Estas últimas semanas estoy acusando el cansancio, la astenía primaveral. El fin de curso se acerca, empezamos a agobiarnos y a acumular trabajo y, con estas tardes infinitas de luz cada vez nos acostamos más tarde y dormimos menos.
Hace un año yo cuidaba full-time de mis pequeños piratas. Estaba con ellos casi todo el día, preparaba la comida, pasaba la aspiradora con menos frecuencia de lo deseable y me echaba la siesta menos rato del que me gustaría. Ahora me parece algo lejano y pretérito.
Vivo angustiada, lo reconozco, pensando si mi Peque se pondrá otra vez malo cuando lo recoja de la guarde. Si caminará bien cuando le quiten la escayola. Qué ganas tengo de que llegue el verano, se vayan los virus y nos den vacaciones. Y tengamos mucho tiempo para estar juntos, para descansar, para coger fuerzas e inmunizarnos.
Cuando volvamos en septiembre tendré a dos niños de cuatro años largos y casi dos. Dos amigos que jugaran juntos. Y se pelearán. Como hacen ahora mismo, tirando cada uno de un extremo del mismo juguete. Mis dos piratillas.
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