viernes, 25 de diciembre de 2015

El baño

Se acerca la hora crítica. Pasan unos minutos de las ocho. Llevas un rato pidiendo a tus hijos que recojan. Que guarden los juguetes. Que vayan para el cuarto de baño. Da igual. Nadie parece escucharte. Como casi siempre.

Sales del salón y te encaminas hacia la bañera. Primera parada técnica para coger pijamas y preparar la ropa del día siguiente. Enésimo grito que nadie escucha. Porque oírlo, tienen que oírlo, que seguro que hasta el vecino se está acordando de tu madre.

Abres el grifo. Unos jadeos se escuchan en el pasillo. Tu Peque llega gateando, más feliz que un regaliz porque oye caer el agua y sabe lo que se avecina. Todavía hay esperanzas. Se aferra al borde de la bañera y empieza el jolgorio. Si pudiera, se tiraba de cabeza.

Más pasos. El mayor, que por fin hace caso. ¿Has recogido? Preguntas, sabiendo dos cosas. Que no te va a contestar y que la respuesta, si la hubiere, sería negativa. En fin.

Empiezas a desnudarlos. El pequeño, embargado por la emoción, es capaz de sacarse el body solito por la cabeza. El mayor fluctúa entre las demostraciones de sus capacidades de chico grande y la pelusa de su hermano pequeño. Eso sí, seguro que, una vez sin ropa, intentará meterse solo en la bañera mientras tú intentas evitarlo.

Ya están los dos a remojo, rodeados de juguetes. Comienza la batalla. Los dos quieren el mismo. Cada uno tira hacia un lado. La bañera es resbaladiza y te da pánico que uno de ellos acabe cayéndose boca arriba y golpeándose la nuca o boca abajo y tragando agua. Suspirando, repartes cubos, barquitos y esponjas equitativamente. Da igual, cada uno va a querer los del otro.

Los enjabonas por turnos, los aclaras. El pequeño, cada vez más sobreexcitado, salpica más fuerte. Probablemente acabe tosiendo por culpa del agua que traga cada vez que forma una ola. O que se vacíe encima la jarra de plástico que usas para aclararlo. O que comience a beber agua con jabón de uno de los cubitos de plástico con los que juegan. Te ríes de los tsunamis en el Mar de la China.  Marejadillas al lado de la que monta el pequeñín.  Y el mayor no le va a la zaga. Para algo es el mayor, y tiene que demostrar que es capaz de salpicar más todavía. Las gotas llegan a los últimos azulejos de la pared. Del suelo, prefieres no hablar. No sabes para qué friegas.


A la hora de sacarlos comienza la siguiente batalla. El mayor quiere acabar el primero. El pequeño no para de retorcerse. Cuando consigues placarle y ponerle pañal y pijama sientes que necesitas tú otro baño. En un spa y con masaje, a ser posible.

Un minuto de secador les hace reír y ya están listos para la cena. Y tú, para el arrastre.

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