lunes, 4 de enero de 2016

Los nervios

Los hijos tienen miles de virtudes, sobre todo a ojos de sus padres, de eso no cabe duda. Pero tienen también unos cuantos defectos. O cualidades no necesariamente positivas. Entre ellas, posiblemente, la que ocupe el lugar de honor sea su capacidad para agotar nuestra paciencia. Para sacarnos de quicio. Para hacernos perder los nervios.

No sé si vienen así de fábrica. Quizá sea algo que se aprende por imitación. Una convención social o lo mismo es cosa nuestra, que agotamos nuestros recursos antes de tiempo.

A medida que van creciendo se hacen conscientes de esa capacidad. Mi Chicote sabe usarla perfectamente. Cuando ve a su hermano dormido y es hora de que él caiga en los brazos de Morfeo, por ejemplo, sabe que basta un grito suyo, un berrido bien dado, para que servidora, o sea, la madre que lo parió, pierda los nervios ante la perspectiva de sus dos retoños despiertos.

No me gusta ponerme nerviosa. Mi hijo tiene tres años, es muy pequeño. Sí, lo sé, los niños saben mucho. Pero eso no quiere decir que debamos ponernos a su altura. Tienen otra manera de manejar sus necesidades, no controlan los tiempos y para ellos sólo existe el ahora. Si además tienen carácter, como el mío, y les sobra picardía, el drama está latente, dispuesto a salpicarnos en cualquier momento.

He intentado muchas cosas. Contar hasta diez. Respirar hondo. Razonar. Verme a través de sus ojos. A veces funciona. Otras no, la verdad.

Yo soy nerviosa. Me he vuelto paciente con los años, pero con mi hijo a veces me cuesta más de la cuenta. Y lo siento. No me gusta pensar en mí misma gritándole, y, sobre todo, no me gusta pensar en cómo se sentirá mi hijo cuando le grito. Porque, cuando me pongo, soy capaz de gritar mucho.

Hay padres fenomenales, de esos que ves en el parque siempre en estado zen, dialogando con sus retoños y con una sonrisa en los labios. Yo quiero ser así.
Pero no soy perfecta, y grito, gruño y me enfado. A veces. O muchas veces. Desde luego, más de las que quisiera. Ojalá mis nervios se vayan controlando. Ojalá dentro de unos años me haya vuelto una madre zen. O mis hijos unos niños de anuncio.

Hasta entonces seguiré intentando contar hasta diez. Y, si se me escapan los nervios, los agarraré otra vez rápido. Y quizás Chicote me diga, como hizo una vez: Mamá, si estás nerviosa, haz como hago yo contigo, apriétame el brazo hasta que se te pase.

No hay comentarios:

Publicar un comentario