Noviembre siempre me ha gustado. Cumplo años hoy, y, cuando era pequeña, contaba los días que faltaban para celebrarlo. Siempre era la última de mis amigos en cumplirlos, y eso aumentaba mi ilusión. A partir de los veinte tuve una pequeña crisis existencial y dejó de hacerme tanta gracia ir sumando cifras. Pero noviembre seguía gustándome.
Este año afronto mi aniversario serena. Tranquila. Casi podría decir que feliz. No me atormenta hacerme más vieja y quizá no tan sabia como me gustaría. ¿Habré alcanzado el equilibrio? Hace unos años, en uno de mis diarios, reflexionaba sobre el papel de los cumpleaños de los padres. Pasan a un segundo plano, igual que otras muchas facetas de la vida cuando se tienen hijos. Mi Peque cumple su primer añito pasado mañana, así que no he podido pasar a ser más segundona. Y creo que me encanta.
No me hace demasiada ilusión abrir regalos, pero me apetece mucho que mi niño mayor me cante el Cumpleaños, me dé unos besos y me diga que me quiere mucho, amor, y que soy su corazón y su princesa (sí, apunta maneras de galán de telenovela)
El domingo comeremos tarta y mi pequeñín soplará (llevamos días ensayando) su primera velita. Yo le echaré una mano y disfrutaré de su día incluso más que del mío.
Supongo que eso es hacerse mayor. Felicidades.
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