miércoles, 30 de diciembre de 2015

El dosmilquince

De pequeña, Nochevieja era mi celebración favorita. Nos juntábamos con mi tía, que siempre nos hacía el mejor regalo, y mis primos. Veíamos a Martes y Trece, aunque yo no acabara de entenderlo, y sonreímos cuando mi abuela empezaba con las uvas a las doce menos cuarto, no fuera a ser que no le diera tiempo a acabarlas.

Años más tarde tocaba salir esa noche, al principio con la ilusión de la primera vez que vas a llegar a casa al amanecer y luego con el agobio de encontrar buen plan.

Y la melancolía. Cambiar de año, guardar el calendario y hacer balance. Pensar en los propósitos que te marcas para el año que empieza y reflexionar, por primera vez, sobre lo rápido que pasa el tiempo.  Echar de menos a tu abuela que empezaba a felicitar el año cuando tocaban los cuartos, porque ella ya se había comido las doce uvas.

Mañana acaba otro año. A estas alturas da un poco de vértigo lo deprisa que pasa la vida. Trescientos sesenta y cinco días atrás yo tenía un bebé de un mes y poco tiempo para hacer balances. Este año me ha pasado por encima, se me ha escapado entre los dedos.

No he trabajado. Me he ocupado de mis niños, uno a punto de echar a andar y el otro que lleva ya un trimestre en el colegio. He intentado hacer algo para mí, y todavía no sé cómo acabará este experimento de la UNED. Voy a volver a trabajar, a las mañanas de prisas y a las noches en blanco. Me da un poco de vértigo, pero sé que sobreviviremos.

Mis objetivos son que mis niños sean felices y estén sanos. Que nos queramos. Intentar no perder la paciencia más de un par de veces al día y acordarme de que dentro de poco echaré de menos a mís bebés. Y no habrá vuelta atrás.

Voy a colgar el calendario nuevo. Feliz año.

No hay comentarios:

Publicar un comentario