sábado, 18 de julio de 2015

Los escrúpulos

He de confesarlo. Soy una guarra. No sé si lo he sido siempre y he pasado más de media vida ocultándomelo o si, por el contrario, ha sido una consecuencia más de la Maternidad. Pero el caso es que ahora hago cosas asquerosas a ojos de los demás que a mí me parecen de lo más naturales. E incluso me gustan.

Yo antes no me dedicaba a hurgarle la nariz a nadie en busca de un moco indiscreto. No intentaba sacarlo con el meñique, así, a pelo, mientras la pobre víctima pataleaba e intentaba zafarse. Y me hubiera muerto del asco si ese moco ajeno se me hubiera quedado finalmente pegado al dedo, que es la finalidad de tales maniobras en la actualidad.

Jamás de los jamases animaba a nadie a eructar y aplaudía y celebraba la salida de los gases, como hago ahora.

No me dedicaba a comprobar color, tamaño, olor y textura de las deposiciones ajenas (ni de las propias, oiga) y ahora dedico buena parte del día a analizar cacas infantiles con total deleite. Que las de lactante no huelen, al menos las del mío...

Ahora soy capaz de oler pies, pequeños pero olorosos, y no sólo no me dan arcadas, si no que además los toco, los muerdo y juego con ellos.

Júzguenme y condénenme, pero me temo que ya es muy tarde. He perdido los escrúpulos.


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