viernes, 7 de agosto de 2015

La piscina

Hubo un tiempo pretérito en el que servidora agarraba una toalla, se la echaba al hombro derecho, y blandiendo una novela cualquiera, se bajaba a la piscina. Por aquel entonces yo, temeraria, no miraba el reloj, y apenas me untaba un poco de crema en la cara, escote y hombros. Puede que fuera mediodía, o que el sol cayese oblicuo sobre mi persona, pero nada importaba. A veces pasaba el rato leyendo y solo me remojaba un poco las piernas. Qué joven era.

Bajar a la piscina ahora implica unos prolegómenos que me río yo de los que suben al Himalaya.


Lo primero es poner el bañador a Chicote. A veces colabora y lo hace él solito y otras tengo que perseguirlo por la casa entre amenazas veladas e intentos de soborno. Luego toca la crema a los dos. A veces acabo tan cansada que yo ni me echo. Una vez dejé a Chicote que me untase él en la espalda. Todavía tengo restos. El bote murió.

Ahora toca hacer las bolsas. Cubo, pala, manguitos, juguetes varios, discusión sobre si puedo llevar a Hulk, mamá, porfi. No se me pueden olvidar galletas, agua, pañales de repuesto, pañales para la piscina y toallitas. En muchos vuelos nacionales no me permitirían embarcar con tanto equipaje.

No pueden faltar las toallas, al menos tres, que hay que sentarse y envolver niños cuando salen del agua. Y las gorras. ¿Ya? Meter a Peque en el carrito, ponerle a Chicote las chanclas (unas cangrejeras monísimas pero poco prácticas para una emergencia. Nota mental, comprar crocs para el verano que viene) e intentar no olvidar el bikini.

Entonces miro el reloj y me doy cuenta de que ya estoy en la franja horaria que los expertos desaconsejan para poner a los niños al sol. Ahora, cualquiera les dice que nos quedamos casa, así que suspiro, les echo otro poco de crema y allá vamos.

Queda poner la sombrilla e intentar que Peque no se tire de mis brazos cuando vea el agua, mientras su hermano me pide insistentemente que le quite las chanclas, le ponga los manguitos y le dé unas galletas. Todo a la vez, a ser posible.

Cuando mi vecina del primero baja con su toalla en una mano y una novela en la otra no puedo evitar mirarla con envidia. Qué joven es.


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