martes, 21 de junio de 2016

Las preocupaciones

Cuando tienes un hijo nadie te prepara para los desvelos que te esperan a partir del momento en el que nace. Y no me refiero a los provocados por el desajuste de serie con el que vienen los recién nacidos, ese que hace que no duerman más de dos o tres horas seguidas por las noches y que trae como consecuencia las ojeras y palidez que adornan a las madres recientes. No. Hablo de otros desvelos. Que no se acaban ni cuando el niño duerme del tirón. Son las preocupaciones. Las que te provoca ser madre, cuidar de una criatura cuya vida está en tus manos. Y, aunque la criatura crezca, aunque no dependa tanto de tí, me temo que los desvelos nunca nos abandonan.

Al principio te asusta todo. ¿Come lo suficiente? ¿Por qué llora? ¿Se dormirá alguna vez? ¿Respira? La experiencia es un grado, y poco a poco entiendes un poco mejor a tu bebé y diferencias sus lloros. Pero, claro, un bebé no habla y no te puede explicar si le duele algo, si tiene frío, si quiere que le cambies. Recuerdo que una de mis mayores preocupaciones con mi Chicote era que tuviera fiebre y yo no me diese cuenta. A los nueve meses se puso malito por primera vez (sí, hemos tenido mucha suerte) y, aunque no superó los 38º, lo noté ipso facto.

Con catorce meses le estaba dando el pecho cuando vi una gota de sangre en el pezón. Tardé un poco en darme cuenta de que mi pequeñín sangraba por la nariz sin haberse dado ningún golpe. Tras diez minutos eternos nos fuimos a urgencias y, aunque la hemorragia paró en el coche, pocas veces he estado tan nerviosa. Cuando llegamos pensaron que habíamos tenido un accidente. Desde entonces y durante mucho tiempo me ha dado pánico ver a mi niño sangrar.

Con el pequeño son los golpes lo que peor llevo. Golpes y vómitos me aterran. Aunque la fiebre no les va a la zaga. He pasado horas comprobando como mi bebé dormía, mirándolo fijamente y conjurando al virus de turno para que saliese de su cuerpecito. Cada vez que me entero, por el grupo de whatsapp, de un nuevo enfermito en la guarde, comienzo a temblar y a tocar tanto la frente de mi Peque que temo provocarle yo misma la fiebre.

Y eso no es nada. Me pongo a pensar en que pueden discutir con sus amigos. En que quizá tengan  problemas en el cole. En cuando salgan por las noches. En sus futuros desamores.

Una compañera (y amiga) con hijos ya mayores y nieto en camino me cuenta a veces que nada le provoca mayor tranquilidad que, en fechas señaladas, tener a su hijos durmiendo bajo el mismo techo.

Pues eso. ¿Volveré a dormir a pierna suelta?

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