martes, 28 de abril de 2015

El parto

Mi segundo parto fue estupendo. Como yo imaginaba que tenía que ser un parto. Como lo había visto en las películas. Un momentazo en el que se te escapa una lagrimita de la emoción. Nada que ver con la llegada al mundo de mi primogénito, de la que hablaré en otra ocasión.

Yo salía de cuentas el día antes de mi cumpleaños. Como Chicote se adelantó, yo estaba convencida de que Peque haría lo propio y pensaba soplar las velas con mi bebé en brazos. Pero no, estaba tan ricamente ahí dentro y decidió que no tenía prisa, así que un nuevo temor se instaló en mi mente, ¿y si me tenían que provocar el parto? El 26 de noviembre fui a monitores y volví con la sensación de haberme dado un paseo en balde. "Todo bien, pero vamos, que si hubiese algo mal tampoco se vería claramente (¿¿??) así que nada, te vuelves la semana que viene y ya vemos", fue lo que me dijo la amable matrona, que maja era un rato. Menos mal...

El 28, quizá por el efecto de la tarta que me metí entre pecho y espalda la tarde anterior, expulsé el tapón mucoso por la mañana. No tenía contracciones fuertes pero empecé a ponerme nerviosa. Quedaba tan poquito!! El último mes se me había hecho cuesta arriba, estaba cansada, mi hijo mayor estaba irritable, me costaba todo un triunfo y, si el médico me hubiese dado a elegir, hubiese dicho que me sacaran al niño aunque fuese mediante cesárea. Es curioso, con Chicote nunca sentí nada parecido, me encantaba estar embarazada y nunca tuve ganas de que llegase el parto. Y cesárea era la última palabra que quería oír, desde luego.

A medida que iba avanzando el día, las contracciones se iban haciendo más dolorosas, así que después de comer le dije a mi madre que le llevaría al niño. Eso fue lo más duro. Chicote sabía que iba a tener un hermanito, claro, y que yo iba a tener que ir al hospital. Y cada vez que hablábamos de separarnos se enfadaba muchísimo, así que yo estaba muy preocupada por su reacción, y retrasé el momento todo lo que pude.

Llegamos a casa de mi madre casi a las ocho de la tarde, con contracciones dolorosas y con mi hijo
mayor tan contento. De ahí, corriendo al hospital, con una separación mucho menos traumática de lo que imaginaba. Vamos, que ni un beso me dio el tío cuando la abuela le dijo que le iba a hacer patatas fritas para cenar!!!

Ingresé a las nueve, y me pasaron a monitores. Yo estaba muy tranquila, respirando hondo y con dolores soportables. Muy diferente todo al primer parto. Mientras yacía en la camilla inspirando y espirando escuché a las enfermeras decir que en cuanto se quedase un paritario vacío me iban a subir. ¿Ya? No me lo creía!!!

A las diez de la noche entraba en el paritario y la matrona, una mujer mayor y absolutamente encantadora, me preguntó si quería enema y la epidural. Me negué a lo primero y acepté lo segundo. Después de mi experiencia en lo que a partos se refiere me parecía lo más lógico. Enseguida entró la anestesista. ¿Ya? Yo no tenía dolores tan fuertes como para necesitar anestesiarme, pero recordaba mi parto anterior y me dejé hacer. Tardaron un rato en pincharme y cuando el Padre de las Criaturas entró estaba ya bastante nervioso. Él ha trabajado en el sector sanitario en Inglaterra y allí los familiares no tienen que salir de la sala en ningún momento.

Yo pensé que todo se ralentizaría y estaba arrepentida de haberme puesto la epidural.  Mi chico me recordaba toooooodas las horas que pasamos así en el primer parto, y no paraba de decirme que descansara, que nos quedaba mucho. Por eso, cuando la matrona entró a la una y dijo que ya estaba lista no nos lo esperábamos. Yo ya tenía ganas de empujar, y tras el primer pujo una auxiliar que estaba allí gritó que tenía mucho pelo.
-¿Quién?
- Pues tu hijo!!
No me podía creer que ya se le viese la cabeza. Tuvieron que decirme que no empujase tan fuerte, pero al siguiente pujo ya estaba fuera. Lo sujetamos y me lo puse al pecho. A la una y diez ya estaba mamando, tan precioso. Tan perfecto.

Me dieron tres puntitos por un desgarro y me subieron a planta porque tuve la suerte de que necesitaban el paritario inmediatamente. Mi bebé seguía colgado de la teta y, a pesar de la hora, mi hermana y su novio vinieron a vernos.

Tras esta experiencia me di cuenta de que mi primer parto no fue un parto, sino una intervención. Y de que parir es algo precioso y natural. Y que ojalá todas pudiésemos tener un parto tan bonito. O mejor.




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