jueves, 24 de marzo de 2016

La gastroenteritis

Esto me pasa por intentar hacerme la graciosa. Ay, los vómitos, qué ocurrente. Pues llega el karma y se toma su venganza. Ni fría ni leches, bien calentita.

El sábado, después de cenar pizza para deleite de mi Chicote ( y del pequeño, que sigue sin comer
pero roía los bordes como un ratoncillo) y acostarnos, empezó el espectáculo. El niño comienza a retorcerse en sueños. Le duele la tripa, dice. Se despierta. Llora. Le siento en el váter, le hago masajitos. Nada, sigue sollozando. Cuando parece que se calma un poco y se queda frito, su cabecita pegada a la mía, una arcada le hace incorporarse y sale la primera remesa. Lo cojo en volandas y lo pongo en el suelo. Cuando veo lo que sigue saliendo de esa boquita me arrepiento. Ahora tengo que cambiar las sábanas, funda del colchón y lavar cortinas y barrera de la cama. Y, ¿qué es lo que tengo en el pelo? Sí, tropezones. Nada, a lavarme la melena a las tres de la mañana.

La escena se repite otras cuatro veces. Mi niño está hecho un asco, aunque se empeña en asegurar que no está malito, solo ha "gomitado". A las cuatro y media comienzo yo. Menos mal que tengo mejor puntería y soy capaz de llegar al baño las tres veces.

A las seis de la mañana, después de poner dos lavadoras, lavarme el pelo en el lavabo porque en la bañera está la barrera de la cama, fregar el suelo y tratar de echar un sueñecito con un ojo abierto por si a mi Chicote le diera por vomitar otra vez, decido que nunca más comeré pizza. Mi teoría de la expansión de la comida es cierta. En los dos pedazos que se comió mi hijo NO había tres docenas de aceitunas negras, que son las que he recogido yo del suelo.

El domingo amanecemos hechos un asco. Sobre todo yo, que los años no perdonan y cuesta más recuperarse. He descubierto una ventaja de tener hijos varones: no hay que sujetarles el pelo mientras vomitan. El Padre de las Criaturas comienza a pensar que nuestros virus estomacales son una confabulación Judeo-masónica para no irnos de viaje a su tierra. Con las ganas que tengo yo de visitar a su enorme familia...

De todo se sale y tras una noche de sueño profundo y la inestimable colaboración del ya citado Padre, que baña a las criaturas sin despertarme y se encarga hasta de descolgar las cortinas, el lunes pudimos salir de viaje. No vomitamos ni una vez en casi seiscientos kilómetros de camino. Eso sí, el Padre amaneció el martes con el estómago del revés....


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