lunes, 21 de septiembre de 2015

El Perpa

Hace unos años, en el instituto en el que trabajaba, había un chico con la mirada dura.  De esos a los que se conoce aunque no los tengas en clase. De esos que te revientan una explicación, una guardia o te destrozan el aula de castigo. Un chico menudo, pequeño para su edad, con cara de niño pero inmune a amenazas y castigos. Era yugoslavo. Bueno, lo había sido, porque nació durante la Guerra de los Balcanes y se había quedado sin patria. Como Kafka. Tenía una hermana mayor, antigua alumna, a la que no conocí, pero de la que contaban relatos con tintes casi legendarios.

Me contaron, a grandes rasgos, la historia de su familia. Habían tenido que huir de su país, eran refugiados. Antes de irse habían vivido cosas muy duras. Lo suficiente para que ese chiquillo tuviera esa mirada y le resbalara todo lo que le pudiéramos decir.

No sé que fue de él. Pero viendo estos días en la tele a esas familias que huyen, que lo dejan todo atrás con niños pequeños en brazos y apenas equipaje, me he acordado del chico duro yugoslavo.

En una entrevista, Millás preguntaba a una cantante cómo le había afectado su reciente maternidad (seguro que de forma mucho más interesante) Ella contestó que todo le afectaba más, porque cada vez que veía un niño pensaba que ese podía ser su hijito. Lo dijo así, hijito, y a mí me pareció una estupidez. Qué equivocada estaba yo.

Cuando eres madre, eres un poco madre de todos. Del alumno que no quiere estudiar y cuya madre te llama desesperada; del niño que en el parque juega solo y al que su madre mira angustiada; del pequeño que va en brazos, intentando cruzar una frontera y sentarse en un sillón como el tuyo, en el que descansas con tu hijo mientras lo ves en televisión.

A veces se nos olvida la suerte que tenemos de haber nacido donde lo hemos hecho, de vivir donde vivimos, de que nuestros hijos vayan a tener unas oportunidades que a otros se les escapan entre los dedos. Qué injusto es el mundo. Y cuánto nos cuesta equilibrar la balanza.

Ojalá alguien se haya parado a ver más allá de la mirada dura del chico yugoslavo.

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