viernes, 24 de abril de 2015

La vuelta

Hace un  par de días me encontré en el súper con una amiga a la que no veía desde la primera y única clase preparto a la que asistí en mi segundo embarazo. Su niño tiene seis meses y ella ya se había incorporado al trabajo.

Tengo la suerte, en estos tiempos que corren, de poder alargar mi exiguo permiso maternal. Con mi Chicote esperé hasta sus once meses para dejarlo en la guarde y volver al tajo. Con el Peque voy a esperar a enero, así que habrá cumplido ya de sobra el añito cuando me tenga que separar de él.

Los tres meses que me quedaban para las vacaciones de verano cuando dejé a mi hijo mayor en la escuela infantil fueron los más duros de mi vida. La separación nos costó horrores. El primer día no lloró, no se lo esperaba ni se enteraba de qué iba el rollo. Pero luego... Niño llorando, madre culpabilizándose y semanas a todo correr. Creo que ya he comentado que Chicote duerme normal tirando a fatal, así que muchos días yo me iba a trabajar con un par de horas de sueño. Una vez reventé dos ruedas del coche al meterme en un socavón, cuando mi estado zombi rozaba ya dimensiones apoteósicas.

Muchas madres me cuentan que sus niños todavía no extrañaban cuando tuvieron que volver a sus puestos de trabajo. En una de las guardes que visité antes de decidirme me dijeron que era mala idea que me cogiera excedencia y alargara el permiso más de ocho meses, porque al niño le costaría mucho más adaptarse. Bastante ojiplática, decidí descartar ese centro de inmediato. Razón no le faltaba a la directora, desde luego, mi hijo habría llorado menos si le hubiese dejado con cuatro meses pero, ¿cómo me habría sentido yo?

Es respetable, faltaría más, que cada uno se incorpore cuando quiera al trabajo. Habrá gente que se vuelva loca en casa y que esté deseando volver a su anterior vida (o a lo que quede de ésta) y otras personas a las que nos cuesta más dejar en casa lo que se ha convertido en nuestro mundo y volver a la realidad. Cuando regresé al instituto lo pasé mal, no me acuerdo mucho de esos tres meses y a veces me pregunto cómo lo hice para dar clases sin dormir, para corregir en casa con mi pequeño que no quería separarse de mí y para sobrevivir a todos los virus de la guarde que cogí y que me dejaron con cinco kilos menos.

A pesar de todo, en septiembre, cuando comenzó otro curso, las cosas volvieron poco a poco a la normalidad y me reconcilié con mi trabajo, con mis alumnos y con el mundo. Estaba contenta de salir de casa, de hacer cosas que me gustaban y de encontrarme con mi niño a las tres, una hora bastante decente dentro de lo que se estila en nuestro país.

Esta vez alargaré la excedencia (que es tiempo sin cobrar, por cierto, ni un duro desde hace ya unas
semanas, y aún así soy casi una privilegiada por poder planteármelo económica y laboralmente) y acompañaré a Chicote al cole en su primer trimestre todas las mañanas para volverme a casita y disfrutar de Peque. Qué suerte haber podido elegir. Y qué pena que sea una suerte.

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