jueves, 8 de octubre de 2015

El gateador

Con diez mesecitos mi pequeñín no para. A mediados de verano yo pensaba que no gatearía, pero fue volver de las vacaciones, ponerle un foam en el salón y pasar de reptar a lo marine de maniobras a gatear con un estilazo gatuno que ríete tú de Bolt en los cien metros lisos.

Se mueve por toda la casa, sobre todo persiguiendo a su hermano o intentando coger alguna pelota, su juguete favorito. A veces se queda atascado debajo de una silla y el pobre llora hasta que le sacamos o le indicamos la salida.

Las tardes de parque le vuelven loco. Ya no aguanta sentado en la sillita, ni siquiera en un banco conmigo, y menos en brazos. Hay que dejarlo en el suelo. Gatea, intenta subirse por la rampa del tobogán, coge piedrecitas pequeñas o arranca el césped. Normalmente bajo la atenta mirada de alguna niña con precoz instinto maternal y de mis placajes a su hermano o amiguitos cuando se acercan peligrosamente. Los segundos son de otra pasta, pero que les atropelle un triciclo duele...


Se mete en la boca cualquier juguete que encuentra por casa. Hoy he tenido que esconder unas patatas chips de plástico con el mismo tamaño que su cavidad bucal. Le he sacado una de la boca entre toses.

Su última monería es llegar a cuatro patas con algo metido en la boca, como si fuera un perrito que te trae una pelota. Su hermano se parte de risa y él, tan feliz de contribuir a la alegría fraternal.

Otro de sus juegos favoritos, además de lanzar incansablemente la pelota, es quitarse un calcetín. Se lo mete en la boca  y lo chupa como si lo estuviera exprimiendo. Cuando se aburre, pasa a morder el pie. Pero de comida, nada.

Duerme como un bendito, su siesta matinal, la de después de comer (o de intentarlo) y a las nueve de la noche ya se le cierran los ojitos. Casi no me creo que tenga ya un horario tan definido, ¿cómo lo he conseguido? Con el mayor aún no hemos llegado a ese punto...

Se sigue despertando por las noches un par de veces, pero lo normal es que se duerma enseguida. Ni me importa.

Tiene dos mini dientes, y muerde como un felino. Incluso a mí me tiene con el pecho dolorido y no sé muy bien cómo hacerle entender que con la comida no se juega, sobre todo si la comida soy yo.

Adora a su hermano, a su padre y a su abuela. Y a su madre, claro. No quiero pensar en la guarde, es muy feliz en casita con nosotros. Y, gracias a Chicote y sus amigos, se relaciona con otros niños que lo saludan y dan besos todas las mañanas cuando vamos al colegio.

A veces creo que no le estoy dedicando el tiempo suficiente, que hacía mucho más caso al mayor y que este pobre tiene que conformarse con las migajas del cariño y atenciones que exige un niño de tres años.

Pero, a pesar de todo, es un niño estupendo. Cosas de los segundones.


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