sábado, 12 de marzo de 2016

Las alegrías

Estaba en el primer trimestre de mi primer embarazo. La noche anterior había ido a cenar con El casi Padre de la Criatura y los futuros Tíos Molones. Se acercaba la Navidad y al salir del restaurante y sortear las atestadas calles adornadas del centro recibí un mensaje. Era de un ex alumno que me decía que su padre había fallecido.

Al día siguiente me acerqué al tanatorio. Hacía un día precioso, era un domingo soleado y casi caluroso de diciembre. Aparqué un poco lejos porque el Atlético jugaba a las doce y las calles que rodean la Pradera de San Isidro estaban llenas. Di un breve paseo mientras cogía aire. Era la primera vez que iba a ver a mis alumnos desde septiembre, cuando cambié de centro. No era el mejor momento, claro, pero me hacía mucha ilusión darles un abrazo con mi bebé entre medias.

A Manolo, que así se llamaba el padre, lo conocía poco en persona pero bastante por su hijo. Enfermó unos pocos meses antes, y desde el principio sabían que le quedaba poco tiempo, aunque él se resistía a aceptarlo. Lo vi en junio, en el estreno de una obra de teatro del instituto. Me impresionó, estaba muy delgado y débil. Al saludarlo le palpé los huesos del hombro. A él, un señor alto y fuerte. Cuando se dio la vuelta su mujer se echó a llorar intentando explicarme la situación sin palabras. Me fui del teatro hecha polvo.

Abracé a los alumnos, chicas casi todas. Me abrazaron y me tocaron la barriga. Me pidieron que si era una niña llamara a mi bebé como ellas. Yo sabía que iba a ser un niño, aunque ninguna ecografía me lo había confirmado, pero las sonreí. No estaría mal que mi hipotética hija se les pareciera un poco.

Al entrar a ver a la madre me dijo, sollozando y abrazándome:
-Saber que estabas embarazada fue su última alegría.

Cuando tienes un hijo tu relación con otras personas cambia. De repente te sientes más unido a otras padres, a los tuyos propios, y, sin que signifique nada, puede que te cueste más encontrar tiempo para quedar con viejos amigos.

Pero, sobre todo, te das cuenta del cariño que te tiene otra gente. Gente que te llama para preguntarte por los niños cuando saben que están malitos, que se acuerda de felicitarlos por su cumpleaños o se preocupa cuando vuelven al colegio tras las vacaciones.

Manolo tuvo un solo hijo, ya mayor. Lo quería muchísimo e, imagino, se alegró porque sabía que su hijo me tenía mucho cariño, igual que yo a él. Y sabía que yo ahora iba a ser mamá, y a querer a mi niño como él quería al suyo.

Mi hijo, que sin nacer ya fue capaz de dar alegrías a personas a las que, desgraciadamente, no pudo conocer.

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