. Con el Peque voy a esperar a enero, así que habrá cumplido ya de sobra el añito cuando me tenga que separar de él.

Los tres meses que me quedaban para las vacaciones de verano cuando dejé a mi hijo mayor en la escuela infantil fueron los más duros de mi vida. La separación nos costó horrores. El primer día no lloró, no se lo esperaba ni se enteraba de qué iba el rollo. Pero luego... Niño llorando, madre culpabilizándose y semanas a todo correr. Creo que ya he comentado que Chicote duerme normal tirando a fatal, así que muchos días yo me iba a trabajar con un par de horas de sueño. Una vez reventé dos ruedas del coche al meterme en un socavón, cuando mi estado zombi rozaba ya dimensiones apoteósicas.

Muchas madres me cuentan que sus niños todavía no extrañaban cuando tuvieron que volver a sus puestos de trabajo. En una de las guardes que visité antes de decidirme me dijeron que era mala idea que me cogiera excedencia y alargara el permiso más de ocho meses, porque al niño le costaría mucho más adaptarse. Bastante ojiplática, decidí descartar ese centro de inmediato. Razón no le faltaba a la directora, desde luego, mi hijo habría llorado menos si le hubiese dejado con cuatro meses pero, ¿cómo me habría sentido yo?

Es respetable, faltaría más, que cada uno se incorpore cuando quiera al trabajo. Habrá gente que se vuelva loca en casa y que esté deseando volver a su anterior vida (o a lo que quede de ésta) y otras personas a las que nos cuesta más dejar en casa lo que se ha convertido en nuestro mundo y volver a la realidad. Cuando regresé al instituto lo pasé mal, no me acuerdo mucho de esos tres meses y a veces me pregunto cómo lo hice para dar clases sin dormir, para corregir en casa con mi pequeño que no quería separarse de mí y para sobrevivir a todos los virus de la guarde que cogí y que me dejaron con cinco kilos menos.

A pesar de todo, en septiembre, cuando comenzó otro curso, las cosas volvieron poco a poco a la normalidad y me reconcilié con mi trabajo, con mis alumnos y con el mundo. Estaba contenta de salir de casa, de hacer cosas que me gustaban y de encontrarme con mi niño a las tres, una hora bastante decente dentro de lo que se estila en nuestro país.

Esta vez alargaré la excedencia (que es tiempo sin cobrar, por cierto, ni un duro desde hace ya unas
semanas, y aún así soy casi una privilegiada por poder planteármelo económica y laboralmente) y acompañaré a Chicote al cole en su primer trimestre todas las mañanas para volverme a casita y disfrutar de Peque. Qué suerte haber podido elegir. Y qué pena que sea una suerte.

jueves, 16 de abril de 2015

La episiotomía



Episiotomía es una de esas palabras que nunca había empleado hasta quedarme embarazada. Igual que periné, discos absorbentes de lactancia, calostro o fontanelas. ¡Bienvenida al léxico maternal!

Hace un montón de años, un amigo que estudiaba enfermería y estaba haciendo las prácticas en el paritorio, me explicó, de manera bastante explícita, lo que más le había sorprendido de los partos. A mí se me grabaron en la mente dos cosas. La primera es de lo más escatológica, porque él me aseguraba que a las parturientas las ponían un enema para evitar que se cagasen mientras parían. Yo no me lo acababa de creer, pero luego me he enterado de que no es tan raro que esto último ocurra. Yo tuve la enorme suerte de vomitar tanto durante mi primer parto que no me tuvieron que administrar ningún laxante. Qué bien, ¿eh?

Lo segundo fue lo de la episiotomía, que él no llamó así. Me aseguró que, directamente, te rajaban y, tras echarme un vistazo, añadió que con lo delgadita que era yo, a mí me rajarían seguro si tenía un hijo alguna vez. ¿Qué te rajan? ¿Cómo que te rajan? Le preguntaba yo, que no daba crédito y aun me estaba recuperando de lo de cagarte viva en medio del parto. También fue bastante explícito, pero me está entrando la flojera al recordarlo y creo que voy a parar aquí.

El caso es que la episiotomía es muy desagradable. No en el momento, porque yo no me enteré, pero sí en las consecuencias.

Con los casi cuatro kilitos de peso de mi Chicote y los cuarenta y cinco que pesaba yo antes del embarazo, podéis imaginar la desproporción de la situación. Mi niño salió con fórceps y bastante dolor, pero en menos de un minuto de empezar la intervención ya le tenía en mi pecho. Casi no me lo creía.

