lunes, 22 de febrero de 2016

Los alumnos

Cuando eres madre es fácil sentirte orgullosa. Esa pequeña criatura es fruto de tus cuidados, de tus desvelos y muchas de las cosas que vaya haciendo las habrá aprendido de ti. Mucho te reías de aquellos padres primerizos absortos ante los primeros balbuceos, pasos o cucamonas de sus pequeño y ahora es a ti a quien se le cae la baba.

Pero yo llevo ventaja. Estoy muy orgullosa de mis pequeñines, claro, pero llevo años sintiendo orgullo por otros chavales. A esos no los he criado yo, pero he formado una (mínima) parte de su educación y con eso me basta para estar orgullosa.

He tenido, en esta década larga que llevó dedicándome a la enseñanza, un buen puñado de alumnos estupendos. Estupendos de verdad, aunque algunos no fuesen los estudiantes más brillantes ( que los he tenido, también) Chicos y chicas especiales, cariñosos, solidarios, valientes, agradecidos, inteligentes. Incluso guapos. Los mejores.

Tengo suerte. A veces, cuando despido uno de esos grupos estupendos, esos que sé que voy a echar de menos, pienso que esto se acaba, que no tendré a otros como esos. Pero al cabo de un par de cursos me encuentro con otra clase de las que merecen la pena, de esas que te reconcilian con tu profesión.

He tenido tres grupos a los que recuerdo con especial cariño. De uno de ellos fui tutora dos años y para mí son muy importantes. Mantengo el contacto con algunos y me da mucha pena haberlo perdido con otros. Son geniales, cada uno con su historia, muchos podrían protagonizar una novela. Y aún son adolescentes (cada vez menos, me hacen mayor!)

Cuando me despedí de ellos porque cambiaba de centro me hicieron una fiesta. Yo les había leído unos poemas de despedida la última clase y, para romper un poco el ambiente melancólico que se estaba creando, bromeé pidiéndoles un comentario de texto de los mismos. Ellos me devolvieron la broma escribiendo cartas preciosas, que guardo como un tesoro y que me entregaron como si fueran un trabajo escolar.

La semana pasada una de esas alumnas volvió a España desde su país y, en la semana que estuvo aquí me hizo una visita a casa con otras compañeras. Es complicado explicar lo que significó para mí esa visita. Me hizo sentirme muy orgullosa.

Así que espero que cuando mis pequeños tormentos lleguen al instituto alguien les tenga el cariño que yo siento cuando pienso en mis viejos alumnos. Algunos ya amigos.


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