domingo, 11 de octubre de 2015

Los celos



Y el mayor, ¿cómo lo lleva? Es la pregunta insistente que te hacen desde que cuentas que estás embarazada del segundo. El príncipe de la casa va a tener que compartir su trono, y eso es duro. Para todos. Recuerdo una Semana Santa, cuando Chicote tenía diez meses y me vio cogiendo a la bebita de unos amigos en brazos. El tío empezó a darme golpes mientras su padre lo sostenía y no paró hasta que no solté a la pequeñina. Menudo es mi niño.

Durante el embarazo intenté contarle que iba a tener un hermanito, que tocase mi barriga cuando daba pataditas y que le diese algún besito al ombligo. Incluso le compré un cuento muy chulo en el que explicaban la llegaba de un nuevo miembro a la familia, con dibujos en los que se veía a la mami en el médico mientras le hacían una ecografía. Aunque, a mi pesar, lo que más le gustaba a mi hijo del cuento era un pañal manchado de caca que el hermano mayor sujetaba con asco. Escatología pura, vaya.

Según mi tripa iba creciendo mi Chicote estaba diferente. Una noche, mientras mi hermana me ayudaba a bañarle, le comentó que cuando su hermanito naciera él podía quedarse a dormir con ella en su casa. En lugar de alegrarse, empezó a llorar tanto que tuve que sacarlo de la bañera y abrazarlo, mientras le prometía que íbamos a dormir juntos todas las noches.

Y yo pensaba, ¿ qué pasará cuando sean dos?

En el hospital no fue para tanto. Se quedó con sus abuelos tan contento y cuando fue a conocer a su hermanito, tras veinte minutos de visita de rigor, nos anunció que se iba a casa de la abuela. Me quedé casi chafada...

Al Peque no le hacía ni caso al principio. Enseguida aprendió a hablar bajito cuando estaba dormido y a que podía jugar con las cosas que le regalaban al bebé porque era demasiado pequeño para quejarse, así que sólo le molestaba cuando mamaba o yo le dormía en brazos. Entonces, irremediablemente, quería que le cogiese, o le diese la cena. Y me pedía que dejase al hermanito en el suelo.

Tardó un poco en demostrar afecto. Luego fue dándole besos, algunos abracitos e incluso se le escapaban achuchones. Y entonces Peque empezó a reírse con su hermano. Y Chicote empezó a darse cuenta del poder que tienen los hermanos mayores sobre los pequeños. Y le encantó. Mamá, le he quitado el chupete para que se ría, Mamá, ponle en el suelo a mi lado para que me vea. 

Y yo tan contenta, pensando que ya eran amigos.

Ahora estamos en otro punto. Los dos juegan, y, qué casualidad, siempre quieren los mismos juguetes. Da igual lo que tenga el pequeño en las manos, su hermano se lo quitará. Y es indiferente con qué juegue el mayor, el pequeño intentará cogerlo. Y los empujones no se hacen esperar. Menuda me espera cuando crezcan.

Peque ya hace monerías, juega y capta nuestra atención. Y Chicote tiene momentos en los que quiere jugar a ser un bebé, gatear o que le duerma en brazos. Pobrecito, es muy chiquitín.

Y, lo más sorprendente. Hace un par de semanas yo tenía al mayor en brazos. Entonces el pequeño nos vio, se lanzó a gatear berreando y no paró hasta que no consiguió que le hiciera hueco en mi regazo. Desde entonces los tengo que coger a los dos en brazos a menudo. Ni Nadal va a tener unos bíceps como los míos...

Chicote está mucho más cariñoso desde que tiene un hermano. Nos dice a todos cuánto nos quiere, da más besos y está más mimoso. De mí también cuentan que, al nacer mi hermana, empecé a prodigar mucho más afecto. Es lo que tiene no ser único, hay que ganarse también el cariño.

Espero que los celos sean sólo un bache pequeño, y que yo sea capaz de darles el mismo amor a los dos y tratarlos igual, dentro de sus diferencias. Quererlos, los quiero muchísimo. A los dos.


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