Luego tuvieron que sacarme la placenta y que coserme. La matrona nos dijo en las clases preparto que de eso ni nos enterábamos de lo contentas que estaríamos con nuestro bebé en brazos. Mentira podrida. Me enteré perfectamente. Y me dolió. Fueron tres cuartos de hora muy largos, con las piernas atadas a los estribos de la camilla y dos mujeres comentando el programa que se había grabado unas semanas antes en el hospital (Baby Boom) y cosiéndome los entresijos. Yo miraba la cara del Padre de la Criatura y no podía más que preocuparme, porque estaba cada vez más serio. Menos mal que tenía a mi niño en el pecho, abriendo los ojitos al mundo e, imagino, preguntándose qué era todo ese nuevo escándalo alrededor.

No me quisieron decir los puntos que me dieron (vaya, yo que siempre he oído hablar de cicatrices juntando el número de puntos correspondientes, para darles valor a éstas) pero sí me dijeron que me habían cosido en tres sitios: cara interna es el único que recuerdo. No me preguntéis la cara interna de qué.

Las cuarenta y ocho que pasé ingresada después no paró de entrar gente distinta en la habitación y de mirarme la entrepierna. Que, por cierto, estaba sangrando, y la única manera de contener esa hemorragia es con compresas tocológicas, un eufemismo para referirse a enormes masas de celulosa que me impedían juntar las piernas pero me facilitaban un blando asiento allá donde iba.

Los puntos tardaron tanto en caer que ya pensaba que me acompañarían siempre, igual que las compresas y las bragas de papel, fatales para el medio ambiente pero estupendas para el follón de los primeros días en casa. Como veis, un nacimiento no es todo cigüeñitas y flores.

Ir al baño pensando en lo que tienes ahí abajo es otra aventura. Hacer pis me costó unas cuantas horas. Lógico, porque no te dejan beber agua hasta dos horas después de que acabe el parto, y ya he contado que vomité cuatro veces. Me daba un poco de miedo, pero no me escoció, así que me quedé tranquila. Además, después del embarazo, me parecía que no necesitaba hacer pis apenas.

Los puntos se me cayeron, y pude volver a las compresas de toda la vida, porque seguí sangrando más de un mes. Me parece mentira que pasemos por todas esas molestias después de parto y que apenas las recordemos luego. ¡Figuraos el trabajo que dan los bebitos! Después de unas cuantas semanas reuní valor y me miré la cicatriz. He de decir que no se notaba tanto, y que, aunque se notase, está en un lugar bastante discreto, claro. Pero sí que la sentía a menudo. Puede que sea sicosomático, porque soy algo hipocondríaca, pero de vez en cuando percibía algún tironcillo de la piel y sabía que eran los puntos, la cicatriz que me recordará siempre que tuve una vez un bebé que salió de mis entrañas. Entonces me parece hasta bonita.

viernes, 10 de abril de 2015

El trayecto

Esta Semana Santa hemos viajado por primera vez con los dos niños. El Padre de las Criaturas nació 550 kilómetros al sur de donde vivimos ahora, y allá nos fuimos, a ver el mar, disfrutar del buen tiempo y presentar al Peque a un montón de familiares y amigos.

Un viaje en coche con un niño pequeño y un bebé es bastante imprevisible. Antes bajábamos al sur en menos de 5 horas, pero esta vez tardamos siete en llegar a nuestro destino. Chicote preguntó un par de millones de veces si ya habíamos llegado y si eso que se veía por la ventanilla era la playa. Lo peor es que empezó a hacerlo cuando todavía no habíamos salido del garaje de casa....

Luego toca llegar a nuestro destino, pasarnos a saludar a la familia, a la que hace meses que no vemos, y por fin, ocho horas después de salir de casa, llegar a la que será nuestro hogar una semanita. Entonces es el momento de deshacer las maletas, hacer las camas, montar la cuna, colgar la ropa, sacar los juguetes, abrir ventanas y, cuando parece que ya podemos descansar nos percatamos de que queda otra apasionante aventura: hacer la compra.

Como meter de nuevo a los niños en el coche puede convertirse en una tragedia griega, decido mandar a su padre con una detallada lista mientras termino de guardar cosas. Menos mal que nuestros vecinos tienen un niño al que mi Chicote adora y nos pasamos a verlos un rato, a ver si desfogamos todos un poco y descansamos de las vacaciones antes de empezarlas.