miércoles, 5 de agosto de 2015

La cama

Cuando me fui a vivir sola me preguntaron en qué lado de la cama dormía. Tras unos segundos de duda tuve que reconocer que dormía atravesada, estirando todo lo posible mi escasa estatura para ocupar cuanto más espacio posible, en diagonal y con los brazos extendidos. Qué tiempos. Me fui replegando con los años, porque luego me mudé a algún piso sin calefacción y ahí empecé a encogerme y acurrucarme, quizá previendo lo que se avecinaba.

Chicote era un bebé de mal dormir (creo que ya lo he comentado). En el hospital te lo ponen en esas cunitas tan monas, de plástico transparente, como cubetas, donde puedes verlo. Por el día dormía plácidamente para regocijo de las visitas pero por las noches comenzaba el espectáculo. En casa igual. Lo ponía en el moisés dormidito pero era tocar su espaldita el colchón y empezar a retorcerse y berrear. Así que vuelta a empezar: lo cogía en brazos, lo amamantaba, lo acunaba, le cantaba al pobre.... Y, si con suerte se quedaba frito y lo tumbaba otra vez en su camita, hala, a llorar. Aprendo deprisa, así que acababa por meterlo en la cama. Y, por alguna misteriosa razón, ahí ya no lloraba tanto. 

He de reconocer que, afectada por alguna variante del Síndrome de Estocolmo, si el lechoncillo dormía un par de horas del tirón y yo me despertaba asustada de que ya no respirase (tanto sueño seguido no era normal) deseaba en voz bajita que abriera los ojos para metérmelo en la cama. Es de los pocos deseos que se han cumplido...

Por aquel entonces tuve un pequeño debate conmigo misma. ¿Debía dejar al niño dormir con nosotros? ¿ No acabaría acostumbrándose?  Chicote duerme en su habitación desde los nueve meses con suerte desigual. Se seguía despertando, y muchas noches tengo que levantarme porque quiere agua o porque me llama, muchas veces en sueños. Cuando el Padre de las Criaturas viaja, lo meto en mi cama. Así, si me despierto, sigo en horizontal y eso se agradece. 

Con Peque me lo tomé de otra manera. En el hospital no lo puse en la cunita. Durmió conmigo, pegado al pecho, y ahí lo tuve hasta que me dieron el alta. No lloró nada por las noches, y en casa tampoco. Dormía bien, le dejábamos en el moisés pero cuando le tocaba mamar yo lo ponía en la cama, a mi lado, y seguíamos durmiendo. No me ha dado malas noches. 

Eso sí, tiene el mismo resorte que su hermano, y, si está inquieto, no hay quien le deje en la cuna sin que abra el ojo. Pero en la cama se queda tan pancho. Yo voy a lo práctico. Necesito descansar, aunque sea con piernas de niño en las costillas y alguna patada voladora que llega al cogote en plena noche. No conozco criaturas que duerman con sus padres en la adolescencia. Me da mucha penita cuando Chicote, a la hora de acostarse, dice que no quiere estar solito. En septiembre espero ponerles juntos en su habitación. Pero seguro que alguna noche les meto en mi cama. Me encanta dormir con ellos.

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