Mañana es viernes y puedo dejar a Chicote en el cole porque no tengo clase a primera hora. Mañana es viernes y si Peque se pone malito (por favor, que no se ponga) al menos sé que estará conmigo.
Mañana es viernes y podemos acostarnos más tarde pero los niños están tan agotados que es el día que se duermen antes. Mañana es viernes y acabo la semana con mi peor grupo pero luego me voy a pasar dos días enteros con mis niños.
Mañana es viernes y a la vuelta habrá atasco. Quizás llueva. Seguro que me cuesta aparcar. Pero tengo dos días de desconexión antes de que comience otra fatídica semana de madrugones, pocas horas de sueño y carreras matinales.
Mañana es viernes y a mí se me había olvidado lo que es sentir que llega el fin de semana. Mañana es viernes y da rabia pensar que hay que pasar por cinco días de obligaciones para disfrutar de cuarenta y ocho raquíticas horas de asueto y descanso, ¿qué mente esclavista nos organizó así?
Mañana es viernes y el lunes me prometeré otra vez que tengo que aprovechar la semana y disfrutar todas las tardes, y no mirar el reloj, obsesionarse con el calendario, contar los días para las vacaciones.
Mañana es viernes y mi hijo mayor ya sabe que llegan dos días sin cole ni trabajo. Y se le hacen muy cortos.
Mi madre siempre decía que el jueves era su día favorito porque podía decir que mañana es viernes. Pues eso.
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