lunes, 2 de mayo de 2016

El artículo

Hace ya unos cuantos lustros que dejé de celebrar Días de madres, padres y espíritus santos. De San Valentín no me apeé porque nunca lo tuve en consideración. Rebelde que era una.

Ahora, visto desde el otro lado, he de decir que las manualidades que me hacen las profesoras de mi primogénito, ayudadas por él en cada vez mayor medida, me hacen ilusión e incluso me conmueven. No tengo que esforzarme mucho en reforzar su autoestima ante sus dotes creativas porque ya se encarga él de explicarme lo bien que lo ha hecho y cómo ha escrito ese te quiero con la inconfundible letra de su tutora. Se lo agradezco mucho a ambos.

Yo también soy de las que creen que el amor materno-filial se debe repartir entre todos los días del año, y prefiero un beso diario (o unos cuantos) a una caja de bombones el primer domingo de mayo.

Por eso empecé a leer el artículo de Elvira Lindo asintiendo, algo extrañada, porque precisamente sus últimos artículos (bueno, los que he leído yo, que confieso que quizás no son todos los que quisiera, mi tiempo es limitado para entregarme a placeres como el de la lectura, muy a mi pesar) versando sobre el tan manido tema de la maternidad me han dejado un sabor agridulce.

Si mal no recuerdo, y como explica en su novela Lo que me queda por vivir, ella se estrenó en esto de la maternidad en los ochenta y con veintipoquísimos años. Una valiente. Y muy diferente a las circunstancias en las que estrenamos maternidad las españoles que tenemos, más menos, la edad de su hijo.

Quizá el hecho de retrasar esa maternidad hace que ésta tome mayor conciencia. Quizá sea la moda de la crianza natural. Quizá ahora magnifiquemos nuestras acciones. O puede que nuestras madres, esas que tuvieron que enfrentarse a una crianza y una educación impregnadas de machismo, empezar a trabajar tras unas cuantas generaciones de mujeres amas de casa y enfrentarse a formar familias, llevar hogares y seguir metidas en el mercado laboral cuando lo de la conciliación ni se mentaba, no tuvieron tiempo (ni ganas, supongo), de complicarse aún más dando nombre a formas de crianza ni discutiendo con pediatras si era mejor o peor la leche de fórmula.

Treinta años más tarde la sociedad ha cambiado. Menos mal. No tanto como debiera, pero algo hemos evolucionado. Ahora hay mujeres que pueden elegir, padres (pocos, todavía) que cogen excedencias y se implican en el cuidado de hijos y, sobre todo, ganas de compartir experiencias en redes sociales. No creo que haya muchos más cambios. Lindo asegura que la maternidad es muy vieja. Como la Humanidad misma. E incluso anterior, apostillo. No hemos inventado nada, ni somos mejores ni peores. Cada una lo intentamos hacer lo mejor posible, creo que esa es la máxima de la Maternidad. Y por eso sobran los juicios. Lo explica Cecilia Jan mucho mejor aquí.

Entregarse a la maternidad sin pausa ni tregua es una expresión muy desafortunada. Cada una cría a sus hijos de la mejor manera posible, cada una es la mejor madre que sus hijos pueden tener. Y puede dedicarle todo el tiempo que crea conveniente. No sé si a alguien se le ocurriría decir algo como entregarse a su trabajo de forma agobiante. Seguro que no se entendería la crítica porque cada una emplea el tiempo como considera mejor. Pues eso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario