jueves, 3 de septiembre de 2015

Lo nuevo

Dentro de cinco días Chicote empieza el colegio. Mañana tengo la reunión en la que nos contarán, a los angustiados progenitores, cómo se va a desarrollar esta nueva etapa de nuestros retoños. Estoy nerviosa.

Lloré en mi primer día de colegio, como cantaba Pedro Guerra. Y en el segundo, el tercero y casi todo el primer curso. Mi madre se pidió el día libre y me llevó. Me había comprado un estuche pequeño, aunque luego nos enteramos de que no teníamos que llevar nada. Y me preparó dos galletas de chocolate, mis preferidas del surtido Cuétara. Me parece que las estoy viendo, envueltas en papel naranja y verde, rectangular y cuadrara. Los niños esperábamos en la puerta principal, sin subir los escalones, mientras nos iban llamando. Yo sollozaba y mi madre me susurró que mirara a un niño que subía, tan contento, las escaleras solito. Le cogí una manía que me duró hasta el final de la EGB.

En clase éramos tres las que llorábamos, y una se convirtió en mi mejor amiga. A la hora del recreo mi madre fue a verme, al otro lado de la valla, empujando el cochecito de mi hermana. Supongo que iba a comprobar si se me había pasado el disgusto. Nunca he preguntado si estuvo ese rato dando vueltas al colegio, pensando, angustiada, en si yo seguiría llorando.

Ahora es mi hijo el que va a enfrentarse a todo eso. No sé si llorará, no sé si le caerá mal algún niño o si reconocerá, entre lágrimas, a su mejor amigo. Deseo que le guste, que vaya contento, que haga amigos y que no tenga miedo.

Me cuesta imaginarlo solito, en la clase, en el comedor o en el recreo. Me pregunto si me pasaré a verle a través de la valla, vigilando si juega con otros niños. Si me quedaré en la puerta tratando de adivinar sus sollozos. Si se me escapará una lagrimilla furtiva cuando nos despidamos y ponga carita triste.

A pesar de mis eternos llantos, fui feliz en el colegio. No tuve una mala profesora, e incluso puedo asegurar que varias de ellas fueron magníficas. Hice amigos que me duran hasta ahora y casi todo son buenos recuerdos. Ojalá dentro de una década mi pequeño gran chico pueda decir lo mismo. Velaré porque así sea.

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